Ciencia

Un viaje hasta el quinto pino

La asociación Fénix Canaria muestra el fósil de una piña de pino canario de al menos cinco millones de años hallada en Alicante

Fósil de piña de Pinus Canariensis expuesto en un museo de Elche.

Fósil de piña de Pinus Canariensis expuesto en un museo de Elche. / FÉNIX CANARIAS

Verónica Pavés

Verónica Pavés

El molde fósil de la piña de un pino canario se muestra con orgullo en un museo de Elche. La roca está tallada con los surcos característicos de las escamas –o piñones– que conforman la ovoideo-cónica flor de los pinos canarios. La pieza de museo tiene entre 5 y 2 millones de años, tal y como reza su descripción, que también muestra algo inusual: se encontró en el pueblo costero de Guardamar del Segura (Alicante).

La imagen hace saltar las alarmas de quienes tienen la fortuna de contemplarla a través de las redes sociales. «¿Cómo es posible que un pino canario llegue hasta la costa mediterránea?», se pregunta un internauta. La respuesta está en la propia evolución y los cambios a los que ha estado sometido el planeta Tierra durante años. Aunque parezca mentira, el pino canario no siempre formó parte del Archipiélago. Sobre todo, porque es más viejo incluso que las Islas. Este árbol «apareció en el mundo probablemente en el periodo del Jurásico (hace entre 200 a 145 millones de años) y no llegó a Canarias hasta hace unos 13 millones de años», explica Víctor de León, biólogo de la Asociación Fenix Canarias.

Origen

Los investigadores cada vez cuentan con más certezas para afirmar que el pino apareció cuando solo existía un gran continente en el planeta: Pangea. Y es que las características únicas del pino canario, tales como sus hojas de tres acículas, se repiten en los árboles de lugares muy remotos, como Norteamérica o Asia.

El pino se asentó entonces también Europa. «De ahí, probablemente saltó a Canarias, aunque no sabemos exactamente desde dónde», explica León. Lo más posible es que lo haya hecho desde la cuenca mediterránea, donde se han encontrado este y otros fósiles similares, aunque siempre de forma puntual y escasa.

Tres de cada diez árboles que conforman el paisaje canario pertenecen a esta especie

El primer testimonio fósil sobre la presencia de Pinus canariensis en la Península procede de un trabajo muy antiguo, de mediados del siglo XIX. Se describe en ese único estudio la presencia de esta especie durante el Plioceno –que comenzó hace 5,33 millones de años– en la costa de Murcia. Casi un siglo y medio después, un estudio realizado por un grupo de investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid y de la Universidad Complutense de Madrid en 2003, confirmó la presencia de esta especie también en el levante español y el sureste ibérico durante el Plioceno inferior.

Estos característicos pinos también estaban repartidos por toda Europa, pues existen registros aún más antiguos de su presencia en Austria o Turquía. Algunos estudios genéticos han llegado a relacionar al pino canario con una especie que habita en el Himalaya, llamada Pinus roxburghii. «Cuenta con unas acículas igual de largas que el pino canario», afirma León. De hecho, la mayor parte de los pinos europeos disponen de solo dos acículas, lo que hace que la forma de las hojas del pino canario sea aún más especial.

Se desconoce cómo el pino llegó a Canarias, aunque probablemente haya sido con el viento o mediante la ayuda inestimable de un dispersor de semillas. Bastaba con que un ave se zampara unos cuantos piñones de almuerzo para trasladar sus semillas hasta el Archipiélago. Y así fue. En las Islas, el pino encontró un terreno volcánico, pobre y abrupto, donde la lava corría con furia cada tanto en cuanto, pero no cesó en su empeño de reproducirse a lo largo y ancho de las Islas. Tras milenios de evolución consiguió adaptarse para que nadie, ni siquiera la lava, pudiera hurtarle ese nuevo hogar que había construido.

Se cree que el pino canario estaba repartido por toda la cuenca Mediterránea y parte de Europa

Hoy, tres de cada diez árboles que forman el paisaje canario son pinos y junto a fayas y brezos conforman el 75% de la superficie arbolada de Canarias. «Tienen una increíble capacidad de supervivencia», ratifica el divulgador. Su enorme resistencia al fuego ha sido durante décadas motivo de orgullo, aunque no era el fuego para lo que se había preparado, sino para sobrevivir a los ríos de lava. La reciente erupción de La Palma ha demostrado esto último. Los pinos que se encontraban en los alrededores del volcán sufrieron una terrible devastación durante los tres meses que duró la erupción. Los gases tóxicos y las cenizas inundaban su ecosistema y los árboles cada vez se iban resintiendo más.

En el mes de diciembre, a pocos días de que el volcán cesara en su empeño de destrucción, el pinar se había convertido en una extensión de color amarillento. Los árboles estaban enfermos por no haber podido respirar aire puro durante meses. Pero el volcán paró de rugir y con él, también las emisiones de gases, los piroclastos y la lava. Los árboles empezaron entonces a recobrar el color y la fuerza. Fueron, de hecho, los primeros en recuperarse.

Pese a que los volcanes siempre estuvieran al acecho, los pinos convirtieron a Canarias en su último reducto de vida. El Pinus canariensis no solo se extinguió de su lugar de origen, tampoco ha podido hacer el viaje de vuelta. «No tenemos constancia de que haya vuelto a la Península por sus propios métodos, pero tenemos la certeza de que no hay ninguno vivo», relata León, que considera que esto puede deberse a que su crecimiento es mucho más lento que el de los pinos peninsulares, lo que dificulta que pueda enraizar de nuevo en el lugar que lo vio nacer.

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