El subcomisario Blas Hernández dice adiós después de 32 años en la Policía local

Señala la pandemia como la situación más complicada de gestionar por la ‘diarrea’ normativa

Blas Hernández, subcomisario de la Policía local de Santa Cruz de Tenerife hasta el pasado 28 de febrero.

Blas Hernández, subcomisario de la Policía local de Santa Cruz de Tenerife hasta el pasado 28 de febrero. / Carsten W. Lauritsen

Humberto Gonar

Humberto Gonar

Blas Guillermo Hernández Suárez, más conocido por todos como Blas Hernández, es historia viva de los últimos 32 años de la Policía local de Santa Cruz de Tenerife, cuerpo de seguridad local del que fue subcomisario hasta el pasado 28 de febrero y también protagonista de la puesta en marcha de la Policía Canaria entre la etapa que afrontó en comisión de servicio desde febrero de 2010 a diciembre de 2011.

Al límite de los 30 años, edad máxima permitida para entrar en la Policía local, Blas Hernández superó las oposiciones de acceso al Cuerpo de Seguridad local de Santa Cruz. En su gestión, participó en la creación de la Policía Autonómica de Canarias, en 2020. | e.d.

Al límite de los 30 años, edad máxima permitida para entrar en la Policía local, Blas Hernández superó las oposiciones de acceso al Cuerpo de Seguridad local de Santa Cruz. En su gestión, participó en la creación de la Policía Autonómica de Canarias, en 2020. | e.d. / Humberto Gonar

Cuando superó las pruebas de acceso al cuerpo de seguridad local ya la comisaría había dejado las instalaciones que ocupó junto al antiguo cuartel San Carlos y estaban en su actual sede, la avenida Tres de Mayo. «Sabía que me jubilaría sin conocer las nuevas dependencias», que se han anunciado donde hoy está la Gerencia de Urbanismo de Santa Cruz.

El subcomisario Blas Hernández dice adiós después de 32 años en la Policía local

El subcomisario Blas Hernández dice adiós después de 32 años en la Policía local / Humberto Gonar

Treinta y dos años de servicio dan para muchas situaciones tensas, donde Blas Hernández tuvo que dejar atrás su convicción personal para hacer cumplir la ley, pasando por lo que para él sería una injusticia de la vida y dar cumplimiento al encargo realizado, como cuando tuvo que proceder al desalojo de la Casa Roja, de Pedro o Esperanza en Residencia Anaga; o situaciones donde se jugó la vida e incluso tuvo la sensación de flirtear con la muerte, como en la riada del 31 de marzo de 2002, con una ciudad anegada, las alcantarillas levantadas... «Caminábamos sobre chocolate, con una capa de altura de medio metro, sin saber dónde pisábamos; incluso me tuvieron que echar una mano y auxiliar en la Comandancia de Marina donde caí detrás de un árbol cuando echaba una mano».

«Creo que ese día fue la jornada laboral más duda de mi vida: salí a las dos y media de la tarde y regresé a mi casa a las cinco de la madrugada para darme una ducha, descansar un poco y volver a echar una mano a las doce del mediodía». Blas Hernández habla de su vida con naturalidad, acostumbrado al peso de los acontecimientos diarios, casi sin medir la trascendencia del bien que ha supuesto su participación. «La riada dejó la ciudad patas arriba durante semanas, y lo peor, las muertes que provocó...».

Más que la riada o el Delta, que luego azotó la ciudad, este subcomisario de la Policía local de Santa Cruz hasta el pasado 28 de febrero señala la pandemia como el momento más complicado de afrontar por la «diarrea normativa» que casi de forma diaria se dictaba regulando cómo actuar; y le tocaba precisamente al propio Blas interpretarla para luego comunicársela a sus compañeros y que velaran por su cumplimiento. Para ello, fueron muchas y a diario las reuniones con los mandos de otras administraciones que afrontó para que, en vez de darle un tocho a los agentes con las disposiciones, simplificar el trabajo y traducir cómo intervenir en esa etapa. Para él, sin duda, fue mucho más complicado que afrontar un Carnaval, toda una paradoja: es más sencillo gestionar una fiesta con cientos de miles de personas en las calles que diseñar los dispositivos en una etapa en la que se impuso el confinamiento y se regulaba la salida a la vía pública.

Paradojas del cuerpo

Blas Hernández entra en la Policía local de Santa Cruz el 24 de junio de 1991, cuando la ciudad contaba con 160.000 habitantes y el cuerpo de seguridad local tenía 325 agentes; treinta y dos años después hay cuarenta mil vecinos más y 332 guardias; solo siete más. Y la situación podría ser peor de haberse realizado esta comparativa hace cuatro años porque a raíz del Real Decreto que se aprobó entonces más de medio centenar de policías decidieron acogerse a la nueva edad que adelantaba la jubilación de la vida laboral y las administraciones en general no habían previsto aún los procedimientos administrativos para afrontar la renovación de personal. Sin embargo, una máxima siempre ha presidido su labor como funcionario público: «no cuestionar la seguridad sino velar por ella», un principio que recomienda a cuantos gestores políticos asumen esta responsabilidad, y es que ya son muchos con los que trabajó: Juan José Herrera, Severiano Bermúdez, Basilio Franco, Hilario Rodríguez, José Alberto Díaz-Estévanez, Zaida González, Florentino Guzmán Plasencia, Evelyn Alonso... De ahí que también se logre zafar cuando alguien le intenta poner etiquetas a su color político, que él tiene claro: «el vecino». «Fíjate: precisamente fueron los socialistas quienes me hicieron el nombramiento de comisario jefe por sustitución», pone a modo de ejemplo para dejar a salvo su independencia política.

Y de nuevo, otro consejo: «Los intereses políticos deben confluir en los intereses de la Policía, y no al revés», deja a modo de consejo.

Mirando treinta años atrás, Blas Hernández recuerda que cuando él llegó a la Policía no se había desarrollado el Distrito Suroeste ni la capital vivía el auge del turismo que afronta en la actualidad, lo que ahora se ha tornado en lidiar con una organización escasa en personal.

Más allá de los grandes operativos y grandilocuentes despliegues por número de personas involucradas, Blas se muestra mucho más entusiasmado por haber sido el primer policía que asumió la defensa jurídica de sus compañeros, y eso a pesar de que asumió unas competencias y responsabilidades cuya remuneración se le prometió y aún estar por llegar; pero ya no cuenta con ello, se queda con la satisfacción de la defensa realizada de compañeros como los de la Unipol, otro de los grupos de seguridad en los que también participó en sus inicios, igual que ocurrió con la unidad de Disciplina Urbanística de la Policía local de Santa Cruz.

Ejemplo de superación

Blas Hernández es el menor de cinco hermanos, todos varones. Es el único momento de la entrevista cuando se emociona al recordar el fallecimiento de dos de ellos desde 2018, por problemas cardíacos, por lo que no oculta que le ha hecho pensar mucho sobre la vida...

Su padre, jornalero; su madre, ama de casa. Nacido en La Aldea de San Nicolás, en Gran Canaria, con cuatro año su familia se estableció en Fañabé (Adeje), donde su padre se dedicaba a tender el campo, una labor con la que sacó adelante a todos; trabajó en Telefónica, otro de taxista y otro, de mecánico. De Fañabé su familia se trasladó a San Matías hasta que su padre adquirió un solar en Los Andenes donde levantó la casa en la que también edificó Blas la que es su domicilio familiar, donde ha echado raíces con su esposa; padres de Cintia, de 31 años, y abuelos de Gabriela, de doce. «Para mí 1991 fue un año muy importante porque no solo aprobé las oposiciones a la Policía sino porque también nació mi hija».

En el caso de Blas, admite que fue policía «de rebote». Él había estudiado Bachillerato e incluso realizó el acceso a la Universidad; pero se dedicó a trabajar en el sector de taxis, entre otras ocupaciones. Un día, una amiga –Begoña, madre de la actual reina del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife– que trabajaba en el concesionario de coches Rocar le animó a presentarse a las oposiciones que se habían convocado en la Policía local de la capital. «Me lo tomé en serio y me apunté en una academia donde el preparador era Miguel Ángel, un funcionario jubilado del ayuntamiento. Fui en septiembre y las oposiciones eran en febrero. Cuando le dije mi intenciones al preparador me comentó que era imposible afrontar el reto en tan poco espacio de tiempo; a lo que yo le respondí si él sabía el interés que yo tenía en sacarlas. Al final, la conversación se resolvió con el preparador invitando a Blas a acudir a la academia y comenzar las clases «la próxima semana», como así ocurrió. Y las aprobó. «Entonces te pedían tener el Graduado Escolar, a diferencia del requisito que se establece ahora, que exigen el Bachillerato; también tenías me medir 1,75 metros... Eran unas pruebas físicas duras», admite Blas con la satisfacción de haberlas superado.

«Todavía hoy algunos taxistas me recuerdan que iban yo al frente del volante y entre semáforo y semáforo estaba repasando el temario». De aquella generación que pasó a engrosar las filas de la Policía local quedan aún algunos, ya que Blas de los mayores. «Tenía 29 años y la edad máxima para acceder eran 30». «Pero si algo tengo yo es que cuando se me mete algo en la cabeza no paro hasta conseguirlo», admite. Acceder la Policía hace más de treinta años suponía prepararse treinta temas, frente a los treinta y dos que ahora se exigen, recuerda. «Había que estudiar».

No se le resistía nada de lo que se proponía ni se le caían los anillos por sacar su familia adelante; de hecho, también trabajó con maquinaria de obra y fue peón de la construcción. «Me preguntabas antes cuándo temí perder la vida como policía... Recuerdo que trabajando con un cilindro vibrador y una pala mecánica para canalizar las aguas negras en Hoya Fría estuve a punto de morir. De hecho se cayó una montaña de picón y tardaron días en sacar la máquina que quedó sepultada; yo me salvé porque la tierra me llegó por el hombro y pude salir; sería en 1983 o 1984...».

Otro ejemplo más de ese ímpetu por mejorar. En 1998, siete años después de acceder a la Policía local, Blas decide hacer realidad el sueño que tenía desde pequeño: ser abogado, y retoma los estudios que saca curso por curso, y eso que se lo había planteado asumirlos con calma. Ya en el último se le atravesó Derecho Administrativo y se debatía entre si prepararse para la convocatoria de septiembre y la de junio, pues era toda una asignatura de la que tenía que examinarse; finalmente lo hizo en la de junio y se la quitó de un plumazo.

También Blas admite tener memoria selectiva cuando se le pregunta por los malos momentos que ha vivido en el seno de la Policía local, desde las diferentes unidades en las que ha participado. Prefiere centrarse en los que le han reportado más satisfacción, como cuando requirieron la presencia de la policía porque había un chico que amenazaba con poner fin a su vida. «Acabé hablando con él y cuando se iba a lanzar... lo pude agarrar. A partir de ahí incluso mantuvimos contacto porque nadie sabe los problemas que tiene la gente...».

En la riada del 2002 temí perder la vida: las alcantarillas estaban levantadas y no sabías por dónde caminabas

Blas admite que dentro de la policía siempre le han reconocido la facilidad que tiene para lidiar con personas con problema de salud mental, lo que también denota precisamente su preocupación por el lado más humano de las personas. Y es que lo primordial en el día a día de la labor de la Policía es precisamente el ciudadano, admitiendo que «la Policía es la cara de la ciudad, y por eso tenemos que estar a la altura».

Mirando al futuro del cuerpo de seguridad local de Santa Cruz, Blas recuerda que la capital necesitaría tener entre 475 y 500 policías, siempre movidos por «la satisfacción de ayudar a la gente como servidores públicos que somos», incide. Aunque finalizó su labor en la Policía local como subcomisario, también fue representante de los trabajadores como miembro de Intersindical Canaria, si bien bajo la premisa de tener claro que su suelo se lo pagan los ciudadanos. De ahí el peso y respeto que le confiere el trato diario con la población en cuantos servicios son requeridos.

«Siempre he hecho que cada día que me levantaba tenía que besar el suelo por la felicidad que tenía de poder trabajar en la policía, que me ha permitido sacar adelante a la familia y tener un sueldo para poder vivir»., explica Blas Hernández, para quien cada caso no es un expediente administrativo ni lo gestiona con frialdad, sino con la responsabilidad de salir a ayudar al otro en defensa del vecino. Esa máxima es precisamente la que le decantó a ser Policía local, después de haber participado incluso en la puesta en marcha de la Policía Autonómica, un cuerpo en el que cree que todos los cuerpos de seguridad local terminarán confluyendo para mejor servicio al ciudadano.

Ahora Blas mira al futuro como quien está de vacaciones y sin descartar llegar a poner al servicio de otros policía sus 32 años ejemplares de entrega.

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