La dinámica de una semana cargada de malas noticias le dio el tiro de gracia al proyecto de Fernández. El desenlace de ayer se veía venir. Ocurre que las dinámicas no son fruto de la casualidad. Las buenas (como la del Logroñés) y las malas, como la del Tenerife, se construyen paso a paso. Este es un equipo que no juega, porque no sabe a qué quiere jugar. El entrenador ya destituido ha hecho actualizaciones continuas cada dos o tres semanas sobre una base indefinida y el resultado es un equipo sin estilo, que quiere, pero no sabe cómo. Si de algo no hay dudas es del compromiso.

Poco o ningún peso tiene ya el reconocimiento de que la derrota de ayer es inmerecida, aunque solo se midan los méritos de los 90 minutos en clave de insistencia. El Tenerife quiso y lo intentó. Con tanto cambio de jugadores y también del tipo de futbolista elegido para ocupar zonas claves del campo, en las que hay que decidir si regatear o pasar, si acelerar o frenar, este equipo ha terminado por intentar sobrevivir más a base de jugadas que de juego. Y no es lo mismo, porque en el primer caso te encomiendas solo a los momentos de inspiración. De esa forma fue como pudo adelantarse en un ramalazo de Moore, que conectó con Fran Sol, tiró una diagonal por dentro, recibió el balón en carrera y acabó disparando forzado y con la zurda al larguero (14’). Pero ni esa aparición ni el resto de intentos tibios desde fuera le hicieron dominador de la situación. Enfrente tuvo el espejo en el que mirarse. El Logroñés no tiene el pedigrí que se le supone y se le valora (económicamente) al Tenerife, pero juega como un equipo. Es disciplinado, pero sobre todo, elástico. Más allá de su posicionamiento, que ayer fue 3-4-3, ataca y defiende en bloque: los del medio repliegan para formar una defensa de cinco a lo ancho y para tapar por dentro; los laterales estiran para enganchar con los tres del ataque, cada jugador encuentra apoyos cercanos, nadie está desenganchado del juego ni requiere grandes acciones individuales porque es un equipo que no va al duelo (hizo su primera falta a los 19’), sino que orienta su fútbol a la búsqueda de los espacios de manera colectiva, con toque y movimiento, mezclando líneas en el despliegue y en el repliegue. De esa manera encontró el gol, la primera vez que pudo filtrar un pase por dentro. David González tiró un desmarque al espacio por delante de Carlos Ruiz, con Bruno Wilson fuera de su posición, y definió cruzando sobre el intento de salida de Ortolá. El 0-1, a la media hora de la primera parte, abrió para el Tenerife un escenario de ansiedad. El equipo quiso mantener el control, pero ni en sus intentos en largo, ni en las acciones individuales de Shashoua, otra vez mediapunta, encontró la claridad para generar ventajas cerca de Santamaría, que solo tuvo que esforzarse para repeler un centro chut de Jacobo cambiado de banda.

Impotencia colectiva.

En la segunda parte, el ejercicio de impotencia fue creciente. Cada vez apretó más el Tenerife, cada vez aceptó con mayor naturalidad el Logroñés la necesidad de juntar dos líneas muy atrás y replegarse para jugar a favor de reloj.

Fran Fernández empezó a llenar el ataque de jugadores. Al cuarto de hora de la continuación puso a dirigir al equipo a Vada, esta vez junto a Aitor Sanz, quitó del campo a Ramón Folch, que pasó por el partido sin ninguna utilidad, y dobló la presencia cerca del área con la entrada de Jorge Padilla, enganchando con la zona de Fran Sol. El canterano protagonizó los mejores momentos de un equipo que redujo sus procedimientos al empuje. Dos disparos de Jorge acariciaron la posibilidad de, al menos, rescatar un punto. Ya no había noticias del Logroñés más allá de medio campo. Su último intento fue un tiro de Ruiz que rechazó Ortolá (62’).

Entraron Bermejo por Nono, y Joselu y Pomares, para rizar el rizo y dejar al equipo con un dibujo casi suicida, cerrando con dos jugadores y todos los demás apretando muy arriba para ahogar a un rival organizado, paciente, sin una gran fortaleza área pero con suficiente cantidad de defensores para evacuar todos los balones sueltos en su área. El paso de los minutos solo dejó leves sobresaltos, como el provocado por otro disparo de Shashoua desde la frontal (72’) que rechazó Santamaría, para culminar su quinto partido imbatido.

Es evidente que el Tenerife no mereció esta derrota, ya casi anecdótica, como también es de una claridad indiscutible que el desenlace del cambio de entrenador es la consecuencia lógica de su propia gestión y resume tres meses en los que Fernández no fue capaz de hacer un equipo, de construir un estilo, de apostar por algo concreto. La segunda mitad de la ecuación en este primer fracaso de la temporada, la que afecta a la construcción de una plantilla discutible, queda sujeta al examen que pasarán los jugadores con el nuevo técnico.

Que pase el siguiente.