Política y moda

Hay que ser muy hombre para llevar un bolso, por Patrycia Centeno

Dos jugadores del Betis, Borja Iglesias y Aitor Ruibal, han recibido varias críticas en las redes sociales por acudir con un bolso a una boda

Jugadores del Betis.

Jugadores del Betis.

Patrycia Centeno

Para llevar un bolso, una falda, un tacón, las uñas o la raya del ojo pintadas…

Junio de 2023. Dos jugadores del Betis, Borja Iglesias y Aitor Ruibal, reciben un alud de críticas por acudir con un bolso a una boda. El primero portaba un diseño de Dior valorado en 3.500 euros y el segundo, un clutch original de Alexander McQueen de 1.290 euros. Los reproches no hacían alusión al precio del accesorio ni tampoco al típico horterismo que acompaña a los jugadores de fútbol (esa obsesión no por el diseño sino más bien por el marquismo que define tan bien al nuevo rico). Junto al pelo rosa y las uñas pintadas de uno de ellos, aquellos bolsos desbocaron una vez más una oleada de comentarios homófobos y, si me lo permiten, siempre con ese cariz de fondo tan misógino...

No existe una relación natural entre una prenda de vestir y la feminidad o la masculinidad. La forma en que el vestir connota feminidad o masculinidad varía de una cultura a otra. Mientras en Occidente los pantalones solían asociarse a los hombres y hasta el siglo XX fue indecente que una mujer se los enfundara, en Oriente Próximo se han llevado indistintamente. En cambio, la falda y el vestido vistieron durante siglos tanto a hombres como a mujeres.

Y es que si comparamos la vestimenta actual con la clásica, la medieval o la de las civilizaciones modernas, observaremos que nunca antes en la historia de la indumentaria había existido una distinción tan clara entre géneros. La diferenciación entre hombre y mujer no fue tan importante como la de clase hasta principios del siglo XVIII. Por ejemplo, a finales del siglo XV, el traje de moda se había vuelto tan fantástico y recargado que era difícil distinguir a un hombre de una mujer desde lejos. Los sombreros, los tacones altos, los colores (el rosa se consideraba el color del poder) y estampados, las pelucas con peinados imposibles y el maquillaje eran propios de ambos sexos.

Pero ni cuando los aristócratas varones se engalanaban más que las féminas, la moda dejó de asociarse a la feminidad. Ya en aquellas épocas se señalaba el peligro de la feminización. Afeminarse no tenía el significado de hoy (gay), sólo se alertaba de que si se afeminaban (pacificaban) y entretenían con la belleza de las prendas y el cuidado de su cuerpo, luego no ahorraban ni invertían en la defensa militar ni deseaban ir a la guerra...

Hoy, en general, las mujeres podemos masculinizar nuestro atuendo y comportamiento sin problemas penales o de reputación, como ocurría hace apenas unas décadas. “Travesti” ya sólo se aplica al hombre que se viste de mujer, no al revés. Porque los hombres todavía siguen intentando normalizar que un bolso no defina su sexualidad. Ya desde pequeños, las niñas tienen mayor margen para explorar las formas masculinas que el que tienen los niños para practicar con las estéticas o deportes femeninos porque se sigue concediendo mayor valor jerárquico a lo masculino que a lo femenino.

Y es que al emular un estilo se reconoce fascinación por quien lo lleva. Así como las mujeres admiraron las ventajas (derechos) que concedía hacerse pasar por un hombre (pese a la marginación que supuso en su día), la mayoría de varones sigue sin atreverse porque no encuentran grandes beneficios en feminizar su estilismo (la diversidad y la sensibilidad siguen sin ser grandes bienes en este sistema patriarcal).

Pero esa delicadeza para adoptar y ajustarse a formas más suaves, delicadas o simplemente proscritas culturalmente para el varón por el simple hecho de asociarse a lo femenino sí suele producir en la mirada de la mujer heterosexual una atracción parecida a cuando un hombre abandona el viejo modelo de chico duro y cocina, acaricia a su perro, peina a su hija, se emociona con una escena de una película, empuja un cochecito de bebé o va con el carrito a la compra. Cuanto más sanas se vuelven las relaciones y menos sujetas están a tóxicos estereoptipos heteroptariarcales de dominación e imposición; la ternura, el mimo y la finura son cualidades de lo más estimulantes. Pero claro, hay que ser muy hombre (valientemente vulnerable) para feminizarse.

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