Opinión | Arenas movedizas

Leer

Los resultados del Informe Pisa justifican la propuesta del pacto de Estado por la lectura que reclaman hace años escritores, libreros y editores

Alumnos en el aula de un colegio.

Alumnos en el aula de un colegio. / EP

El último informe PISA ha puesto en evidencia el descalabro en materia de ciencia, matemáticas y comprensión lectora entre el alumnado de 15 y 16 años. El ‘drama’ no es exclusivo de España. Los malos resultados se extienden a la mayoría de países de la OCDE, con la confirmación de lo que era una sospecha más que evidente: el problema se agrava en las clases más desfavorecidas.

En muchos momentos de la historia, la naturaleza evolutiva de la humanidad se atasca por la predisposición política y social de dar pasos atrás. Ni toda la culpa es de los dirigentes políticos ni toda la carga de la prueba debe anotarse en contra de la sociedad, pero a la hora de trazar programas educativos, los representantes públicos deberían tener en cuenta la cada vez mayor influencia de la digitalización y el ocio que de ésta se deriva y las inconveniencias que está causando entre estudiantes y padres. Todo está en los libros, más incluso que en las pantallas, donde los libros también se alojan.

Muchos progenitores españoles han dado la voz de alarma sobre el uso excesivo del teléfono móvil en colegios e institutos. Probablemente, se trata de los mismos progenitores que regalaron a su prole un celular de última generación cuando no era necesario o les llevaron de viaje y cargaron con la videoconsola para ‘aparcar’ al niño a la hora de la comida. No hay madres ni padres perfectos y solo hay un hijo o hija ejemplar: el de cada cual. Quizá el contenido de este párrafo tenga algo que ver con lo que años después de la edad infantil apuntan los informes Pisa cuando diseccionan la adolescencia.

A lo largo de los últimos cien años, España y muchos países de su entorno han trazado una curva estadística que comenzó reflejando un elevado porcentaje de analfabetismo en la primera mitad del siglo XX hasta arrancar la nueva centuria con el deslumbrante dato de la generación más y mejor formada de la historia. La curva no miente. La evolución es notoria, aunque a tenor de los últimos datos, estamos en riesgo de que vuelva a descender en lo relativo a los conocimientos más básicos para caminar por la vida. No podemos rendirnos ante la evidencia de los últimos informes, que constatan la puesta en peligro de los avances logrados por generaciones anteriores.

En los últimos años, editores, escritores y los gremios de libreros han venido planteando un pacto de Estado por la lectura. La idea no es solo incentivar el consumo de libros, sino la de alcanzar otros logros personales por la vía de la literatura y el ensayo, la ciencia y las matemáticas. Las estadísticas tampoco mienten cuando indican que en España se venden más libros que nunca. Otro asunto es que se lean. Con motivo de tal propuesta, la Federación de Gremios de Editores de España encargó a la filóloga Irene Vallejo un Manifiesto por la lectura (Siruela, 2023) para reforzar la petición de ese pacto. Hacia la mitad del manifiesto, Vallejo dice: "Los niños que leen más hablan y escriben mejor. Nuestro fracaso escolar es, básicamente, un fracaso lingüístico. Y lo es incluso en matemáticas".

Quizá es el momento de que nuestras instituciones parlamentarias resuciten ese debate, de que se incentive la lectura en los hogares, de que las televisiones públicas incluyan programas didácticos para niños sobre el goce de leer y sobre el extraordinario hecho de aventurarse en la imaginación de quien nos cuenta una historia fabulosa en un centenar de páginas. Cuesta encontrar un pacto de Estado más justificado que ése.