Opinión

Miqui Otero

Como Dylan en ‘We Are the World’

Bob Dylan

Bob Dylan

Bob Dylan, rodeado de estrellas en el estudio de grabación, descansa el peso de su agobio sobre un pie y luego sobre el otro, como si tuviera ganas de orinar. Sus pupilas escanean la perplejidad a izquierda y derecha, el sudor abrillanta su pelo escarolado y le crece en directo la barba de tres resacas. El ritmo y la situación se le escapan. Sabe por qué está ahí, pero no sabe qué hace ahí.

No es difícil entender por qué la imagen de un Dylan desorientadísimo, la viva imagen del pulpo en un párking, se ha convertido en lo más recordado de un proyecto tan bienintencionado y megalómano como el lanzamiento de la canción solidaria We Are the World. En 2024, todos somos de alguna manera él.

Aquello sucedió el 28 de enero de 1985, pero se acaba de estrenar en Netflix un documental, titulado La gran noche del pop, que repasa la grabación de ese himno ideado para recaudar fondos contra la hambruna en África. Antes lo había hecho George Harrisson en Bangladés, o Bob Geldof en Inglaterra, pero el hecho se recuerda como el mayor alarde de músculo pop contra una injusticia mundial.

La idea partió de Ken Kramer, que se apoyó en Harry Belafonte. Este involucró a Quincy Jones y a Lionel Richie y a Michael Jackson. Compusieron la balada, que interpretarían hasta 40 estrellas del momento, de Diana Ross a Billy Joel. Jones colocó un cartel en la puerta: «Deja el ego fuera». No fue fácil. La grabación arrancó tarde y duró toda la madrugada. Stevie Wonder quería colar versos en suajili y otros discutían sobre si había que cantar «un futuro mejor» o «un futuro más brillante».

Quizá el ego lo dejaron fuera, pero no las chupas de cuero y las americanas de lamé. Pasadas las dos de la madrugada, el ambiente se adensaba y la gente empezó a quejarse de que olía mal, olía fuerte, olía, vaya, a humanidad, a humanidad unida.

Ray Charles y Stevie, ambos invidentes, soltaban bromas (uno de nosotros dos te llevará en coche a casa en coche, decían) y Cindy Lauper alcanzaba las notas más altas y Bruce Springsteen tenía la voz rota por la gira, pero cumplía. Hubo algún problema con Al Jarreau (digamos que celebró la canción con jarros de champán antes de acabarla), pero el drama llegó con Dylan.

En su solo, solo podía murmurar, acomplejado por el brío del talento afroamericano y también por el coro prístino cantado al unísono por tantas estrellas. Al final lo pudo hacer cuando echaron de la sala a todos y solo se quedó Stevie Wonder para darle la nota con el piano. «No ha salido muy bien», dijo al acabar. «Ha sido fantástico», dijo Lionel, con la sinceridad de un padre en una función escolar ante la soberbia actuación de su hijo en Els pastorets.

La canción recaudó y recauda millones de dólares para la causa. Fue, en definitiva, un éxito. Pero la incomodidad de Dylan, convertida últimamente en meme viral, nos habla de lo que sentimos a veces cuando nos enfrentamos a tragedias globales brutalísimas.

El coro de la opinión pública reacciona lanzando un mensaje en contra, sencillo pero sincero, hasta demasiado luminoso, como el de la canción. Muchos, en los artículos o en sus tuits, son ingeniosos y certeros, mucho más que nosotros. «Si te siguen, no mires atrás, como Dylan en las películas», cantaban Belle and Sebastian. Lo que importa no es cómo nos sintamos al respecto, no somos tan vanidosos (bien, Dylan sí lo es), pero simplemente nos sobrepasa la situación al punto de que más allá de estar ahí, de manifestar lo justo, al cabo de un rato no sabemos qué decir ni cómo decirlo. Incómodos, abrumados por la velocidad del presente y por la magnitud sobrehumana de las carnicerías, miramos a un lado y a otro, nos balanceamos sobre el pie derecho y el izquierdo, sudamos, hasta nos crece la barba, porque el conflicto es largo, sea en Gaza, sea en Ucrania, sea en un planeta de cuya superficie la quinta parte será en breve inhabitable por el cambio climático. Sabemos, como dice Naomi Klein, que «no hay que rehuir el lenguaje de la moralidad» para hacer públicas nuestras denuncias. Y aun así, una vez expuestas, no encontramos forma útil o efectiva de insistir.

Quizá por eso, la sociedad actual ve el tinglado de We Are the World y se fija especialmente en el meme humorístico de Dylan desorientadísimo. Es su forma de aceptar, mediante una especie de renuncia irónica, a través de una risa nerviosa, que estamos tan perdidos como él.