Relatos de proximidad

Arranca el año cinematográfico con ‘Los que se quedan’, nueva pieza inclasificable de Alexander Payne

Escena de ‘Los que se quedan’, de Alexander Payne.

Escena de ‘Los que se quedan’, de Alexander Payne. / El Día

Desde hace algún tiempo, la producción hollywoodiense se ha mostrado poco proclive a seguir alentando desde sus filas el auge del cine independiente. Aunque en la década de los años ochenta y noventa todo indicaba que sí, que comenzaba a abrirse claramente ese canal con la participación cada vez más activa de cineastas, guionistas y productores de marcado perfil innovador, las expectativas al respecto han ido disminuyendo paulatinamente ante la inesperada contraofensiva de las grandes compañías al establecer un nuevo perímetro de actuación tras el largo impasse provocado por los efectos demoledores que, en diferente medida, generó la pandemia, especialmente en el seno de la industria norteamericana.

Pues bien, a tenor de los cambios impuestos por los grandes gerifaltes del mercado multinacional durante estos últimos años, las nuevas tendencias están configurando un modelo de producción que se ajusta mucho más al concepto del cine como reflejo de grandes acontecimientos históricos que reflejan, entre otras megaproducciones de estreno reciente, Napoleón (Napoleon, 2023), de Ridley Scott u Oppenheimer (Oppenheimer, 2023), de Christopher Nolan, películas que ya llevan recaudados doscientos siete millones y novecientos sesenta millones de dólares, respectivamente, que al modo de las historias de proximidad que han propuesto las figuras más sobresalientes del off Hollywood desde los lejanos años ochenta con títulos absolutamente imborrables, ocupando hoy un lugar preeminente en la memoria selectiva de cualquier amante del arte vivo y sin coartadas, es decir, de ese arte que nace de la conciencia ética sobre el papel real, no el figurado, que desempeña el hombre en el seno de la sociedad en la que le ha tocado vivir.

Traigo estas conclusiones a colación por lo gratificante que ha supuesto para este comentarista —y sospecho que para muchísimos otros— verificar nuevamente la admirable destreza, como director y guionista, del gran Alexander Payne dentro de su insobornable condición de defensor a ultranza de la vida en términos de igualdad social y de intercambios emocionales y sexuales, construyendo, pieza a pieza, un puñado de personajes diseñados desde la óptica de la racionalidad, el respeto y la libertad, lejos de los cánones morales vigentes en el noventa por ciento de las comedias cinematográficas ad usum.

En Los que se quedan (The Holdovers, 2023), último trabajo tras la cámara de este maestro de la comedia dramática desde su feliz alumbramiento en 1999 con Election (Election) y tras sus formidables Los descendientes (The Desecendants, 2011), Entre copas (Sideways, 2004), A propósito de Schmidt (About Schmidt, 2002) y Nebraska (Nebraska, 2013), reúne a un puñado de personajes cercanos, sentimentales, contradictorios y ambiguos, llenos de miedos e incertidumbres ante el reto que les impone una vida cotidiana sembrada de continuos obstáculos y de fuertes contradicciones, tanto en el ámbito puramente familiar como en el de las relaciones de carácter interpersonal.

Paul Hunham (Paul Giametti), el profesor irascible, aunque profundamente comprensivo con las frustraciones ajenas, que pasa sus vacaciones de navidad en su propio colegio ante el deber ineludible de tener que vigilar al joven Agnus Tully (Dominic Sessa), el alumno frustrado por el repentino cambio de planes de su madre y que comparte la soledad de las aulas, junto a Da Vine Joy Randolph (Mary Lamb), la cocinera del colegio, desolada ante el reciente fallecimiento de su único hijo, componen un auténtico microcosmos dramático en el que confluyen un conjunto de personalidades aparentemente irreconciliables pero que merced a la enorme capacidad observacional de Payne, guionista a la sazón de la película, convierte en un meticuloso y apasionante ejercicio de introspección psicológica a través del cual nos va introduciendo en el fondo, apenas visibilizado en los broncos enfrentamientos que se suceden a lo largo de la primera mitad del filme, pero que concluyen a lo largo de la intensa media hora final a través de imágenes que, de alguna manera, nos devuelven la fe en la vocación conciliadora del ser humano.

Como ocurre también con el cine de Frank Capra, en el de Payne todo conflicto interpersonal puede avanzar hacia una solución grata, optimista y esperanzadora, no así el entorno social que lo provoca, como queda fielmente representado en el comportamiento final de la familia de Angus y en el de la cúpula directiva del colegio que, ante el pretendido escándalo desatado por los protagonistas, opta por despedir al profesor Hunham antes que asumir con naturalidad una conducta tan políticamente incorrecta como moralmente ejemplar.

Por eso, no nos sorprendería que el gran Paul Giametti se alzara el próximo mes de febrero con el Oscar de su especialidad, lo mismo que el joven Sessa y la oronda y magistral Da Vine Joy Randolph en sus papeles respectivos como actores de reparto, sin descartar, naturalmente, al propio Payne en su doble función de director y guionista del filme.