Entrevista | Pedro Paricio Pintor

Pedro Paricio «A Londres puedes ir a fregar platos o en busca de un sueño»

El creador tinerfeño se ha convertido en uno de los artistas más cotizados del mundo

Admite que al empezar un cuadro nunca busca nada, pero éste siempre encuentra a Pedro Paricio (La Orotava, 1982). Estos días, por ejemplo, está en la Fundación Mapfre Canarias de la capital grancanaria con una muestra de retratos que destilan el ADN de uno de los artistas más cotizados del mundo.

¿Por qué se hizo artista?

No lo sé... Me sentí atraído por algo que no sabía si tenía un espacio para mí. Admito que al principio no entendía el significado real del arte. Eso lo aprendí al llegar a la universidad. Por cierto, a la ULL iba poco, más bien nada...

¿Muchas fugas?

No, demasiadas colas en la TF-5 [ríe]. No llegaba nunca antes de las doce y no valía la pena. Lo de estar en pie a las seis de la mañana para llegar a tiempo a clase no entraba en mis planes.

El arte es como el tren de los Marx; siempre hay alguien que acaba pidiendo más madera..."

Lo de los atascos en la autopista tampoco ha mejorado mucho.

Lo ve, estaba claro... Mi estancia en La Laguna no duró demasiado, lo justo para darme cuenta de que lo que buscaba estaba fuera de la Isla. Primero me marché a estudiar a Salamanca y, más tarde, a Barcelona. Ahí empecé a tener más fundamento [sonríe].

¿Una licenciatura por etapas?

Sí, me costó algo más de lo normal, pero esos años estuve «perdido». A Barcelona llegué sabiendo lo importante que había sido el arte para la humanidad, pero fue allí donde empecé a tomar conciencia de lo que implicaba ser artista. Un año después de terminar la carrera aún no estaba centrado, pero pintaba las paredes del piso compartido. Ahí fui plenamente consciente de que me quería dedicar a esto.

Lo suyo con el arte fue como la promesa de matrimonio, «en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad...».

Lo mismo [ja, ja, ja]. Tenía claro que habría días de hambre y que el camino elegido no sería fácil, pero mi fe era infinita: creía en la pintura y tenía que sobrevivir. Subsistir en un piso destartalado en el que tenía lo justo. Por no tener no había ni un lugar en el que poder ducharme. Eso lo arreglé con 20 euros...

Esto es igual que el fútbol, si un día viene el Manchester City a ficharte tú sólo debes decir ‘yes, yes"

¿20 euros?

Es lo que me costaba la mensualidad del gimnasio. En invierno me aseguraba que volvía duchado a casa. En verano las cosas eran más fáciles y no era necesario realizar ese desembolso. Hubo amigos que me prestaron cosas y, poco a poco, fui tirando. Sabía que la vida de un artista era complicada, pero no tanto. No tenía ni para comprar material, pero no dejé de pintar...

¿Había que buscarse la vida?

Yo no he parado de hacerlo, incluso, antes de tomar conciencia de que me había convertido en un artista. Hice de todo un poco y he vivido en un cuchitril, en un lugar poco recomendable envuelto en muchas incertidumbres y algo de precariedad. La vida de un artista tiene ese puntito de locura... Es algo que se repite cíclicamente.

Cierto, lo vimos en ‘El loco del pelo rojo’.

Ahí vimos los momentos de locura y desesperación de Van Gogh, no el tiempo que se pasaba en el estudio pintando. Mi vida es pintar, pintar, pintar... Cuando te pasas 12 horas al día metido en un estudio aprender a valorar mejor las cosas. El tiempo que me quita la creación es todo para mi familia: eso no es negociable. Yo sin la pintura no soy nada, pero mi familia es todo.

Hablando de negocios. ¿Si al principio todo fue tan duro, por qué no se rindió?

Soy cabezón, muy cabezón... Si se me mete algo aquí dentro voy a por ello hasta el final. ¡A muerte! Al principio, cuando no había beneficios, tuve que resistir. Aguanté todo lo imaginable por el simple hecho de ser artista. Fueron días difíciles, pero me podía comprar un saco de arroz de tres kilos y ya no me faltó la comida. He llegado a comer más arroz que los chinos, pero no me quejo. Hubo días en los que podía ponerle un trozo de carne [ríe]. Entonces sólo estudiaba, pintaba y vivía. Ahora sigo haciendo lo mismo, pero en mejores condiciones...

¿Ahora se puede permitir poner algún langostino entre tanto arroz?

Ahora sí [carcajada]. También he peleado mucho para que eso ocurra y las cosas cambien... Sabía que podía pasar hambre; ahora me permito arroz, como siempre, y algún langostino. Es importante trabajar con el estómago lleno. Para rendir hay que estar bien alimentado.

¿En qué instante empezó a girar su vida hacia la abundancia?

Fue durante un viaje a Londres. Seguía a dos velas, pero aquella experiencia reafirmó mis ideas. Una mañana entré en una galería de arte enorme. Me quedé flipado. Estaba bastante cerca de Christie’s y Sotheby’s, dos de las casas de subastas de arte más reconocidas en todo el mundo, y tenía un montón de pisos. Algo dentro de mí decía que yo tenía que estar allí, pero eso no dejaba de ser una locura. ¿Qué pintaba yo en Londres? Allí dejé los Picasso y Matisse para regresar a Barcelona. A Londres puedes ir a fregar platos o en busca de un sueño. Ésa vez no conseguí ni lo uno ni lo otro, pero ocurrió algo muy curioso... ¿Se lo puedo contar?

Adelante...

Yo había expuesto en España varias veces –en Ikara Gallery de Barcelona / The Canary Paradise; en la Galería Muro de Valencia / Un pintor. Otro y en Fidel Balaguer de Barcelona / Fe Infinita– antes de recibir una llamada de Londres. Eran los mismos de la sala que había ido a visitar durante mi primer viaje; los que vendían cuadros de autores de mucho peso por un dineral. Vieron mi obra en la Balaguer, en la que un buen amigo que ya falleció por culpa de un cáncer me dio una oportunidad, y les gustó. Me ofrecieron un buen negocio [en 2011 expuso medio centenar de obras de Diary of an Artist and Other Stories 2007-2012 cuyo precio oscilaba entre las 25.000 y 120.000 libras que fueron bien acogidas por los compradores] y me convertí en una de las referencias de Halcyon Gallery...

¡Vaya golpe!

Sí que lo fue. Volví a Londres, pero no a fregar platos. Esto es como el fútbol; si un día viene el Manchester City a ficharte tú sólo debes decir yes, yes. Mi nombre estaba en la galería con la que había soñado...

¿Es futbolero?

No, a un nivel de aficionado puede que lo fuera en el pasado, pero las grandes discusiones futbolísticas se las dejo para los que saben.

¿Ahora vive mejor que durante los años en los que casi sólo había arroz y, a veces, un muslo de pollo?

Sí mucho mejor, pero mi primer impulso cuando estoy en el estudio no ha cambiado. El arte es infinito y yo siempre he confiado mucho en mi obra. Yo soy lo que soy y nunca empiezo a pintar calibrando la rentabilidad económica que se le puede sacar a un cuadro. O eres o no eres; yo me siento un artista.

Sí, pero sus obras son en estos momentos muy cotizadas.

Estar en Londres ha visibilizado y encarecido mi obra, pero eso queda en un plano inferior cuando me paso medio día encerrado en el estudio. Desde que trabajo con ellos [Halcyon Gallery] yo sólo me tengo que preocupar de pintar, disfrutar con lo que hago y aprovechar todo el tiempo que le puedo dedicar a la familia.

Sabía que podía pasar hambre; ahora me permito arroz, como siempre, y algún langostino»

¿Qué más quiere?

Seguir aprendiendo de la pintura y crecer con los míos... Sólo llevo tres días en Canarias [comentó el jueves por la mañana] y mi familia acaba de llegar para estar en el estreno de la exposición. Parece que no nos veíamos desde hace años, pero únicamente han sido un par de jornadas. Mis hijos están en una edad bonita y no quiero perderme cosas que después van a ser muy difíciles de recuperar.

¿Qué busca en el arte?

Nada, más bien dejo que el arte me encuentre a mí. Pintar es mi oficio y un compromiso con la vida. Me conformo con estar, aprender algo nuevo, escribir mis cosas, disfrutar del cine, de una buena comida, de la compañía de los míos... Si tengo todo eso sé que en el arte me va a ir bien. Esto es como abrir una ventana al mundo... Todos los días hay que regresar al taller para dejarse la piel sobre el lienzo. No creo en los pesimistas ni en los discursos que agitan una y otra vez que esto ha muerto: el arte es como el tren de los Hermanos Marx; siempre hay alguien que acaba pidiendo más madera. ¿Ha visto la película?

Sí.

¡Es buena! Mientras la parte trasera se cae a pedazos, delante la locomotora sigue a toda velocidad...

El tiempo que no me quita la creación es todo para mi familia: eso no es negociable»

¿Eso es como una huida hacia delante?

O la excusa para aprender de los que vinieron antes. Todos tocamos fondo alguna vez en la vida, pero lo importante es saber que no puedes estar más abajo y, sobre todo, utilizar las herramientas que tienes a tu alcance para iniciar la remontada. Hay buenos y malos artistas, pero hay artistas honestos que lo dan todo y más por seguir contando cosas con sus armas. También hay buenos y malos periodistas, pero uno de los buenos se pilla al vuelo. Conoce su oficio tan bien como yo conozco el mío y cuando se juntan la conversación fluye...

¿Siempre dice lo que piensa?

Si no lo hiciera no estaría aquí. El tiempo vuela y es un elemento valioso en mi vida. Si no estoy trabajando, estoy con los míos. No suelo dedicar mucho rato a esto, pero hay días en los que me apetece hablar de mis cosas, del mundo, del arte...

A usted lo suelen poner bien, dicen que es uno de los grandes talentos artístico del momento...

La crítica, tanto la buena como la mala, hay que aceptarla. Yo coloco el arte siempre por delante del artista, aunque debo admitir que esto es cosa de tres: el creador, la obra y los espectadores que miran y reflexionan para revitalizar el arte. El público es quien debe leer, cuestionar y, si lo cree oportuno, emocionarse ante un cuadro. No hay nada más. Cuando algo no se puede explicar, mejor no haberlo pintado. A un estudio no se va sólo ha pintar, a un estudio hay que ir a estudiar autores, formas, colores, movimientos. Hay cosas que buscar en lo que hicieron Poussin, Caravaggio, Manet, Velázquez, Van Gogh, Goya, Klimt o Picasso.

Alguno de sus cuadros ha estado colgado junto a un Picasso, ¿cómo es esa sensación?

A ver cómo le explico esto [silencio]. Usted sube al Teide y sabe que lo que tiene a su lado es muy grande y bonito, pero está en el Teide y sabe que debe disfrutar ese instante. Yo no me he sentido presionado por tener una de mis obras al lado de un Picasso, más bien me he sentido un ser muy afortunado. 

¿Dónde debemos rastrear sus influencias pictóricas?

Además de los nombres que ya hemos mencionado, podemos hacer una lista interminable en la que estarían Francis Bacon, Eva Hesse, Rothko, Frida Kahlo, Agnes Martin, Tinttoreto, Basquiat, Louise Bourgeois... Todos los grandes terminan ejerciendo una influencia en lo que haces o intentas hacer... Contar cosas a través de la pintura es algo que admiro de Lucian Freud: la posibilidad de narrar el alma humana está muy presente en todo lo que hago. Eso se logra con los silencios que dominan la soledad de un autor.

¿Pero usted ha contado varias veces que «habla» y «escucha» a su interior?

Sí a mis 17 voces. Sé que son muchas, pero no me hablan todas a la vez. Las escucho y pienso. La pintura es pura sugerencia y en mi caso me dejo asesorar por todas esas voces que agitan mi interior.

¿Qué peso tiene Canarias en su vida?

Mucho, tanto en lo personal como en lo artístico... Yo me crié aquí, mis hijos –tiene dos– están identificados con esta tierra, pienso en clave canaria como una sola unidad... A nivel artístico está la luz. Ésa viene conmigo desde la infancia y suele estar presente con mucha generosidad en mi obra. También está el relato más íntimo de lo que significa nacer y crecer en un territorio insular. Ver el mundo desde aquí y, a su vez, tener la oportunidad de mirar mis raíces desde el exterior me permite tener una visión más global de lo que soy. Este territorio aporta surrealismo y un mestizaje que suele aparecer en mis propuestas. También hay cosas que aprendí en Salamanca, Barcelona, Londres, Ibiza... Esa «pelea» la suele ganar Canarias.

Ahora que lo menciona, ¿sus pies siguen pegados al suelo?

Sí, están bien atados a la tierra. El elogio ilusiona, pero yo no me puedo quedar ahí. Mi universo es más pequeño de lo que la mayoría de la gente cree: el arte y la familia son mi refugio. No hay mucho más. El trabajo y la constancia no garantiza el éxito, pero es un buen recurso para llegar a la excelencia. Yo sigo trabajando con la intensidad de un universitario para mejorar mi obra. Me entusiasma pasar horas y horas leyendo teorías artísticas o textos sobre Historia del Arte. Buscar respuestas que me ayuden a entender por qué un autor hizo las cosas de una manera y no de otra.

¿Cómo es su cara a cara con la nada, con un espacio en blanco?

Quiero tener el control desde el principio... Yo elijo y compro, si es necesario, los colores, el bastidor, el lienzo. Mi pintura tiene sus tiempos. No tardo tanto como Antonio López con el retrato real [La familia de JuanCarlos I - óleo sobre lienzo - 300 x 339, 5 centímetros - 1994 a 2014], pero sí que me gusta trabajar las composiciones. En mis cuadros siempre hay algo de mí que muestro al público pero, a la vez, tienen algo de ellos que les hacen sentir el reflejo de un espejo. El arte es mágico y sirve para reinventar el mundo que yo veo. 

¿Algún color vetado?

No hay vetos. Puede que en alguna fase de mi carrera haya usado más o menos uno, pero un pintor no debe acotar su capacidad de crecer. Es verdad que en esta exposición [Nueve Retratos - Fundación Mapfre Canarias de Las Palmas de GranCanaria] hay poco negro, menos del que suelo usar, pero los colores y las geometrías están sí o sí.

¿Qué van a encontrar los espectadores en ‘Nueve Retratos’?

Es un proyecto al que he dedicado algo más de un año. El catálogo está compuesto por nueve cuadros y una instalación –es la cuarta exposición individual de Pedro Paricio en España– y la escena está dominada por las formas y el color. Casi hay una búsqueda de formas insospechadas a través del retrato. Experimentar con elementos pop sin renunciar a un mensaje clásico. Lo que sí está, y espero que lo aprecien los espectadores, son los monólogos y diálogos que abro en casi todos mis cuadros.