Opinión | Retiro lo escrito

La casimirización de NC

El presidente Fernando Clavijo durante la sesión de control en el Parlamento.

El presidente Fernando Clavijo durante la sesión de control en el Parlamento. / Ramón de la Rocha /EFE

Uno sospecha que solo los ingenuos –o los más cabroncetes– interpretan que la movida en Nueva Canarias va de implosión para que luego los ganadores se dirijan a toda leche a Coalición Canaria y caigan de rodillas frente a Fernando Clavijo y los suyos. Más bien no. Con lo que sueñan los díscolos de Nueva Canarias –todo el mundo se empecina en que están encabezados por Teodoro Sosa, el muy popular, astuto y marketinero alcalde de Gáldar– es con curbelinizar al partido. O si se prefiere casimirizarlo. Es decir, que NC y la pequeña constelación de fuerzas locales y comarcales que le acompañan se conviertan en una organización, o un conjunto de organizaciones federadas, que prioricen los intereses de poder sobre las identidades ideológicas o los compromisos doctrinales. ¿Por qué Nueva Canarias –se preguntan los sosos y sus sosías– debe resignarse siempre y para siempre con ser mullidas muletas del PSOE? Así jamás ocuparán la presidencia del Cabildo de Gran Canaria. Así jamás serán otra cosa que el concejal de Turismo en el ayuntamiento de Las Palmas o no se recuperará con garantías el ayuntamiento de Telde. Más vale ser plenamente libres. Serenamente nacionalistas, moderadamente progresistas pero, sobre todo, libres de tejer las alianzas que más le convengan a la estrategia de su organización. Y en este contexto, por supuesto, cabe un acuerdo de confluencia electoral con Coalición Canaria, perfectamente practicable a través de Onalia Bueno y Juntos por Mogán (la alcaldesa es por cierto secretaria de Política Municipal en la dirección nacional de CC).

A los que le brillan los ojos, sincera o arteramente, pensando en la inminente apertura de un proceso de unificación nacionalista habría que regalarles una garrafa de colirio. Los alcaldes de NC, si finalmente consiguen el control pleno del partido, no están dispuestos a semejante aventura. Muy probablemente sería un suicidio: las bases electorales tendrían problemas para tragárselo y quedarían subsumidos en un partido mayor que en Gran Canaria, paradójicamente, es más chico que ellos. Si anhelan que Román Rodríguez se jubile jubilosamente no es para admitir órdenes, advertencias o enmiendas de Pablo Rodríguez, María Fernández o cualquier joven promesa con genuina nómina gubernamental. Los disidentes prefieren acuerdos político-electorales y dominar en lo que se pueda la centralidad: a veces con el PSOE, a veces con Coalición Canaria y, en el exterior, quién sabe si apostando por acuerdos con Casimiro Curbelo y otros neoinsularismos en agraz. Las alianzas con fuerzas políticas en Fuerteventura o Lanzarote, o incluso el pequeño destacamento de La Palma, se podrían mantener en el futuro, al menos, a corto y medio plazo.

Acabaría así la primera etapa de Nueva Canarias, y no solo por la edad y las circunstancias de su fundador y líder durante veinte años, sino porque el proyecto ha dejado perfectamente claras sus limitaciones. El sueño de un nacionalismo de izquierdas reconstruido desde Gran Canaria capaz de trenzar redes de colaboración en todos los territorios insulares –Rodríguez ha insistido incansablemente en ese objetivo incluso con especial denuedo en Tenerife– ha acabado definitivamente. Nueva Canarias jamás conseguirá dar un sorpasso y superar a Coalición en ninguna elección autonómica. Ha llegado la hora de reconfigurarse, tal y como plantean los sosos, que tampoco quieren ni pueden hacer una escabechina, sino alcanzar un quítate tú para ponerme yo educado y hasta, digamos, moderadamente generoso, entendiendo, verbigracia, que Luis Campos es y seguirá siendo el mejor cerebro parlamentario disponible. A todas horas suenan teléfonos, se cierran citas, se garantiza lo bueno, lo malo y lo regular. En el centro del laberinto está Román Rodríguez. Esperando. Esperando, en primer lugar, por sí mismo.

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