Opinión | El recorte

Un teatro

El presidente de Vox, Santiago Abascal, junto al candidato de la moción de censura, Ramón Tamames

El presidente de Vox, Santiago Abascal, junto al candidato de la moción de censura, Ramón Tamames / VOX

Es inquietante. Las grandes potencias del mundo se están armando hasta los dientes, como si estuviésemos en los prolegómenos de una tercera gran conflagración planetaria. La quiebra de un banco americano está teniendo un efecto contagio y varios bancos europeos se están tambaleando. Y mientras, en España estamos a nuestra puñetera bola, en una especie de burbuja endogámica en donde las preocupaciones políticas no salen del reducido perímetro del mercado electoral.

Es imposible encontrarle sentido a esto. Ni siquiera desde el humor. Uno podría descojonarse de que el partido de la extrema derecha española proponga de candidato a la presidencia del Gobierno a un anciano excomunista, personaje de la transición y economista español de referencia. Te podrías reír, por lo estrambótico. Pero también del hecho de que el partido que produjo el gran cambio a la modernidad de España, aquel PSOE de Felipe González, se haya convertido en una obediente organización al servicio de un líder político cuya única preocupación es su propia supervivencia. Son tiempos desquiciados en una sociedad, experta en demoliciones, que tritura liderazgos y escupe prestigios como el que lanza pipas de aceituna. Hay gente que ayer eran dioses de las que hoy no recordamos ni la cara.

Ramón Tamames será incapaz de subir a la tribuna y realizará el debate desde la llanura del hemiciclo del Congreso, al lado de los taquígrafos. La limitación de movilidad, marcada por la avanzada edad del candidato, es un poderoso símbolo que expresa incluso más que los discursos. Pedro Sánchez le contestará desde las alturas, mirando hacia abajo, como ya se encargarán las cámaras de enseñar al escaso número de ciudadanos que decida indignarse con otra de las perversiones de nuestra democracia: un aeropuerto sin aviones, un puente sin carreteras… una moción de censura sin sentido.

Los políticos parecen haber olvidado que las instituciones de la democracia existen para regular, debatir y resolver los problemas de los ciudadanos que las sostienen con sus impuestos. Es una frivolidad celebrar un debate cuya única finalidad es el propio debate y cuyo resultado práctico será absolutamente nada. El Congreso de los Diputados no es un club privado de los partidos ni un teatrillo donde escenificar estrategias electorales para desgastar al prójimo.

Pero la próxima semana será eso y solo eso. Un pequeño circo que observaremos curiosos los que nos dedicamos a la política forense, mientras en la calle la inflación y la crisis seguirá devorando a las clases medias. Un Capricho de Paganini para trescientos cincuenta instrumentos desafinados, pagado por los millones de paganinis de siempre.

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