Opinión | El recorte

Las monjas okupas

Las monjas clarisas, en una imagen subida a su recién creada cuenta de Instagram.

Las monjas clarisas, en una imagen subida a su recién creada cuenta de Instagram. / Instagram

«Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme». Ese fue el mensaje del hijo de Dios. Pero sus seguidores se han tomado un tiempo prudencial para hacerlo: de momento veintiún siglos. Y entre tanto han montado una de las organizaciones más poderosas y más ricas del mundo, propietaria incluso de un Estado propio.

Con millones de devotos seguidores en todo el planeta, la Iglesia Católica hace cosas muy buenas. Con la moral de un multimillonario filántropo, dedica parte de sus inmensos recursos, los beneficios de sus multimillonarias inversiones y el dinero de los abundantes donativos que recibe a sostener organizaciones humanitarias y a echar una mano a los más pringados. Pero es que si no lo hicieran hasta Jesucristo se bajaría de la cruz para partirles la cara.

Al Vaticano le ha surgido ahora un pequeño escándalo en España. Unas monjas clarisas de Burgos están protagonizando un cisma a cuenta de la propiedad del edificio de un convento del que no quieren salir. Una okupación, vaya, pero con hábitos de por medio. Y lo que es peor, la abadesa del convento, de rotundo nombre hispano, Isabel de la Trinidad, ha anunciado su ruptura con la Iglesia Católica para someterse a la tutela de la Pía Unión Sancti Pauli Apostoli, una organización que el Vaticano considera una secta –no me tiznes le dijo la sartén al cazo– dirigida por un pseudocura excomulgado, Pablo de Rojas.

Los precios de los inmuebles se han puesto por las nubes. Y más cuando se trata de comprar una casa para dieciséis personas. Al parecer la disputa inmobiliaria se basa en que las monjas de Belorado decidieron comprar el inmueble del monasterio de Santa Clara por el que acordaron abonar más de un millón euros. Pero solo realizaron el primer pago de cien mil. Y la parte vendedora, que también son monjas de Vitoria, supuestas propietarias del edificio, iniciaron acciones legales para rescindir el contrato y echarlas del monasterio.

Según la Iglesia, sus inmuebles no son propiedad de los religiosos o religiosas que los habitan sino que forman parte de un patrimonio eclesiástico, que se ha ido formando a lo largo de los siglos. Sin embargo unas monjas vendieron y otras compraron y nadie se llevó las manos a la cabeza hasta que el flan se salió del plato. Ahora mismo hay un lío de mil demonios –con perdón– donde la abadesa de las clarisas ha anunciado que para ellas no hay más papa que Pío XII, que la palmó en 1958. Al parecer consideran que el actual papa Francisco es un hereje que se ha apartado de la ortodoxia de la Iglesia.

Hay, pues, una bronca espiritual, pero con el ladrillo detrás. Porque la Iglesias siempre ha sido eso, un eslabón donde se unía el mundo del más allá con el del más acá. Un viaje hacia un paraíso celestial que se adquiría renunciando a las riquezas terrenales para dejarlas en manos de quienes te ofrecían el billete. Las monjas clarisas de Burgos, que tienen el buen tino de haber elegido como portavoz a un antiguo camarero de bar, han descubierto que la travesía hacia el cielo es mejor hacerla bajo techo. La Iglesia va a tener que echarlas a hostias. Jesús, qué ironía.

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