Opinión

Niños y refugiados en la cárcel

Niños y refugiados en la cárcel

Niños y refugiados en la cárcel / E. D.

“Ciertamente, tiene apariencia de menor de edad” fueron las palabras que escribió una fiscal sobre un joven que estaba preso. Se abrió un expediente urgente para investigar si efectivamente tiene menos de 18 años, pero transcurrieron tres semanas hasta que se le realizaron las pruebas para determinar su edad. Fue puesto en libertad la semana pasada, pero su caso no es el único.

Hace algunos meses entrevisté a un joven que se vio obligado a cumplir los 18 en la cárcel al pasar casi dos años entre rejas. Otro ingresó en prisión preventiva a los 15. Varios casos similares han aparecido recientemente, siendo uno de ellos el del adolescente que hace pocos días fue puesto en libertad. Estos chicos tienen tres cosas en común: llegaron a las islas en patera, no se atendió a la presunción de edad (a pesar de que algunos tenían su documentación) y fueron acusados de ser patrones.

Estas medidas aplicadas en adultos, aunque legales, también son injustas. La normativa se encuentra en el Código Penal y establece penas de multa y prisión variables para quienes ayuden a transitar en España a personas ajenas a la Unión Europea sin autorización. Sin embargo, el propio sistema no garantiza el encarcelamiento del verdadero patrón. No es raro que las acusaciones se crucen al realizar las entrevistas para averiguar quién capitaneó la barca, dado que señalar a alguien otorga beneficios, como un permiso de residencia.

Los menores de edad no pueden ser juzgados en estos términos porque existen leyes de protección a la infancia, entre las que está la presunción de minoría. Sin embargo, hay varias ocasiones en las que no se ha cumplido, del mismo modo en que se ha alojado a menores en el macrocampamento para adultos de Las Raíces. Un recurso donde la calidad de vida es nefasta.

Otra de las excepciones, recogida en la Convención de Ginebra, se dirige específicamente a personas refugiadas que, para entrar en el país, hayan tenido que hacerlo de forma irregular. En este sentido, Canarias es la única comunidad en la que se está acusando a patrones provenientes de Mali (un país en conflicto), tal y como señala el abogado Daniel Arencibia, quien desarrolla un estudio sobre estas condenas.

Distintas asociaciones, abogadas y abogados llevan tiempo explicando que los patrones son migrantes que, como los demás, intentan mejorar sus vidas al margen de otro tipo de fines. De hecho, una de las conclusiones de Arencibia es que las 62 sentencias que analizó de Canarias permitían aplicar una condena de grado inferior por ese mismo motivo. Sin embargo, la Fiscalía impone penas de prisión más largas que en el resto del país, a las que se suman los años de antecedentes penales.

Entre las reflexiones de la investigación, se apunta que este contexto legal empuja a las personas migrantes a permanecer en Canarias más tiempo del que quieren, y es que su destino suele ser algún país de Europa Continental. De este modo, las sentencias hacen que los migrantes se vuelvan más dependientes de las ONG y generan situaciones de desamparo. Y es que, tras pasar 72 horas en prisión, ya no pueden optar a ayuda humanitaria.

Con todo, no es difícil hacerse a la idea de que estas condenas no benefician a nadie. Empezar preso en un país nuevo, encima siendo un niño, es devastador. Salir de un conflicto para entrar en la cárcel puede romper a una persona por dentro. Pero migrar en busca de una mejor vida y que el sistema te dé la espalda también es una perversa forma de injusticia. Hay que señalar e insistir en las malas praxis que han llevado a niños y refugiados a la cárcel, pero sin perder el foco en que el origen de esto trasciende a la Fiscalía y los tribunales canarios.

Existen muchos motivos por los que una persona metería toda su vida en un cayuco: guerra, pobreza, persecución política, extractivismo, cambio climático, esperanza en el futuro. Puede ser cuestión de suerte el tener que dirigir la barca o no. Condenar a alguien por eso es la continuación de un sistema que otorga privilegios al dedillo, en función de dónde y en qué circunstancias se nace. Buscar culpables dentro de la patera y encarnarlos en la figura del patrón no hace más que escurrir el bulto.

Por eso atribuir responsabilidades es más complicado. No por falta de nombres y apellidos, sino porque se encuentran esparcidos en distintas esferas de poder. Desde ahí se construye encima de las desigualdades preexistentes, haciendo que la gente siga teniendo la necesidad de migrar para aspirar a una mejor vida. Como las vías legales y seguras para hacerlo son limitadas, sigue habiendo personas dispuestas a dirigir embarcaciones precarias. De lo contrario, nadie pondría en riesgo su vida, su integridad y su libertad.