Opinión | A babor

Pobrecitos

La diputada de NC-Bc Esther González durante su intervención en el Parlamento.

La diputada de NC-Bc Esther González durante su intervención en el Parlamento. / Miguel Barreto / EFE

Todo el asunto viene a cuenta del último informe de la Airef, que advierte a Canarias (y al resto de las regiones españolas) de que van camino de incumplir la regla de gasto. Canarias lleva –desde que volvió el equilibrio fiscal– pidiendo que le permitan hacerlo (flexibilizar suena mejor que incumplir) porque su deuda es muy baja en relación con otras regiones. El endeudamiento de las islas supone algo menos del 13 por ciento de su PIB. Tampoco es para tirar voladores, pero es cierto que la media del conjunto de las regiones anda por el 22 y pico por ciento. Canarias mantiene hoy casi la misma deuda que tenía en 2015, menos de 6.700 millones, mientras la del conjunto de las regiones ha aumentado en casi 57.00 millones de euros. Y es también, Canarias, la comunidad española con menos deuda por habitante: 3.070 euros por ciudadano frente a los 6.776 euros a que asciende la media española.

Esos son los datos, y frente a esos datos, tres voces de Nueva Canarias han anunciado al unísono el inicio del fin del mundo: Canarias se enfrenta a recortes en el gasto público debido a su incumplimiento de la regla de gasto. El presidente del Bloque, el exdiputado Román Rodríguez, acusa al actual Gobierno de falsear el presupuesto introduciendo un incremento artificial del gasto de hasta el ocho y medio por ciento, pasándose por la gayola el límite del tres por ciento establecido por la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, para cumplir con las reglas europeas. La diputada canarista Esther González cree exactamente lo mismo y ayer insistía en el Parlamento en los argumentos de su jefe (en el exilio), loreando que desde el pasado mes de octubre ya habían advertido ellos que el deterioro de las cuentas públicas sería cada vez mayor. Y como no hay dos sin tres, el ruiseñor económico de Román, Fermín Delgado, salió también a poner su parte, alegando que la ejecución presupuestaria de 2023 es la peor de la última década, porque se dejaron de ejecutar casi 1.100 millones de euros, y se computaron además como gasto 2.485 millones destinados a organismos autónomos del Gobierno (o sea: dependientes del Gobierno) y a empresas y entidades públicas, que todavía no se han invertido. Minucias de economista, ejem.

Lo de Román es distinto. Román funciona como el doctor Jeckill y Mister Hyde: siempre defendió hacer con la regla de gasto un bonito origami, antes de tirarla a la papelera. Su partido votó en contra de la ley cuando Rajoy, pero ahora opina que hay que cumplirla, que el Gobierno de Sánchez no aceptará excepciones (es probable, si no vienen de Cataluña o el País Vasco) y que Canarias tendrá que cumplir con la regla y aplicar ajustes. Vamos, que ahora que está en la oposición parece creer que la regla debería ser esculpida en titanio, colgada como un crucifijo en todas las oficinas de la administración pública, y jurada por todos los funcionarios al presentarse al trabajo. Aunque algunos días se levanta Román nuevamente doctor (eso le cuesta, por falta de costumbre, pero lo hace), y plantea cosas como proponer el cambio legal de la regla de gasto para todas las administraciones saneadas. Esa era su posición a principios de este año, según nos recuerdan las hemerotecas.

Frente a Román, la consejera Asián insiste en asegurar que no habrá recortes de gasto aunque haya que cumplir con la regla. Y habrá que cumplir: la posibilidad de que el Gobierno Sánchez introdujera munificente alguna condescendencia saltó por los aíres al prorrogarse el presupuesto. Asián enarbola la fórmula milagrosa que es ingresar más de lo que se gasta y generar superávit. No es muy creíble tampoco que se puedan recaudar más impuestos cuando todo apunta a que el PIB se va a contraer. Y menos aún que recaudar más –lo ha dicho también la consejera– sirva para bajar los impuestos. Recaudar más suele ser la consecuencia lógica de que los impuestos suban, no de que bajen.

Es en ese contexto en el que uno se pregunta si quizá no procede considerar al menos un cambio de paradigma: porque hay solo dos mecanismos para alcanzar el equilibrio fiscal, uno de ellos es ingresar más, y el otro es gastar menos. Pero gastar menos no tiene por qué resultar necesariamente un drama. Se puede gastar menos recortando en lo que es prescindible, en los gastos inconvenientes o superfluos, eso que indigesta al loro. Se puede gastar menos no tirando el dinero en políticas idiotas. Quizá sea menos popular que endeudarse más y endosarle el pago a los que vienen detrás, o cobrar más impuestos, porque hay mucho listo viviendo de esas políticas idiotas, pero a veces cambiar la forma de hacer las cosas aporta soluciones.

De momento lo que se les ha ocurrido es decir justo lo contrario de lo que decían antes. Muy político.

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