Agustín de Betancourt vuelve a Madrid

Doscientos años después de su muerte, una exposición recupera el legado del científico tinerfeño, que trabajó en las Cortes de Madrid y a la orden del zar Alejandro I

Agustín de Betancourt

Agustín de Betancourt / Efe

Natural del Puerto de la Cruz, hijo de un militar y una aristócrata que se preocupó por su educación, fue ingeniero, inventor y espía entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Ayudó a la organización de la expedición ‘Malaspina’, una de las primeras de carácter científico que se hizo alrededor del mundo. Viajó desde Francia a Inglaterra para descubrir los secretos que encerraba la máquina de vapor de James Watt.

Nació en el Puerto de la Cruz (Tenerife), pero trabajó en las Cortes de Madrid y se exilió en Francia antes de instalarse en San Petersburgo al servicio del zar Alejandro I; doscientos años después de su muerte, una exposición recupera el legado de Agustín de Betancourt y la singular singladura geográfica y profesional de un científico excepcional. «Betancourt 200 (1978-2024)» abre mañana al público en la sede principal de la Biblioteca Nacional, en Madrid, y hasta el próximo 24 de mayo los visitantes podrán descubrir la extraordinaria labor del ingeniero español, sus conexiones con numerosas autoridades políticas y científicas en la «Europa de las Luces» o el ingenio que desplegó con reyes y ministros.

Cosmopolita, inventor, viajero, ingeniero y hasta espía; la fascinante trayectoria de Agustín de Betancourt queda plasmada en una muestra que abre en Madrid organizada por el Gobierno de Canarias, el Ayuntamiento de Puerto de la Cruz y el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. La muestra recorre su labor en cada uno de los lugares donde recaló; cómo estudió algunas máquinas e inventó y desarrolló otras; cómo contribuyó a fundar las primeras escuelas y museos de ingeniería en España o en Rusia; o el decisivo papel que jugó para impulsar un cuerpo profesional cuya proyección e importancia dura hasta hoy: el de los ingenieros de caminos y canales. Muchos de los nuevos caminos que se abrieron en el siglo XIX para facilitar las comunicaciones europeas o las infraestructuras de abastecimiento llevan el nombre de Betancourt, y algunos de los mecanismos que permitieron transmitir esos conocimientos de un lugar a otro de la geografía arrastran también su firma. Hijo de un militar y de una aristócrata que se encargó de su educación, en su biografía destacan además algunos nombres de mujer, y entre ellos el de su hermana María del Carmen, considerada como una las primeras científicas españolas y junto a quien inventó la máquina epicilíndrica para entorchar la seda y otros inventos que revolucionaron la industria textil.

Supervisó la construcción de las minas de Almadén; protagonizó el primer lanzamiento de un globo aerostático en España (desde la Casa de Campo de Madrid en 1783); y viajó a París, donde entró en contacto con algunos de los científicos galos más destacados.

Desde Francia viajó a Inglaterra, en una misión que hoy se podría calificar de espionaje industrial, para conocer a James Watt y averiguar los secretos de la máquina de vapor de doble efecto que estaba desarrollando; a su vuelta a París, reprodujo y replicó una de esas máquinas, considerada un elemento claves de la modernización económica y de la industrialización. Instaló el primer telégrafo óptico entre Madrid, contribuyó a la organización de la expedición Malaspina, una de las primeras expediciones científicas alrededor del mundo, y enseñó a Goya la técnica del grabado a la «aguatinta», que él aprendió en Inglaterra y que el pintor usó en los Caprichos. La acumulación de inventos no impidió su enfrentamiento con Godoy y su decisión de exiliarse a Francia, desde donde viajó a San Petersburgo para trabajar al servicio del zar Alejandro I y acabar nombrado mariscal del Ejército Imperial, y diseñar algunos de los edificios más característicos y emblemáticos del neoclásico ruso.