Opinión | retiro lo escrito

‘Go fuck yourself’

Me parece que no tengo el cuerpo –ni sobre todo el alma– para una lucha titánica entre el Bien y el Mal hasta el próximo 21 de abril. Me parece que, como de costumbre, decepcionaré a todo el mundo. Pero qué más da a estas alturas. Una de las ventajas de volverse viejo –al menos en el primer mundo– es que a esta edad ya sabes que no serás nunca rico, porque incluso en el mejor de los casos serás un pobre con plata, al igual que sabes que no morirás de hambre, porque a la vuelta de la esquina te humillará una pequeña pensión.

Lo que está pasando es lo que tenía que pasar y es que las expectativas de prosperidad individual, familiar, colectiva ya no pueden dar un paso más. Son las promesas de los gobiernos –de todos los gobiernos y coaliciones de gobierno– durante los últimos veintipico de años. Verán, desde mi modesto punto de vista Canarias, digamos la segunda modernización de Canarias, se empezó a joder –para utilizar la expresión de Vargas Llosa sobre Perú– en la crisis 2008/2009. Fue una marabunta peor, mucho peor de la que se derivó de la pandemia entre 2020 y 2022. Fue una de las poquísimas crisis de las que, por su origen y tipología, no se puede aprender nada. Y el golpe se volvió catástrofe cuando la UE decidió que la mejor estrategia para superar la calamidad era una dieta estricta de restricciones presupuestarias, control del gasto público y entusiasta poda de la deuda. Fue un auténtico milagro que no colapsara el sistema sanitario público. Desapareció la inversión en I+D+i y las universidades entraron en una tan disparatada como inevitable economía de guerra. Se paralizaron la mayoría de las infraestructuras planificadas. Esta economía desfalleciente se prolongó durante más de un lustro. En el último trimestre de 2013 se alcanzó en las islas una tasa de desempleo del 33,1%. Casi 385.000 parados en Canarias. Más de 12.000 pymes en quiebra. La convergencia con la media de los indicadores económicos de la Unión se detuvo en seco y en seguida comenzó a retroceder. La productividad ya era descendente desde 1998, pero la caída, por supuesto, se aceleró. Sin esa recesión feroz, con varios años de PIB negativo, cuyas secuelas se siguieron viviendo hasta bien mediada la segunda década, Canarias sería hoy bastante distinta. Estaría más sana económicamente. Sus servicios sociales serían más fuertes. La implantación de energías alternativas habría avanzado más, igual que nuestra investigación científica y tecnológica. Y muy probablemente habríamos iniciado una diversificación económica, creando más alicientes para liberar energías creativas en el tejido socieconómico canario.

Lo que nos vino a salvar de nuevo fue el turismo. Se suele decir –un poco groseramente– que el turismo nos mató el hambre desde los setenta. En parte es cierto. Pero con todo los que nos ayudó a sobrevivir en el pasado nos está impidiendo vivir digna y tranquilamente en el presente. El turismo ha cosechado un triunfo tan indiscutible en Canarias que amenaza con morir de éxito y arrastrarnos a todos a ese deceso luminoso y azul, enterrados en viviendas y alquileres imposibles, en sueldos entre insuficientes y raquíticos, en la gentrificación, en los costos medioambientales y en un impacto territorial que sufrimos en carne viva. Por supuesto que la retórica de la convocatoria para el próximo día 20 está plagada de ocurrencias, ingenuidades, tonterías, pucheros antisistema. Da un poco igual. El malestar social crece por aquí desde hace más de una década y no tardará en condensarse y tal vez no sea en un partido, ni en unas siglas, ni en un líder con corbata o en cholas. Temer a las manifestaciones no merece demasiado respeto democrático. Y lo más estúpido y hasta despreciable es asustarse porque dos o tres tabloides ingleses chismorreen acerca de la turismofobia en Canarias. Lo que faltaba es admitir, poniendo vocecitas aterrorizadas, que el Daily Mirror condicione el debate político o el ejercicio de los derechos y libertades en nuestro país. Go fuck yourself.

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