Opinión

Pedro Alfonso

Adam Smith, Darwin y un queso

El libro titulado La riqueza de las naciones fue escrito por Adam Smith en 1776 y aún analizamos la situación económica coyuntural a través de su doctrina con el alma encogida en un puño.

Sabemos que postulaba que la riqueza de una nación no se mide por la cantidad de oro y plata que posee, sino por la cantidad de bienes y servicios que produce.

Argumenta, de manera prolija, que la especialización y la división del trabajo son fundamentales para aumentar la productividad y la eficiencia en la producción de bienes y servicios, así como que el libre comercio es beneficioso para todas las naciones y que los gobiernos no deberían intervenir en el comercio.

Abunda, también, en que el mercado libre es el mejor mecanismo para asignar los recursos y producir bienes y servicios, que los impuestos deben ser justos y equitativos y no deben desalentar la producción o el comercio y que los gastos públicos deben ser limitados mientras que los gobiernos deben gastar ese dinero de manera sabia y eficiente.

Me viene a la cabeza, junto a estos párrafos, algunas de las teorías de Charles Darwin sobre la evolución de las especies, sobre las que destacó que las especies cambian a lo largo del tiempo y dan origen a nuevas especies compartiendo un ancestro común mientras se adaptan a su entorno a lo largo del tiempo, lo que les permite sobrevivir, produciendo individuos con características más ventajosas para aumentar esas probabilidades.

Termino las citas literarias haciendo referencia al best seller de Spencer Johnson titulado ¿Quién ha robado mi queso?, donde relataba una buena metáfora sobre las perspectivas que tomamos sobre la vida y una reflexión sobre el conformismo, la codicia y la desmotivación de seres humanos y ratones en función de su actitud.

¿Cómo ha evolucionado mi queso? ¿Por qué algo escrito en 1776 sigue vigente y no hemos aprendido nada? ¿La evolución caduca?

Feliz 2024.

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