Opinión | El recorte

El PSO no E

Pleno en el Congreso para la aprobación de la ley de amnistía

Pleno en el Congreso para la aprobación de la ley de amnistía / Zipi

El partido de Pedro Sánchez, o sea, La Moncloa, puso ayer a votación el proyecto de Ley de Amnistía impuesto por Carles Puigdemont desde su exilio belga: el puente de plata que le permitirá regresar para continuar con el proyecto de independencia del Estado Catalán. La ley fue apoyada por la mayoría del Congreso de los Diputados y es, por tanto, irreprochablemente democrática. Así, casi sin que nadie se haya dado cuenta, Cataluña ha ganado la batalla por su independencia.

En la reciente historia se han dicho toneladas de mentiras. Pero no ha sido el caso de Junts, que lleva diciendo lo mismo desde el minuto uno: quieren romper las cadenas que les atan a España y crear una república independiente catalana. Los 178 diputados que votaron ayer por la amnistía decidieron resetear el momento político en España para colocarlo en los instantes previos a la declaración unilateral de independencia y la celebración de un referéndum declarado ilegal. Ahora, en este «nuevo escenario de convivencia», los líderes independentistas catalanes saben que pueden volver a hacer lo mismo que ya hicieron en la certeza de que ya no será delito.

Sumar, Junts, Esquerra, Podemos, PNV y Bildu han sido coherentes con su ideología, que defiende la autodeterminación de los pueblos y, en algunos casos, la creación de nuevas repúblicas nacidas de la disgregación del Estado español. Lo insólito es que los diputados de un centenario partido como el PSOE, que lleva en sus siglas y no por casualidad el nombre de España, hayan votado por la demolición de la última línea de defensa de lo que hoy se llama nación española.

Los Estados se mantienen por la fuerza de las leyes y la ley de la fuerza. Los ciudadanos no pagamos impuestos porque seamos naturalmente buenos, sino porque tenemos la obligación de hacerlo ante un Estado que tiene la autoridad punitiva y nos coacciona con ella. No circulamos respetando las señales de tráfico porque seamos responsables, sino por el razonable miedo a las multas. La convivencia social no surge de un orden espontáneo, sino del imperio de leyes que, nos gusten más o menos, estamos obligados a cumplir. Carles Puigdemont ha logrado imponer una ley a su medida. Y lo que es más importante, ha conseguido el apoyo de la representación legítima de la mayoría parlamentaria.

Nadie será capaz de parar la deriva de Cataluña hacia una ruptura con el decadente Estado español. No habrá ya leyes que no se puedan desobedecer, fronteras que no se puedan derribar y actos políticos que no se puedan hacer. La decisión, la inteligencia y la valentía de los independentistas han superado el inmovilismo cobarde de quienes se mantenían fieles a la Constitución a pesar de ser perseguidos o marginados en su propia casa, abandonados por un Estado incapaz de defenderles y protegerles.

La república catalana se ha puesto en marcha. Y ya solo se podrá parar con el uso de una fuerza desproporcionada. La herencia de Pedro Sánchez será una España rota o una Cataluña aplastada por el poder de un Estado que tendrá que someterla por la fuerza. Será cualquier cosa menos un espacio de convivencia. Es su penúltima mentira.

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