Opinión | Retiro lo escrito

Las prioridades de Urtasun

Ernest Urtasun.

Ernest Urtasun. / EP

Ya alguien decidió que las críticas a Ernest Urtasun constituyen una campaña. Es una fórmula viejuna, pero todavía con cierta eficacia, de apedrear a los críticos desde el primer momento. No son argumentos atendibles, es una canallesca campaña ad hominen. El pronunciamiento del señor Urtasun, ministro de Cultura, es el siguiente: «los museos deben superar un marco colonial o anclado en inercias de género o etnocéntricas que has lastrado la visión del patrimonio, de la historia y del legado artístico». Los apologistas han pretendido fumigar las críticas –lo hace Jordi Amat en El País– con más insecticida de izquierdas.

Lo que pasa es que los disidentes no admiten, qué tipos más ridículos, que España, por ejemplo, tuviera colonias. Claro que la estratagema padece de un problema: ¿y los que admitimos que España tuvo colonias, aunque colonias dotadas de un alto grado de autonomía administrativa y una panoplia normativa a favor de los indígenas, se aplicara bien, mal o regular? ¿Cuántos arapahoes fueron presidentes de los Estados Unidos en el siglo XIX? No, en el norte no encontrarán réplicas de la vida de un indio zapoteca que consolidó la consciencia nacional de México y defendió la república frente a la injerencia extranjera y que se llamó Benito Juárez. Pero vale, los virreinatos de la Corona española en América cumplían funciones coloniales. Ese no es el centro de un debate idiota que nunca debió estar entre las prioridades del ministro de Cultura de España.

Urtasun debería saber –me cuesta creer que no lo sepa– que hace muchos años que los museos nacionales contextualizan histórica y culturalmente las colecciones que ponen a disposición de sus visitantes. Las diferencias programáticas que existen entre el Museo del Prado de los años setenta y el actual no son ni muy sutiles ni muy secretas, por decirlo suavemente. Supongo que es más bien complicado entrar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y salir hecho un fascista o un amante del sur algodonero de los Estados Unidos desesperado por votar a Trump. No sé exactamente lo que busca Urtasun, economista de formación y político de profesión, al referirse a «inercias de género o etnocéntricas», pero intuyo que nos quiere delimitar y explicar lo que es bueno y lo que es malo, lo que es admirable o execrable, lo que está bien y está mal. Si un hombre cargado de míseros prejuicios, como Francisco de Goya, pinta una mujer desnuda con cierta sensualidad, ¿es una obra lícita en su belleza plástica o está infectada de machismo irredento? ¿Es una genialidad o una guarrindongada? ¿Qué propondrá el señor ministro y su cáfila de ideólogos? ¿Quizás un folletito explicativo sería suficiente para ver La maja vestida pero hay que leerse a los posestructuralistas y subrayar El género en disputa para disfrutar castamente de La maja desnuda?

Algunos aseguran que el ministro anhela, además, que sean devueltas pinturas y esculturas a sus legítimos propietarios (sic). A aquellas comunidades a las que se les hurtó parte de su patrimonio. Ya contó Félix de Azúa –anciano intolerablemente lúcido, entiéndase, un aguafiestas– que las autoridades autonómicas catalanas no han devuelto todas las obras artísticas aragonesas de Sijena, sin ir más lejos. Quizás a nosotros nos toque devolver la mayoría de los cuadros de Óscar Domínguez porque, al fin y al cabo, las pintó en París, comiendo croasanes, bebiendo absenta y champán y rodeado de amigos y amantes francesas que se hubieran ahogado con el gofio. Y ese será el primer paso. Más adelante, lamentablemente, habrá que disolver las murgas, porque representan un clamoroso, sórdido caso de apropiación cultural. O trasladarlas a Cádiz: los Bambones consumirán sus últimos días llorando sus pasacalles en la plaza de San Juan de Dios. Ah, mi vida, toda mi vida, era ser un bambón. Pero un día llegó un ministro de Cultura y…

Suscríbete para seguir leyendo