Dashiell Hammett, tras las huellas de la culpabilidad

El olfato del maestro del relato criminal, aparece entre los inspectores y detectives de Alexis Ravelo y José Luis Correa

Dashiell Hammett.

Dashiell Hammett. / SANTIAGO J. HENRÍQUEZ

SANTIAGO J. HENRÍQUEZ

En los años posteriores al fin de la Gran Guerra, el ambiente alcoholizado de algunos salones de Nueva York y Chicago que satisfacían el consumo de güisqui como si se tratara de una nueva tendencia cultural amenazaba con echar abajo el orden y la moral de los estadounidenses más conservadores. La ley Volstead aprobada por el Congreso de los Estados Unidos bajo el mandato de Woodrow Wilson prohibía la fabricación de bebidas alcohólicas embriagadoras con la sola excepción de aquellas autorizadas por el Acta de Prohibición que, con la ayuda de Wayne Wheeler, el famoso abogado de Ohio y líder de la Liga Anti-Saloon, tuvo su origen en los desfases etílicos que los hombres, en su mayor parte, casados, padecían al dilapidar sus sueldos en licores y tabernas hasta, precisamente por esta causa relacionada con el esparcimiento y el alterne, sufrir trastornos de la salud, aumentar la agresividad y propiciar la delincuencia.

El Movimiento de la Templanza y la Liga Antibares señalaron como culpable de estos hechos a la industria del alcohol, no así al consumo, lo que dio lugar a la creación de una red criminal organizada en la que algunos gánsteres como Tom Dennison en Nebraska, Al Capone en Nueva York y Giacomo Colosimo en Chicago aprovecharon el vacío legal existente para desplegar un imperio de fabricación y distribución de bebidas alcohólicas capaz de corromper a policías, jueces y políticos.

Nacido en el condado de St. Mary, al sur del estado de Mariland, el 27 de mayo de 1894, Dashiell Hammett fue testigo directo del efecto pernicioso del alcohol y de la entrada en vigor de la ley seca que, al no dar respuesta a las derivas del consumo, dio lugar al crimen organizado y el gansterismo. De la mano de James Wright y a la edad de quince años el futuro creador de Sam Spade y el agente de la Continental se introdujo no sólo en el misticismo novelesco del relato criminal que, por aquel entonces, tenía cabida gracias al estadounidense Edgar Allan Poe, el dramaturgo de origen inglés Wilkie Collins y el británico Sir Arthur Conan Doyle con obras tales como Los crímenes de la calle Morgue, La piedra lunar y El perro de los Baskerville respectivamente, sino en el mundo de los investigadores reales que, a través de informaciones, hechos y conductas, trataban de resolver los casos, en muchos textos, con técnicas y habilidades que podrían considerarse precursoras de las ciencias forenses modernas, que ordenaban sus clientes. Abierta a todo tipo de usuarios, la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton de Baltimore en la que Hammett comenzó a familiarizarse con casos de corrupción policial, estafas comunes, homicidios y demás delitos penales, prestaba sus servicios a consumidores particulares, pequeñas empresas, grandes corporaciones, compañías de seguro, tribunales y agencias gubernamentales que, por distintos motivos, solicitaban su asistencia.

La vida y la obra del autor guardan una estrecha relación entre sí, sus novelas son el resultado de una historia

Finalizada la Gran Guerra, el autor de Disparos en la noche intenta dedicarse a la publicidad pero se decanta por la literatura. Es entonces cuando el agente de la Continental —el anónimo protagonista de Cosecha roja y La maldición de los Dain— aparece por vez primera en Arson Plus, una de los primeras crónicas publicadas por la revista Black Mask que, desde su fundación en 1920, editaba ficción, historias de aventuras y de detectives impresas en un papel de pulpa de madera barato sobre el que nacieron personajes inolvidables, tramas de tipo criminal y ambientes que alimentaban la intriga cuyo punto de partida era, por un lado, la irrupción del crimen y, por otro, la duda en torno a un supuesto sistema de seguridad que la vida social de los años veinte y treinta presuponía. Aupado por el éxito inmediato de dicha publicación, el célebre interés de los comics y la venta de libros de bolsillo, Sam Spade convertirá a Peter Collinson —el seudónimo utilizado por el joven de las calles de Filadelfia en la revista estadounidense—, en un escritor de nivel. Al personaje central de El halcón maltés en 1930 le seguirán, un año después, Ned Beaumont, el sofisticado guardaespaldas de Paul Madvig que hace de detective en La llave de cristal, y el matrimonio formado por Nick y Nora Charles que, en 1934, protagonizan El hombre delgado.

El reflejo de la corrupción existente en la sociedad norteamericana del momento desde el punto de vista del crimen organizado y de la delincuencia es, junto al ius puniendi del Estado para el que trabajan los detectives, uno de los mayores atributos de la novelística de Hammett. La temprana interacción que tuvo el escritor con todo tipo de malhechores vinculados a grupos de poder, estructuras organizativas de carácter mafioso y delincuentes especializados en tratar de escapar de la acción de la justicia le hicieron conocedor de la perversidad constante y activa del mundo criminal así como del mal que se debe esperar de toda clase de pistoleros. Desde el robo y la ratería hasta el asesinato de algún personaje con la concurrencia de hechos singularmente graves como la premeditación, la alevosía o la propia consumación del delito en oscuras circunstancias, la cooperación de Sam Spade y el agente de la Continental con las fuerzas del orden locales surge casi siempre como garantía de protección en una sociedad que parece estar «enviciada», según el propio Hammett, «a punto de caer en una degeneración que crece vertiginosamente», insiste, «y se comporta como un monstruo espantoso que solo busca defender su territorio para retroalimentarse».

El que fuera mensajero para los ferrocarriles de Baltimore y Ohio, mozo de estación e investigador de la Agencia Pinkerton para llevar a cabo el trabajo sucio, conocer de primera mano los fundamentos del sistema capitalista norteamericano e informar sobre el movimiento de la clase obrera —The Industrial Workers of the World— cuyo objetivo no era otro más que la emancipación de la esclavitud capitalista, conocía bien los bajos fondos de ese mundo. Los crímenes, tal y como acontecen en las historias de Agatha Christie, no tienen lugar en barrios elegantes o en lujosas casas de campo con jardines de invierno, áreas de recreación y olor a lavanda, sino en barrios humildes donde la mafia, la delincuencia y todo tipo de acciones contrarias a la ley aumentan cada día. «Ned Beaumont, apartando sus manos del muerto, se enderezó», evidencia el narrador sobre el escolta de Madvig en La llave de cristal. «La cabeza del cadáver rodó un poco hacia la izquierda», continúa, «separándose del bordillo de la acera, de tal modo que la cara quedó iluminada por el farol de la esquina. Era un rostro joven y su expresión de ira se acentuaba a causa del surco oscuro que le cruzaba la frente en diagonal, desde el arranque de los rubios cabellos hasta una ceja».

La vida y la obra de Dashiell Hammett guardan una estrecha relación entre sí. Sus novelas son el resultado de una historia que contar en correspondencia con los hechos vividos por él mismo junto a James Wright, su ídolo y, muy probablemente, la inspiración del agente de la Continental. Enigmático y contradictorio, el joven de Baltimore destacó de manera inmediata por su realismo, la transparencia con la que sintetiza el papel de sus personajes, la hipocresía social, el cinismo y la representación de datos cuantitativos que ayudan a correlacionar el crimen con el homicida. «Miré los objetos que había sobre la mesa», recuerda el agente de la Continental en La décima pista. «Un joyero vacío, una agenda, tres cartas de sendos sobres abiertos dirigidos a la víctima…. Parte de los objetos estaban manchados de sangre», observa dirigiendo de nuevo la mirada a cada uno de los elementos, «parte estaban limpios».

Sesenta y dos años después del fallecimiento de Dashiell Hammett en enero de 1961, algunos agentes, inspectores y detectives privados como Sonchai Jitpleecheep creado por el novelista de origen inglés John Burdett, Mma Precious Ramotswe, ideada por el escritor zimbabuense Alexander McCall Smith, y el inspector Chen Cao al que dio forma el escritor chino de novela policíaca Qiu Xiaolong en 2000, continúan utilizando su olfato policial en favor de la ley y el orden en aquel lugar del planeta donde se encuentren. En España, el inspector Plinio creado por Francisco García Pavón en los años sesenta del siglo pasado y Pepe Carvalho, protagonista de una serie de novelas y relatos de ficción creados por Manuel Vázquez Montalbán en los años de la transición, trasladan el escenario de las novelas de Raymond Chandler, Frederick Dannay y Manfred Bennington en los que veíamos actuar a Philip Marlowe y Ellery Queen, a Castilla-La Mancha, Madrid y Barcelona.

Fue testigo directo del efecto pernicioso del alcohol y de la entrada en vigor de la ley seca, que dio lugar al crimen organizado

En Canarias, Eladio Monroy, personaje central de Los tipos duros no leen poesía y otras novelas de la misma serie diseñada por Alexis Ravelo, «no es policía ni detective» pero investiga y trapichea sin que sus actos sean constitutivos de delito. Ricardo Blanco, el detective de José Luis Correa que consigue montar una agencia local de investigación gracias al préstamo de un amigo, «comenzó varias carreras (ingeniería, derecho, psicología…)» y, aunque «no terminó ninguna», pide igualmente paso por el talento y la audacia que ya aplicaron sus antepasados. En ambos casos, conviene que el lector se transforme en detective con el fin de entrar en ese juego de deducciones, inducciones y correlaciones que, aunque enraizado en la novela criminal de Hammett, desarrolla en ambos escritores una progresión fascinante que va del escalofrío, el shock y el suspense, al progresivo desvelamiento de la verdad, lo que tanto en Ravelo como en Correa, se siente como una imposición externa conquistada por el esfuerzo y el orden social.

«Las novelas de detectives han creado un tipo especial de lectores», escribe Borges en Selected Non Fiction, al subrayar la importancia del razonamiento y el escepticismo de los detectives en la resolución de los casos. Quizá sea este juego de afirmaciones y negaciones lo que, en la novela negra, hace que lo que se aprecia a simple vista en la escena del crimen se desvanezca en favor de la lógica aristotélica: un modelo de investigación fundamentado sobre los principios del razonamiento válido que, desde los tiempos clásicos, descansa sobre la idea de la sensatez y el axioma de la no contradicción. En el centésimo trigésimo noveno aniversario del nacimiento del precursor de la novela negra, Dashiell Hammett, el presente trabajo es un tributo a su memoria.