Canarismos

Las penas con pan son buenas

Panes.

Panes. / E. D.

Luis Rivero

Luis Rivero

El antropólogo Juan Bethencourt Alfonso documenta entre los ritos funerarios que se practicaron desde antiguo en islas una peculiar forma de «celebrar» el velatorio de un niño: comiendo, bebiendo y bailando; lo que se conoce como «el baile de los muertos», práctica que subsistía en algunas islas, al menos hasta finales del siglo XIX.

Otra costumbre consistía en amenizar veladas con fiestas y bailes en la casa de un enfermo con el propósito de ayudarlo a sanar; o la práctica consistente también en la celebración de bailes, música y otras diversiones ante los moribundos, así como la misma celebración del día de los finados.

En algunos pueblos era común que los parientes más allegados del difunto, durante los días cercanos a la muerte y hasta el funeral, se ganaban los favores de otros familiares y vecinos que les llevaban comida diariamente. En algunas localidades de Gran Canaria, se constata, al menos hasta el pasado siglo, la costumbre de —acontecido el fallecimiento de un vecino— ofrecer donaciones de alimentos, en general, y de grano, gofio, azúcar y café, en particular, y hasta tela negra (para la confección de brazaletes y vestidos para el luto) y, más recientemente, de dinero. Todos los vecinos donaban algo al cónyuge viudo o a otros familiares cercanos. Dones que eran «devueltos» de algún modo con ocasión de otra muerte, enfermedad o del casamiento de una hija. Un gesto solidario que no parece ser exclusivo de la sociedad canaria, sino que son vestigios de una forma insipiente de mutualismo asistencial —podríamos decir— primitivo y universal, presente en las comunidades humanas organizadas, desde la Antigüedad. No obstante, esta costumbre ha sobrevivido en algunos pueblos del Archipiélago con prácticas concretas como es el hacerle «una compra» a la viuda y llevársela en el día de la «visita» que se efectúa en las semanas siguientes al fallecimiento del marido; o de forma más o menos simbólica o testimonial, todavía hoy, se ofrecen el paquete de café, azúcar, galletas u otros productos que llevan las vecinas, amigas y familiares como obsequio a la viuda cuando van a «acompañar» en los días sucesivos al funeral.

En este contexto se puede entender mejor el origen de este antiguo refrán castellano que podemos escuchar también en Canarias y en algunos países de América, donde se observan estas dos variantes: «Las penas con pan son buenas» o «las penas con pan son menos» (donde el «pan», en sentido estricto, tiene el significado de alimento, sustento diario; mientras que en sentido lato puede hacer referencia a cualquier necesidad material y primaria a satisfacer). Estos registros los documenta, entre otros autores, Correas (1627) y otras variantes (en las que se sustituye la voz «penas» por «duelos») que vienen citadas en el Quijote y que quizás precisen aún más la etimología del dicho: «Los duelos con pan son menos» (Q, II-XIII) o «todos los duelos con pan son buenos» (Q, II- LV). La tradición popular constata aquí un hecho cierto que se fundamenta en razones neurofisiológicas y que explican la relación entre el proceso digestivo con la sensación de bienestar. [Una de las consecuencias de la ingesta de alimentos —dicho grosso modo— es la liberación de endorfinas, hormonas responsables de que el individuo se sienta bien, predispuesto al buen humor y que reducen el estrés y la ansiedad, entre otros beneficios]. Así, este refrán del siglo XVI se sigue empleando para expresar que las situaciones de dolor o aflicción (como pueda ser la pérdida de un ser querido o cualquier otra circunstancia que nos apene) son más llevaderas cuando se afrontan con el estómago lleno, es decir, cuando el individuo se siente saciado. El refrán nos recuerda, pues, que conviene no desatender la satisfacción de una necesidad primaria cual es el comer que acaso ayuda a mejorar el ánimo y el humor ante la tristeza. Y es que, como se suele decir, «barriguita llena, corazón contento».