El otro desterrado: Rodrigo Soriano

Rodrigo Soriano

Rodrigo Soriano / El Día

Manuel Yeray Estévez González

Hace cien años Fuerteventura no era un destino vacacional, sino tierra de exilio, y no acogía turistas, sino desterrados. Algún periodista llamó, de manera irónica y vaticinando involuntariamente el futuro de la isla, a la de Puerto de Cabras, «playa de moda», debido a los dos turistas forzosos que arribaron en 1924 a ella, don Miguel de Unamuno y Jugo y Rodrigo Soriano Barroeta Aldamar, desterrados allí por la dictadura de Primo de Rivera.

A pesar de los pocos meses que estuvo en Fuerteventura aún es posible encontrar las huellas de Unamuno en nuestra isla, y en la memoria de los majoreros. Muy distinta, en cambio, es la situación de su compañero de destierro, Rodrigo Soriano, del que la isla y sus habitantes parecen haberse olvidado totalmente. Uno de los motivos de esta amnesia insular puede ser que los escritos que Soriano nos legó sobre maxorata no fueron tan poéticos y sí mucho menos amables que los de Unamuno, definiéndola como una «isla negruzca, fatídica...»y tachando su capital de «pueblucho moruno, desvencijado y sucio pueblo marroquí, de humildes y sórdidos casuchos». Desde luego nos dejó una imagen más descarnada y realista de Fuerteventura que la ascética visión de Unamuno, que llegó a decir de Fuerteventura que daba una «lección de noble y resignada pobreza» y se lamentaba porque «¡aún quieren, Fuerteventura, robarte la pobreza!». Soriano, en cambio, no vio un retrato de ejemplar humildad, sino simple miseria, en los majoreros a los que, sin embargo, definió como la gente «más cordial, educada y respetuosa que conocí en mi vida», y años después afirmaría que «Canarias tiene en mí un diputado; (…) los defenderé sin esperar otra recompensa que las reservadas a los (…) defensores de las buenas causas».

En defensa de nuestra desmemoria diremos que tampoco es que la historiografía de otras latitudes se haya encargado mucho más de Rodrigo Soriano, a pesar de su importancia como periodista, editor, político y diplomático en la España de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.

Ya en el siglo XXI la historia de Soriano picó la curiosidad del historiador majorero Elías Rodríguez. Nacido en 1944, y oriundo de Tetir, uno los pueblos majoreros que recorrieron Unamuno y Soriano 20 años antes, debió oír hablar con frecuencia durante su infancia y juventud de tan ilustres visitantes. Esto le llevaría a investigar y escribir sobre Unamuno, pero también a preguntarse «¿Quién fue su compañero de exilio?». Según él mismo me contó, muchas veces formuló esa pregunta y con igual frecuencia recibió por respuesta, «no era nadie importante», pero él insistía «¡alguna importancia tendría cuando lo desterraron!». Fue entonces el director de la cátedra cultural Miguel de Unamuno, el catedrático de Filología Hispánica Marcial Morera, el que le encomendó llevar a cabo estas pesquisas. El instinto práctico de don Elías le dijo en principio, «no te líes con más investigaciones», pero para nuestra suerte, su indómita curiosidad venció al pragmatismo y se sumergió en una aventura que le llevaría a descubrir a un personaje tan singular como carismático.

A partir de aquí vendrían sus ponencias en la cátedra Miguel de Unamuno y en las Jornadas de Estudio de Fuerteventura y Lanzarote, además de varios artículos y entrevistas en diversos medios sobre la estancia de Soriano en Fuerteventura. Incluso entraría en contacto con la hija de Soriano, Dolores Soriano Martí, residente en Chile , que le proporcionaría una ingente cantidad de documentación sobre su padre, (artículos originales, cartas, etc.) que llegaría a desbordarlo.

Nace entonces el deseo de abordar algo más que la historia del paso de Soriano por Fuerteventura: elaborar su biografía completa. Fue por esas fechas, hacia 2014, que comienza mi colaboración con Elías, ayudándole a clasificar tantos materiales, obteniendo otros nuevos, contrastando con otras fuentes de archivos y hemerotecas… investigando en definitiva.

Investigación a intervalos, con frecuentes interrupciones. Mis obligaciones laborales me llevan a cortar y reemprender varias veces esta colaboración, y la salud de don Elías se deteriora, falleciendo a principios de 2018. La infinita generosidad de su viuda, Hanna Lore Von De Twer, me deja abierta la puerta de su archivo para continuar con la investigación que entonces empezamos, y en la que aún me hallo enfrascado. Sirvan estas líneas como homenaje y recuerdo para don Elías Rodríguez y agradecimiento a su viuda Hanna Lore, sin los que no sería posible el siguiente perfil biográfico que trazaremos de Rodrigo Soriano.

Nació nuestro biografiado en San Sebastián en septiembre de 1868 en el seno de una familia de rancio abolengo, y muy relacionada con el arte, pues su padre Benito Soriano Murillo fue director del Museo del Prado. Se cría en la residencia familiar de Villa Aldamar, en una zona de San Sebastián donde abundaban las residencias de verano de importantes miembros de la nobleza y la política del país, como los propios Borbones que fueron sus vecinos.

Entre 1884 y 1890 estudia Derecho en Madrid y Granada, pero es muy poco lo que se interesará por la abogacía, dedicándose al terminar la carrera al periodismo. Debuta en el diario La Época como crítico de arte, para después ir multiplicando los medios en los que colaborará y derivando hacia temas de índole político.

Viaja durante los 90 a eventos culturales como el festival musical de Bayreuth , y ejerce como corresponsal en conflictos en el norte de África entre Marruecos y las posesiones coloniales de España y Francia. En 1898 colaboró en la fundación de Vida Nueva, un diario que es prácticamente el acta fundacional de la Generación del 98, colaborando en el Unamuno, Azorín, Maeztu, Valle Inclán o Blasco Ibáñez , además de otros autores más veteranos como Benito Pérez Galdós, por el que Soriano sentía una enorme admiración y con quien tuvo gran amistad.

En 1899 abandona Vida Nueva, se traslada a vivir a Valencia y comienza a colaborar en el periódico El Pueblo con Blasco Ibáñez, con el que también se iniciará en política ingresando en el partido Fusión Republicana, y siendo elegido diputado por dicha ciudad en 1901.

La relación con Blasco Ibáñez se deteriorará de tal modo que acabarán siendo enemigos acérrimos e incluso batiéndose en duelo en 1903. Sin embargo, no abandonará la política, volviendo a ser elegido diputado por Valencia en 1903, 1905 y 1907 , y a partir de 1910 por Madrid, militando siempre en partidos de signo republicano federalista. Desde su escaño criticará las corruptelas del sistema de la restauración, destacando su oposición a la Ley de Jurisdicciones de 1906 o la defensa de la inocencia de Ferrer y Guardia tras los acontecimientos de la Semana Trágica de 1909.

Esta actitud beligerante le llevará a sostener nuevos duelos, siendo uno de los más conocidos el primer encontronazo que tuvo con Miguel Primo de Rivera en 1906.

Será precisamente la dictadura de Primo de Rivera la que trunque su carrera política, lo cual no le impedirá pronunciar desde el Ateneo de Madrid unos incendiarios discursos en 1923 y 1924 en los que exigirá depurar responsabilidades sobre el Desastre de Annual de 1921, e incluso mencionará asuntos relacionados con la vida personal del dictador como sus amoríos con la Caoba”

Esto será lo que le lleve al destierro en Fuerteventura, donde mantendrá unas relaciones tensas con su compañero de exilio, Unamuno, con el que le enfrentaba una clara incompatibilidad de caracteres.

Por suerte para ambos es poco lo que tendrán que soportarse uno al otro, una vez huyen de Fuerteventura y llegan a Francia ambos seguirán caminos distintos, y Soriano aprovechará estos años para visitar la Unión Soviética, sobre la que escribirá varios libros y artículos.

La caída de Primo de Rivera le dará la oportunidad de volver a España , y de integrarse de nuevo en la política, como diputado independiente formando parte de un grupo heterogéneo de personajes apodados por su beligerancia “los jabalís”, y entre los que se encontraban desde anarquistas como Eduardo Barriobero hasta el díscolo hermano menor de Francisco Franco, el aviador Ramón Franco.

Poco durará en su escaño, pues siendo un personaje incómodo para todas las bancadas del congreso Soriano es designado en 1932 embajador de España en Chile, donde le sorprenderá el estallido de la guerra civil española. Desde aquel país llevará a cabo la organización junto al escritor Pablo Neruda de la evacuación en el barco Winnipeg de muchísimos republicanos españoles amenazados por la victoria del bando nacional.

Aun perdiendo su cargo de embajador no dejará Soriano de defender la causa de la república española y de atacar al fascismo. En 1944 fallecía vaticinando un pronto final de la segunda guerra mundial que se hizo realidad un año después, y un rescate de la república española que, por el contrario, nunca llegaría.