Opinión | Desde el Blocao

Jerónimo González Yanes

Problemas de los médicos de Familia en la Atención Primaria de Canarias

Saturación en los centros de atención primaria

Saturación en los centros de atención primaria / Mariscal

El caos entre los médicos de Atención Primaria en la sanidad canaria, aplicable en numerosos lugares del resto de España, es amplio y variado, si bien existen unos rasgos generales que intentaré sintetizar, según me manifiestan diferentes agentes de los sectores implicados del campo de la salud. Y esto de siempre venía mal, pero los actuales rectores lo recogieron peor: en estado crítico, por lo cual en seis meses no se pueden recuperar cuatro años.

Entre ellos, comenzamos porque no hay incentivos suficientes –no solo económicos, que son necesarios–, y más donde se malgasta en tanto cargo público innecesario, y no solo por los 22 ministerios, también en asesores y otros cargos prescindibles; sino por prestigio, estabilidad laboral, posibilidades de investigación, etc. Por eso los especialistas, no los médicos generalistas –sin especialidad– se van a otros destinos y no solo fuera del país (Irlanda, Portugal, Suecia, Alemania, entre otros lugares…), donde se les paga más del doble, se les considera mejor y atienden menor número de pacientes de los que reciben aquí.

Otros, sin embargo, buscan actividades de otra índole médica a fin de huir del infierno en que se ha convertido la primaria: centros de estética –previo master u otra formación específica–, servicios de urgencias en los grandes centros hospitalarios, algunos repiten MIR o buscan destinos fuera de la actividad asistencial habitual de los médicos de Familia, que van desde la gestión sanitaria, los programas asistenciales, o cargos políticos directamente, por citar algunos de ellos.

Pero, ¿cuál es uno de los calvarios que padecen estos facultativos?, pues estamos cansados de escucharlo en los medios y por los sindicatos profesionales del sector: unas agendas sobrecargadas conocidas como agendas chicle, ya que se conoce con cuántos pacientes se inicia (los famosos 28 prorrogables a 34) pero que no se sabe en qué manera puede acabar (40 o 60 pacientes al día, habitualmente). Son los propios profesionales los que reclaman una atención adecuada para la dignidad del paciente, puesto que las consultas se ven reducidas de 10 minutos iniciales a tres o cuatro por paciente, en muchas ocasiones a costa del periodo de descanso del personal o, incluso, de tiempo para necesidades básicas.

Otro asunto son los trámites administrativos, la burocracia blanca, ya no solo son las bajas laborales, las repeticiones de recetas y algún otro papel, pues ahora le requieren informes para todo (unos justificados y otros no tanto), pero cada día aumentan provocando consultas de escaso valor clínico, ya que se emplea a un médico que te ha costado formarlo once años para realizar papeleo en lugar de utilizar sus conocimientos médicos.

Y esto sucede entre los propios estamentos del mismo sistema sanitario, pues muchos facultativos hospitalarios menosprecian la actividad en la Atención Primaria, llegando incluso a utilizar a los médicos de Familia como si de secretarias se tratase, a modo de ejemplo: no realizar recetas (ni electrónicas ni de papel) o los visados necesarios, inducir al paciente que acuda a la mayor brevedad para «control por su médico de Familia», indicar derivaciones a otros servicios o peticiones de pruebas complementarias, pudiendo hacerlo desde esos servicios… todo ello en un sistema de comunicación ineficiente, entre hospitalaria y primaria; llegándose en algunos casos a ser inexistente y de momento me ahorro el nombre de esas especialidades en aras de evitar polémicas. Será para el próximo escrito.

No se puede obviar que el sistema sanitario español, tradicionalmente, ha estado infradotado, resultando ser una de los más eficientes a nivel mundial, gracias al esfuerzo de los profesionales a pesar de los escasos recursos. Ello no quita que cuando existen partidas presupuestarias para contratar refuerzos de personal, algunos cargos intermedios no lo hagan y sobrecarguen aún más las plantillas.

Me consta que la actual Gerencia de Atención Primaria de Tenerife está haciendo grandes esfuerzos por paliar este problema, así como la gerencia de algún centro hospitalario, pero en mi opinión tiene la apariencia de que todavía perviven algunos quintacolumnistas que, por aparentar buena gestión o exceso de celo, hacen lo contrario.

Siguiendo con los recursos habría que revisar en qué los estamos invirtiendo, pues a algunos se les llena la boca en recordar que tenemos tales o cuales aparatos de diagnóstico, pero ¿de qué sirven éstos si no se dispone de tiempo o del personal que sepa usarlos o informar los resultados? Para estos casos, serviría la contratación de personal de refuerzo, que –reitero– algunos se empeñan en no hacerlo.

Otro eslabón perdido en esta larga cadena es la educación sanitaria. Aunque lo diga en tono jocoso, ¿cómo podían saber nuestros abuelos cuándo una patología era grave o podía resolverse con cuidados en casa? En los inicios, cuando la Atención Primaria se usó como propaganda –aún sin transferirse el Insalud a Canarias–, a todo el mundo se le recordaba la proximidad del médico, convirtiendo poco a poco al ciudadano en un dependiente de éste, para cuestiones médicas y no médicas (laborales, afectivas, burocráticas…), aspecto que extiendo también a los pediatras de este sector, que igualmente padecen su calvario particular.

Y en este capítulo de la educación, la responsabilidad no solo es de los gestores sanitarios, sino que debe iniciarse desde la escuela, servicios sociales y otros organismos colaboradores, impartida a ser posible por profesionales sanitarios, pero prescindiendo de toda aquella publicidad de «consulte a su médico o farmacéutico», porque entonces esta pescadilla se vuelve a morder la cola.

Con todo lo expuesto, y queda mucho más en el tintero, ¿a quién le quedan ganas de apuntarse a trabajar en la actual Atención Primaria de la salud? Por ello, quizás, las listas de ofertas de trabajo están llenas y nadie las cubre.