Opinión | El desliz

Tormenta de ideas para la ‘kale borroka’

Preocupa que la turba ultraderechista se vaya a quedar sin ideas en su algarada temática callejera. Que enero se hace muy largo, sin días especiales que inspiren nuevas acciones de kale borroka, y febrero este año encima es bisiesto, un día extra de sanchismo sin comerlo ni beberlo. Si la Navidad la celebran colgando de un semáforo y apaleando en efigie al presidente del Gobierno, ¿con qué nos piensan sorprender en Semana Santa? Porque una crucifixión resultaría muy previsible y, aunque es lo menos que se debe merecer Pedro Sánchez en opinión de los convocantes, los obispos pueden molestarse y el público aburrirse y acabar prefiriendo irse a casa con la batamanta y la copa de Soberano, antes que quedarse en la rúe a bajo cero defendiendo la unidad nacional.

Debe ser duro estar en la comisión de festejos de la España violenta que madruga, y tener ya tachadas de la lista las ideas más molonas: quemar fotos de Sánchez, enjambre de muñecas hinchables con el nombre de las ministras, veinte formas de anudarte la rojigualda, tenderete de «me gusta la fruta», concurso de rimas con perrosanxe y Txapote, sacar la pistola del abuelo, piñata para linchar, ir todos de negro, ir todos de blanco, la noche para entretenerse con las papeleras, insulta al policía, juntos contra China, rezando el rosario contra la amnistía, fachalecos y furia, hoy invitados de lujo: los hinchas del fútbol… Apuesto a que mañana salen con media tonelada de carbón comprada con otro micromecenazgo para depositar delante de la sede del PSOE de Madrid asediada desde hace meses, porque el líder del Ejecutivo se ha portado fatal este año.

La kale borroka de ultraderechas ha querido distinguirse de la original sufrida durante años en el norte del país por la variedad y la creatividad de sus propuestas. En aquella se cruzaba un coche, se quemaba un contenedor, se lanzaban objetos, se esperaba a la policía y a correr. Siempre lo mismo, cero innovación. Un tedio cuando te encontrabas con la bronca a la salida de la escuela de idiomas, del cine o ocurría debajo de casa. Ni te parabas ni a mirar, solo escapabas en dirección contraria. Entonces no se perdonaba la vida a los participantes bajo la premisa de la libertad de expresión ni se les inmortalizaba en vídeos cortos porque no existían las redes sociales. No había código indumentario («venimos de traje oscuro porque España se rompe», «voy de torero porque soy español») salvo subirse el pañuelo para taparse la cara, cosa que ahora no resulta necesaria. No había espectáculo. Aquella sosería de kale borroka se mantuvo durante años sin necesidad de reciclarse ni de innovar en las convocatorias, tal vez por el peso de la ideología. La de ahora sufre un desgaste desde que comenzó en octubre, una merma de participantes más que evidente que está siendo suplida por la imaginación de los organizadores ultras. Solo fueron trescientos en Nochevieja, pero con su muñeco de Sánchez apaleado han logrado hacerse un hueco en la actualidad dominada por el vestido acuático de Cristina Pedroche.

Hay que aplaudir su capacidad de llamar la atención, magnificada por la melindrosa reacción de sus contrarios. Si no se les ocurre nada bueno para un divertido Carnaval fascista pueden ir directamente al entierro de una sardina con la cara de Puigdemont y seguro que otra vez lo petan.

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