Opinión | Sangre de Drago

De parte de un cabrero, para los pobres

Un billete de 50 euros.

Un billete de 50 euros. / M.A.C.

Aún me está doliendo. La semana pasada tuve una experiencia dolorosa de aprendizaje personal. Una bofetada en toda regla por dar las cosas por supuestas y dejarme arrastrar por los prejuicios. Ya sé que las apariencias engañan, pero hasta que no nos hace sufrir el prejuicio injusto que sembramos por anticipado ante una imagen aparente, no terminamos de aprender. Y se los quiero contar, por si a alguna persona le ayuda mi bofetada moral a evitar dolores futuros:

Estaba el jueves en la sacristía haciendo una certificación que me habían pedido. Me avisan que un «hombre» estaba preguntando por mí. Al acercarme vi un señor alto, con una incipiente y significativa calvicie, con botas y un impermeable militar. Cierto olor a alcohol y la ausencia de delicadeza en el saludo me hizo suponer –he ahí mi error– que, como en tantas otras ocasiones, alguien venía a pedir ayuda económica por algún motivo.

Me preguntó por los veleros, me recordó a su abuela derramando alguna lágrima, me habló de su labor y trabajo con el ganado –sus cabras– por las que iba a rezar, etc. Ya casi para despedirnos, metió su mano en el bolsillo. Yo pensé: «Ahora le toca, una vez realizado el ejercicio de conmoverme, pedirme dinero». Es lo que suele ocurrir en tantas ocasiones. Pareciera que se me ha hecho callo. Y viene la sorpresa: de su cartera saca un billete de cincuenta euros, bien doblados, como si estuviera preparado para ser entregados, y me dice: «Padre, de parte de un cabrero, para los pobres».

No sé cómo tuve valor para darle las gracias. Porque lo que sentía, en el fondo, era vergüenza y ganas de que me tragara la tierra. Gracias y silencio. Y caminando en sentido contrario, se fue.

Tremenda bofetada me dio sin sacar las manos de sus bolsillos. Un máster en confianza y respeto en veinte segundos. Una enseñanza tremenda sobre lo que duele concluir con certezas supuestas y edificadas sobre el prejuicio. Un cabrero me ha dado la más importante enseñanza sobre la acción pastoral de acogida y escucha. Eso que pastoral viene de pastor, y quien realizó la mejor acción pastoral aquella tarde fue un cabrero.

Creo que estos cincuenta euros están bendecidos. Ya solemos decir entre nosotros que el dinero que se da a los pobres es un dinero sagrado. Pues este billete tiene un valor incalculable. Se pudiera transformar en una tarjeta para hacer una compra en un supermercado, se le podría dar a una familia a la que le cueste, o no llegue al final del mes, pero me va a doler desprenderme de él. Porque su sacralidad es mucho más grande que cualquier donación recibida en toda mi vida.

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