Campaña de estío XIV

Una amistad con la que cambiar el mundo

Una conversación en cualquier parte del globo terráqueo deja atrás por unos instantes los nubarrones del desconcierto

Relatos de campaña, una entrega diaria sobre las elecciones generales del 23 de julio.

Relatos de campaña, una entrega diaria sobre las elecciones generales del 23 de julio. / Adae Santana

Amigo mío, ¿qué distancia habría de recorrer para alcanzarte si ya estás en mí? Dos figuras de bombín y bastón caminan entre las nubes, dejando atrás el paseo terrenal, colocándose entre los vapores del agua a vista de pájaro de quienes pasean aún con los pies anclados. Magritte reflejó en El arte de la conversación el acto de la palabra, tanto, más, en profundidad, por encima, alternando anécdotas, reflexiones, críticas, comentarios jocosos, exclamaciones, ¡oh!, yuxtaposiciones, en silencio, con un íntimo y hondo placer por el diálogo compartido. A veces, hace falta nada más que intercambiar un tiempo que por segundos torna infinito para arreglar el desaguisado de cualquier tropiezo, con o sin mesas o bebidas, tan alejados que cueste escuchar el ruido de una masa informe. Nos intenta cercar. El paseo facilita la huida.

El norte tiene sus propias leyes. Alejado de los termómetros, se echa de menos una fina rebeca sobre los hombros en Arucas ahora que la ola de calor ha amainado para encarrilar otra de seguida. No parece entresemana, tal vez sábado, domingo, ¡que estamos en vacaciones! Apenas quedan unos días para la gran cita y la expectación se queda dentro de las sedes de los partidos políticos. Miro a los que escapan del ritmo frenético de este mes con sus sonrisas, churretes de helado de fresa, vainilla, gofio, maracuyá y coco, pantalones cortos y halos de no saber dónde han dejado el maldito despertador. Abren sus ojos a medida que la persiana deja de ocultar la sombra del exterior, y sé que por encima de nuestras cabezas hay quien desde su mesa de oficina haría dardo con las papas bravas que sirven en horario laboral. Incluida yo. La bandera arcoiris del Orgullo hace las veces de toldo en la calle León y Castillo, como si fuera Sevilla en pleno agosto, y bajo este signo de diversidad están Isabel González y Manuel Viera con los platos vacíos tomándose un "apletisé", como decía mi abuela, apartándose el pelo mojado y colocándose la gorra, seguramente recién venidos de la playa.

Hace un año no sabían quiénes eran. No se llamaban por sus nombres ni se hacían confidencias, qué dicha saber que no había un cariño a echar en falta. Transitaban por estas calles, como cualquiera, algo perdidos, probablemente coindirían y nunca recordaron sus rostros. De repente, se encontraron. Coincidieron en un ciclo superior y, desde entonces, tienen estos ratitos en los que cuentan qué les ha pasado, cómo les ha ido el día, cuáles son sus preocupaciones e ilusiones, ¿nos tomamos otra y te cuento? ¡Queda noche para tanto misterio! Entre las pasiones y los quehaceres diarios, surge el trabajo. Ella es militar. Él es camarero.

Escuchar y hablar

"A mí me preocupa la situación actual porque los extremos no molan y perder todo lo que hemos progresado... No sé, como que el país está muy dividido. El odio o el amor, como quieras llamarlo, pero insisto en que está muy dividido", cabecea. "Parece que si eres de un bando tienes que odiar al otro, o al contrario, me vienen clientes con mil opiniones, los compañeros, los jefes, y unos y otros te intentan convencer y quieres replicarles por ciertas actitudes que tienen, aunque sé que tengo que reprimirme", subraya él. Sortear las granadas sociales que hay en el camino es un entrenamiento continuo. Como los de Isabel. "Mi entorno es proderecha y yo, en realidad, sí que tiro más al centro. No sé de política ni opino de cosas que no sé, pero miro la realidad, observo, siento, y veo mucho odio. Luego me dicen, nada, tranquila, tú no eres como ellos, no estás en ese bando, contigo estamos bien... Es como una tolerancia escondida. Un poquito raro". No utiliza los términos para calificar lo que le está sucediendo, sino que deja en el aire, como volutas de humo, y su amigo asiente en silencio. Querría decirle tantas cosas que no puedo.

Fuera de los círculos concéntricos, la amistad aparece como un salvavidas. Hay un desahogo completo y una construcción de lazos que pende entre dos personas, ¿nos hemos elegido? Sin embargo, la evolución de un sentimiento tan puro encuentra los vicios cuando extiende sus tentáculos debido a que, si bien da la oportunidad de crear redes de cuidado, al mismo tiempo quien queda fuera sufre la desprotección de no formar parte de un grupo que se defiende a sí mismo, sin más. Los demás se convierten en el otro. "Si hay ciertos derechos que les interesa a los grandes, sí que los cogen y logramos que nos afectan a los de abajo, pero hay un retroceso al fomentar ese odio, esa inseguridad, de repente, la gente que ha progresado se siente coaccionada", revela. Como mujer, ha de demostrar cada día que sabe conducir, cargar, que su valía le ha permitido sacar la plaza en igualdad de condiciones que sus compañeros varones, no obstante, "nos siguen encasillando en ciertos trabajos, como los de oficina, y al final te hacen sentir una inútil... Sí, hemos avanzado, pero no lo llamaría en igualdad, ya que siguen habiendo supermachismos, que no micromachismos". Mira al frente y esboza una sonrisa amplia: "Termino el día y omito". Aquí está con Manuel, sacándole los cuartos a las horas que quedan entre una jornada y otra.

¿Qué echan en falta? "La libertad", ¿de qué? ¿en qué?, "la libertad de expresión". Manuel ataja, "parece que alguien te está vigilando constantemente". En cierto sentido, sí. Apaguen los micrófonos de sus móviles. "Me refiero a que se da el caso de que estoy con mis compañeros y me sueltan una patujada, ¡tú qué sabrás de eso!, cosas así. Siempre quieren tener la razón y rivalizan, cuando lo que quiero es poder opinar sin miedo, sin que me recriminen. ¡Te estás comportando bien cuando agarras de la mano a quien quieras, besas a quien quieras!, al final es tener civismo y una ética, ya está". Hay tantos conceptos que bullen que necesitan seguir hablando para encontrarles un recodo en el que germine el entendimiento, que no la solución.

Una idea descabellada. ¿Imaginan que Alberto Núñez Feijóo, Pedro Sánchez, Yolanda Díaz y Santiago Abascal, como representantes de los principales partidos a nivel estatal, se tomaran un café a charlar? Inviable. De repente, su imagen pública quedaría denostada. ¿O no? Más allá de un careo o una lavada de cara en los plenos, que quedaran a ver qué les preocupa, qué harían por unos y otros, como si fueran un anuncio de verano de concordia. Isabel y Manuel ni siquiera lo conciben. Se quedan en este rincón iluminando las sombras: "En estos ratitos salvamos al mundo", se retractan rápido entre risas, "¡criticamos a todo el mundo y salvamos al mundo!". "Nos damos solución", ¿cuál? Ah. Estamos fuera de la conversación. 

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