Venga, circule

Aceptar cookies

Antes uno podía escoger qué tipo de contenidos quería consumir, ahora las aplicaciones nos obligan por defecto a ver lo que miles de desconocidos comparten en redes, nos interese o no

Meryem El Mehdati

Es extraño, ya no comprendo del todo cómo funciona. Recuerdo la curiosidad y la constante sorpresa de los primeros años. ¿De verdad podía hablar con personas que estaban a miles de kilómetros de mí? Sí, de verdad. En un ciberlocutorio cochambroso del centro comercial de Puerto Rico -aún existe, lo vi ayer, aunque ahora piden cincuenta céntimos por una impresión sencilla en DIN A4- creé las que serían mis primeras cuentas en harrylatino punto com y fanfiction punto net, ambas páginas webs muy rudimentarias que servían más como base de datos que como páginas web. No todo el mundo tenía conexión en casa, no existía el concepto “fibra óptica” y los teléfonos móviles aún no se habían convertido en lo que son hoy. Nos expresábamos mediante estados de Messenger que resultaban crípticos, líricos o algo pueriles en un intento de diferenciarnos del otro. Enviábamos zumbidos para llamar la atención de interlocutores que bien se daban por aludidos o bien no, y veíamos la pantalla de nuestra conversación sacudirse como si acabara de golpearla un terremoto. Pedíamos: «Hazme caso» o «Respóndeme» sin decirlo. Surgieron Fotolog y MySpace y los posts y escritos que se compartían venían de blogs cuyos autores guardaban con recelo su anonimato. Echo de menos eso. Echo de menos no verle la cara a todo el mundo todo el rato, saber menos de la gente o incluso no saber nada de sus vidas. Antes uno podía escoger qué tipo de contenidos quería consumir, ahora las aplicaciones nos obligan por defecto a ver lo que miles de desconocidos comparten en redes, nos interese o no. No entiendo por qué hemos perdido el celo y mostramos cada minúsculo detalle de nuestros días o cada pensamiento estúpido que se nos ocurre a extraños a los que no podríamos importarles menos. Recuerdo con nostalgia esos años en los que nadie intentaba venderme nada cada minuto, cada día, cada hora, y podía aún encontrar información en buscadores como Google sin sentir que estaba luchando contra rastreadores, cookies y el SEO. Durante muchos años creí genuinamente que Internet se había creado para mí y que nunca llegaría un día en el que observaría todas las posibilidades que ponía a mi alcance con recelo, casi hastiada. Lo cierto es que me cansé en cierta forma, ya no sé usarlo. Ahí donde tantos buscan hacerse virales, unos pocos solo pensamos en decrecer y pasar cada vez más desapercibidos. Que se sepa lo menos posible sobre nosotros. Supongo que me he hecho vieja, no entiendo los bailes de Tiktok que tan alegremente se comparten, ni la popularidad de las cuentas de madres y padres que explotan las imágenes de sus hijos para ganar seguidores, ni cómo tantas personas cayeron en la estafa de los NFT.

Antes, antes uno iba a Internet. Era un lugar al que dirigirse, un ordenador en una mesa a la que uno se sentaba y de la que podía levantarse en cuanto quisiera. Podíamos salir y volver. Ahora es inescapable, el terror. Ya no es una herramienta, hemos articulado todo a su alrededor. Es nuestra vida, casi. ¿Cómo entendernos a nosotros mismos si desapareciese? No habría apenas testamento de lo que fuimos. Todo lo compartido podrá ser usado en nuestra contra ante un tribunal formado por nuestros iguales, no leímos con atención la letra pequeña antes de darle a Sí, acepto y nuestras imágenes, vídeos y escritos se emplean para nutrir la inteligencia artificial, que lo mismo nos ayuda a crear una presentación de Powerpoint que nos genera un deepfake con el que intentar hundirle la vida a alguien. No, ya no me gusta Internet, la verdad. No encuentro nada de lo que quiero encontrar a la primera, es horrible. Detesto hacer una búsqueda en Google y ser acosada desde ese preciso momento con anuncios de empresas que ofertan ese artículo por el que me interesé, como si mi tranquilidad fuese el precio que pagar por haber buscado cuánto valía un determinado tocadiscos. Ni siquiera era para mí, ese tocadiscos, lo busqué a petición de alguien y ahora cada vez que abro Instagram vivo una pesadilla en la que todos los anuncios que me saltan están basados en lo que el algoritmo cree que me va a interesar por esa búsqueda maldita que hice. Cómo me gustaría poder volver atrás en el tiempo.

Suscríbete para seguir leyendo