Gente de compras en la calle Castillo. | | C.W.L.

Imagen de los exteriores de El Corte Inglés, donde se reúnen varios compradores. | | CARSTEN W. LAURITSEN

Natalia baja con rapidez de una guagua que para en la calle Álvaro Rodríguez López, justo enfrente de uno de los centros cerrados que es referencia en la zona comercial de Cabo-Llanos. Llega a Santa Cruz desde el norte de la Isla. En su día libre acude a la llamada del consumo. “A mirar, más bien; no tengo claro qué comprar”, subraya. Es 8 de diciembre y el largo puente de la Constitución y la Inmaculada anuncia Navidad. En apariencia, el consumo es normal, aunque se nota menos gente en la Concepción que en el Día de la Carta Magna, el pasado lunes. En ambos casos, pese al barniz de nueva normalidad, la sombra de la Covid-19 es alargada con unos datos especialmente negativos en Tenerife. Por eso, las fiestas en la Isla se prevén más que nunca en familia. O, al menos, eso es lo que se confiesa públicamente.

Una hora antes de la apertura del centro comercial la actividad se reduce a algunos trabajadores que se desperezan en la terraza. Es hora de desayunar. Al contrario que otros días laborables, apenas hay coches en el acceso al garaje. No se trabaja en la ciudad y el que viene al parking lo hace para comprar. De fondo, la tenue melodía de un conocido villancico. Un sonido tan tímido como el sol, porque la mañana chicharrera es más bien fresquita. Apenas gente desayunando. Es muy temprano en el último día del largo puente de principios de diciembre.

Hay de todo, de todos los colores y clases entre quienes ocupan las mesas. Dos empleados de un centro comercial que todavía no ha abierto sus puertas conversan entre cortados. Un poco más allá, una madre, ya abuela, y su hija planifican la compra para su nieta e hija, respectivamente. Completa el panorama otra pareja, la de dos amigas jóvenes a las que se les nota consumistas natas. Centran su charla en la ropa que van a adquirir. Eso sí, tanto estas personas como todas las que pasan por este reportaje tenían puesta su mascarilla y respetaban la distancia de seguridad. Salvo algún que otro abrazo espontáneo rápidamente subsanado con un retroceso natural. Ya se sabe que la costumbre es ley y algo difícil de quitar, aún en estos tiempos convulsos de la Covid-19.

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Desde detrás del mostrador.

Mariangel, camarera de uno de los puntos de gastronomía de la terraza, habla sin tapujos de las “aglomeraciones” de estos días. Tras el cierre del pasado domingo, el lunes, día al que se pasó el festivo para celebrar la Constitución de 1978, “fue algo increíble” y “hoy (por ayer), se presume parecido”. Y sentencia: “Ha sido decir quédate en casa y es como si la gente lo haya entendido para salir. Justo al contrario”. Reclama “prudencia” y cumplir la normativa.

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Una doble óptica.

Cristina trabaja en una tienda del centro de la capital tinerfeña. El lunes, afirma, “estuvo muy bien, sobre todo por la mañana. Por la tarde bajó un poco pero en líneas generales entró mucha gente”. Ayer, sin embargo le tocaba librar y dejó su papel de dependienta para convertirse en cliente. Fue ella la que se marchó de tiendas. Lo cuenta desde una interesante doble óptica: “Estuve por la calle Castillo y la zona centro. Llena a tope y con gente por todos lados, como en un puente de diciembre normal. No se nota apenas la pandemia, salvo por las mascarillas y, también, por el control del acceso y el aforo en determinadas tiendas. En todas, no”.

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Al súper y temprano.

María y Ruymán forman una pareja de mediana edad. Viven muy cerca, en la zona de La Salle, y lo tienen claro: “Venimos temprano y al supermercado. No compramos durante estos días porque está todo masificado. Y existe peligro, eso es evidente”. Su experiencia cuenta porque “al vivir tan cerca, lo vemos todos los días”. En su caso, han previsto pasar una Navidad “en nuestra casa y la familia, en la suya”. E insisten: “Hay demasiada gente en la calle, muchas colas y el virus anda por ahí, como muestran los datos cada día”.

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Una visión peculiar.

Vincenzo, italiano por el nombre y el acento, da otra versión de estas fechas. Él, que aparenta ser una persona ya mayor, está en día libre y aprovecha para “ir al único sitio abierto en la ciudad”, que es el centro comercial. Lo tiene claro: “No compro ahora, yo lo hago después de la Navidad. Para comprobar si el descuento que anuncian es verdad, pero casi siempre es pura mentira”. Trata ala pandemia “con respeto, por supuesto”, pero es critico: “No me creo del todo lo que dicen los gobiernos, sean del signo que sean. No me trago lo que cuentan porque la seguridad no existe, en realidad”. Y continúa pasillo adelante con su paraguas. La figura alta y enjuta de quien acumula muchos años de experiencia a sus espaldas.

A partir de las diez de la mañana todo cambia. Casi de forma mágica. Natalia ya está en la cola para entrar a una tienda multinacional de ropa. Algo se va a llevar, aunque sigue sin tenerlo claro del todo. El villancico del principio suena ahora mucho más potente, la gente comienza a aglomerarse a la puerta de los comercios y se forman colas para cumplir con las restricciones de aforo. Hasta el sol sale ya con fuerza y sus rayos empiezan a calentar. La campaña de Navidad comienza. O, mejor, continúa. Con más o menos normalidad, pero las compras se hacen con respeto. Entre mascarillas, distancia y otras medidas de seguridad. La pandemia sigue ahí.

Carmen y Montse son amigas de Santa Cruz y acuden al centro comercial “a ver si encontramos algún chollo, pero nada concreto para comprar”. Advierten de su intención de “pasar la Navidad en casa, no somos de muchas salidas”. Respecto a la pandemia, aseguran no tener “temor, pero sí cuidado. No hay que llegar a obsesionarse, porque tenemos que vivir”.

Cova y su hijo adolescente Daniel llegan desde Vallesco con la idea de comprar unos pijamas. Asegura que “hay que aprovechar el festivo y la hora, porque luego esto se llena de gente”. Dice llevar la pandemia “mal” y anuncia unas fiestas navideñas “en casa, pero no por esto; es algo habitual”. Le preocupan “mis padres, que viven en la planta baja y son mayores”.