Opinión | retiro lo escrito

El manifón

El diminuto Drago de Alberto Rodríguez ha querido usufructuar la convocatoria casi como propia y de esta manera ha pretendido introducir sus toletadas en el discurso de la misma

El Constitucional se dispone a anular la retirada del escaño a Alberto Rodríguez

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El profetizado manifón Canarias tiene un límite, convocado por una quincena de organizaciones ecologistas y medioambientalistas para el próximo 20 de abril en las ocho islas tiene, como todas las manifas, un carácter básicamente derogatorio. No propone nada comprensible ni aporta un análisis solvente, sino que se opone frontalmente a lo que está ocurriendo o, para ser más precisos, a lo que están ocurriendo según el relato articulado en los últimos años por dichas organizaciones y varios sectores de la izquierda canaria. El relato afirma que las islas han colapsado y que a pesar de tener «más infraestructuras que nunca» la situación no hace más que empeorar. El diminuto Drago de Alberto Rodríguez ha querido usufructuar la convocatoria casi como propia y de esta manera ha pretendido introducir sus toletadas en el discurso de la misma. Atención: el modelo turístico «ha destruido por competo la calidad de vida de Canarias y aquellas razones que hacían únicas a las isla: su biodiversidad, sus paisajes, su gente y la identidad de lo que éramos».

Si esta miseria argumental es todo lo que puede ofrecer Drago y los que desde las entidades ecologistas le bailan el agua mejor se quedan en casa. Las islas no han colapsado. Se necesita una visión particularmente distorsionada por las obsesiones ideológicas para hablar de colapso económico, social o cultural. Si quieren ver a una sociedad –o a todo un Estado– colapsar pónganse a andar un ratito por el Sahel, albertitos. Hay que estar bastante trastornado para comparar la calidad de vida de los canarios de 2024 con los de 1974 o 1924: solo echen un vistazo a la esperanza de vida, a la erradicación de enfermedades infecto-contagiosas graves, a la alimentación, a la mortalidad infantil, al desarrollo de sistemas sanitarios y educativos públicos que consumen cientos de millones de euros al año y que atienden universalmente a todos los ciudadanos ¿Cuál fue la arcadia que perdimos para siempre? ¿Cuándo la perdimos? ¿Y esa vaina de la identidad de lo que éramos? ¿Qué éramos exactamente? ¿Un Shangri–La atlántico donde compartíamos equitativa y felizmente la leche, el gofio y los higos picos, ajenos a contradicciones, diferencias y pluralidades? Da grima que después de cuarenta años de experiencias políticas el ecologismo izquierdista se dedique a escribir estas melonadas, demostrando una y otra vez su incapacidad para organizar un verdadero discurso crítico sobre la turistificación de Canarias y sus impactos destructivos. Un gran poeta brasileño, Carlos Drumond de Andrade, advirtió a algunos de sus discípulos: «Lo que piensas y sientes/ aun no es poesía». Cabría precisar también que el sentimentalismo, el cabreo, la exasperación o la melancolía aun no son una estrategia política. La mayor parte de las veces ni siquiera definen correctamente una posición moral. Más qué ética ciudadana parece tribalismo emocional. De ahí a insultar a los turistas como enemigos de la supervivencia de Canarias no hay más que un paso. Y ya se ha dado algunas que otra vez.

En ese relato, el que pretende vertebrar argumentalmente las razones de la manifa del 20 de abril, se suelta de vez cuando, por parte de los menos asirocados, que no están contra el turismo, sino contra este modelo de turismo. Como es obvio jamás describen su salvífico modelo alternativo. Son gente que cree que uno puede cambiar de modelos de desarrollo económico como quien se cambia de calzoncillos. Gente convencida de que basta la voluntad política para que la realidad les venga a comer mansamente de la mano y basta un decreto para transformarlo todo inmediatamente. El turismo canario ha cometido abusos, por connivencias y torpezas con los poderes públicos, y no hay economista que no sepa diagnosticarle externalidades negativas en lo económico, lo social y lo cultural. Son esas externalidades las que deben corregirse –un proceso complejo, lento, que o ahorrará decepciones– y es un límite lo que debe consensuarse. Con todas las críticas, rechazos y reservas que merece la actividad turística, la forma más rápida de colapsar que tiene Canarias es destruyendo y desacreditando su oferta turística.

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