Apenas hay tráfico rodado. Los coches han cedido el paso al transeúnte, familiar y dominguero, que desprovisto de la rutina y la prisa semanal transita con ritmo cansino, sin prisa alguna. En el parque García Sanabria los hay de todo tipo y condición: mayores y pequeños; acompañados por perros o solitarios; en pareja; tirando de carritos de bebés o llevando a niños de la mano; deportistas y sedentarios; tocados con sombreros o a cabeza descubierta... Pero más que de semáforo rojo, la mañana en Santa Cruz era de auténtico termómetro rojo y es que, asomando la primera semana de noviembre en el calendario, la capital lucía azul y con veintitantos grados.

Alberto y Javier, dos treintañeros, aseguran haber huido literalmente de La Laguna: "aquello estaba imposible", dicen, y buscaron refugio en el pulmón santacrucero. Sentados plácidamente en un banco, a la sombra y frente a la fuente donde luce la gigantesca escultura de La Fecundidad, no tienen la sensación de que en Tenerife se viva un estado de semáforo rojo. "Se dice que los casos están creciendo, pero si nos comparamos con lugares de la Península, no creo que la situación aquí sea tan grave", afirma Alberto. Bien es verdad que ambos, cubiertos con la preceptiva mascarilla y guardando la distancia de seguridad, coinciden en la idea de que "pese a las advertencias por parte de las autoridades hay gente que no se toma esto nada en serio".

Un pacto con la pandemia

La cafetería emplazada junto al emblemático Rejoj de Flores parece haber pactado con el virus. Mientras el gremio de hostelería se debate entre el ser y el no ser, allí no cabe un alma. Hasta se genera una improvisada lista de espera, gentes que aguardan pacientemente su turno y ocupan los mesas libres tan pronto como se procede a su desinfección. Los camareros sortean aquel laberinto, bandeja en mano, en un alarde de auténtico equilibrio, llevando de acá para allá cortados, barraquitos, dulces, cervezas, agua... "El servicio de la 3", se oye, a lo que un eco responde: "¡Oído!".

Leocadio, hombre maduro, ataviado con atuendo sport, estima que estamos sujetos a una serie de condicionantes que nos obligan a mantener "ciertos cuidados". No obstante, considera que "el miedo es que nos estamos acostumbrando, algo lógico", pero la contrapartida es que "en ocasiones bajamos la alerta, la guardia", sobre todo los mayores, y habla de una mala utilización de la mascarilla, las visitas inoportunas y desaconsejables a casa de los abuelos. Y rompe una lanza en favor de los tan denostados pibes: "Ellos lo están haciendo bien y ahí está; llevamos ya más de dos meses y pico de colegio y el resultado no puede ser más óptimo. Los adultos nos lo tendríamos que hacer ver".

Una pareja de policías nacionales camina en paralelo, con pasos bien acompasados y a la distancia ordenada. Ocupan cada flanco del paseo y su sola presencia contribuye a generar sensación de seguridad. De repente, un runner cambia el ritmo y los supera por la calle central, jadeante y sudoroso, mientras lanza una mirada al reloj, no al de flores, sino al que luce en su muñeca, el que marca los parámetros del esfuerzo.

A ritmo de 'runner'

Tanta velocidad en un domingo parece sorprender a dos señoras que charlan animadamente bajo la sombra de un árbol y que automáticamente giran sus cabezas: "¡Dios mío!", dice la más canosa, pero pasan unos segundos y no tardan en recuperar el hilo de la conversación, acompañado del típico movimiento de brazos, ese característico lenguaje gestual.

Muy cerca de allí, en la zona de juegos infantiles que está habilitada junto a la cafetería, los pequeños se embarcan en un histórico galeón y, metidos en su mundo, son capaces de piratear cualquier norma; mezclados y abrazados, batiéndose en duelo abierto con todo tipo de virus; escalan y ponen rumbo a la aventura sin tener en cuenta ni mascarillas ni geles hidroalcohólicos, ni distancia ni seguridad: es el cuerpo a cuerpo. Ya habrá tiempo de regresar al puerto de la realidad, surcar por los mares de la rutina, de vuelta al aula y a las exigencias escolares.

Por uno de los accesos al paseo que recuerda al crítico y pensador Domingo Pérez Minik camina Saray con paso ligero, acompañada de su hija. Es de las personas que sostiene que intenta cumplir las recomendaciones que establecen las autoridades sanitarias y lo tiene meridianamente claro. "Creo que si hay que poner restricciones y limitaciones para que eso repercuta en nuestra salud y por tanto redunda en un beneficio para todos, pues bienvenido sea".

A la vista está la escultura Homenaje a las Islas Canarias, obra de Pablo Serrano, a pocos pasos del lugar donde un grupo de scouts, con sus llamativas y coloridas prendas, sigue con extrema atención los consejos de un instructor. Se concentran con el oído puesto, asienten, hasta que en un abrir y cerrar de ojos se dispersan por los jardines. Y claro, como la vida también puede entenderse como un juego, a pesar de tanta incertidumbre, unas niñas se divierten entre risas haciendo girar aros de colores a golpe de cadera.

Y las palomas, impertinentes, siempre en medio, aleteando su presencia. Otro virus.