Nublado, pero con claros y sol. Así transcurrió buena parte de la mañana de ayer en La Laguna, lo que propició un reguero de paseantes.

Una prueba irrefutable que indica que la economía está viva llega en el instante en el que un camarero te entrega un ticket en un pequeño plato de color marrón y le mete un "pellizcón" a tu cartera: cuatro euros por un jugo de naranja grande -servido en un vaso de Nocilla- y un cortado. Las calles de Aguere están concurridas a media mañana. Unos hacen cola en la panadería; otros alivian su sed con medio litro de cerveza tras una dura sesión de bicicleta.

Los paseos perrunos se suman a las imágenes más repetidas en el casco histórico de la Ciudad de los Adelantos en un domingo en semáforo rojo. "El virus sigue entre nosotros", repite el sistema de megafonía de un 4x4 de Protección Civil que se aproxima a la fachada principal del Instituto de Canarias Cabrera Pinto. Efectivos de la Policía Local y de la Policía Autonómica patean las calles "armados" con un talonario de sanciones. De vez en cuando, se dirigen a un peatón que no lleva la mascarilla correctamente. "Si no se cubre la nariz tendré que multarlo", avisan a un joven que se mueve en medio de un pelotón de adolescentes. "Guarden la distancia", recuerda el mismo agente antes de reanudar la marcha.

"Aprovechar el momento"

La sensación que destila un recorrido por el corazón de un municipio que en la actualidad tiene una elevada incidencia de casos de coronavirus es que "hay que exprimir al máximo el momento por si nos vuelven a confinar", relata un varón de mediana edad que acaba de adquirir un ejemplar de EL DÍA en un quiosco de la plaza de la Catedral. "Igual en pocos días nos ponen el toque de queda", vaticina señalando un titular que alerta sobre un contagio masivo en una residencia de mayores de Santa Cruz.

Con el aperitivo ya en camino, el aspecto que presenta el entorno de la Concepción no es precisamente de miedo. Un paseo lagunero en mangas de camisa no se perdona y, en el peor de los casos, la gran mayoría de las personas con los que nos cruzamos habla de lo mismo: "Hay que aprovechar antes de que nos vuelvan a encerrar". Esa es la filosofía con la que las mesas empiezan a llenarse de copas de vino, cafés, gin-tonic, cervezas, zumos... Ni rastro del semáforo en rojo.

A la espera de la presencial policial, hay puntos en los que se concentran más de diez personas un espacio en el que difícilmente aparcarían dos coches. La falta de conciencia vuelve a reunir como siempre a un nutrido grupo de conocidos en torno a uno de los placeres que mejor valoran los latinos: un ratito de conversación y algo de picoteo. Y es que ayer, La Laguna no perdonó el aperitivo.

Lo de los niños es otra historia... ¿De qué sirven los llamados grupos burbujas que se crean en los colegios de lunes a viernes si luego, los sábados y domingos se entremezclan como el vinagre y la aceite en una ensalada? Algo está fallando en los protocolos de economía doméstica.

Balones, bicicletas, patinetas y patines son las referencias cuando se quiere evitar a los más pequeños de la casa. Runners sorprendidos por el gentío, religiosas que regresan del mercado con unas bolsas con verduras y algún que otro vendedor de fortuna que aguarda en un rincón soleado que le pidan un número para el próximo sorteo. Esa es la imagen que ofrecía al mediodía de ayer una ciudad que no se resiste a estos ratitos, es decir, que disfruta laguneando.