Opinión

Candelaria Rodríguez

¡Hasta la última puntada!

¡Hasta la última puntada!

¡Hasta la última puntada!

Él no daba puntada sin hilo, que se suele decir. Y así es como deja tras de sí sobre su tierra, un inmenso manto, al estilo del mas puro y refinado calado canario que pudiéramos imaginar, trabajado puntada a puntada, día a día, hora tras hora. Cada cosa en su sitio. Cada hilo medido y calibrado

Yo le decía «caleidoscopio Saavedra», porque cada vuelta a su alrededor te sorprendía con algo nuevo, porque era la solemnidad, cuando desplegaba su extensa cola de brillantes colores a modo de pavo real, para mostrar su amor y conocimientos musicales, operísticos, cuando recordaba las mejores interpretaciones de tal o cual ópera, y yo le decía Jerónimo, eres el vademécum de los cast operísticos, porque se acordaba de todos los que de alguna manera, en vivo o grabados, había vivido. Porque era el humor cuando hacíamos bromas en el Real, o en Salzburgo peleando por ver quiénes eran los cantantes mas guapos, y me daba así con la mano: «Niña, vamos a callarnos que nos van a echar del teatro». 

Porque era el cómplice, en momentos necesarios, como cuando a su inquieta compañera de butaca, «eres un torbellino», me decía, se le cayó el estuche de las gafas en pleno Lieder Abend en la sala de cámara del Mozarteum de Salzburgo, (suelos de madera, para mas detalle!) ¡Eso fue por no estarte quieta! (¿lo ven como él sigue estando en todo?) Y no quedó ojo que no dirigiera la mirada hacía nosotros, y él se disculpó elegantemente ante la ‘mirencia’ (que en ese instante dejó de ser la ‘audiencia’) levantando su mano y poniendo una moderada sonrisa a modo de ¡perdonen, no volverá a pasar! Y también era cómplice cuando me guardaba, sin soltar prenda, en ocasiones, junto a Guillermo García Alcalde, los secretos de las siguientes programaciones, y jamás dijo ni ‘esta nota es mía’. («Por supuesto, te lo prometí. ¿Además yo fui el primero que supe que venía la Chicago!»). Y era respetuoso y discreto, porque me acompañó en esta odisea, sin inmiscuirse, ni tan siquiera atreverse a opinar, sólo estando ahí, vibrando los dos en la misma nota de emoción. «La vienesa sabe lo que hace». Y claro que lo supo el primero, ¡si estábamos juntos en Salzburgo, «viviendo» una ópera, y yo recibí el mensaje de que en 15 minutos me reunía con la presidenta de la Chicago Symphony, todo esto, mientras Muti dirigía, y tuve que salir a escape! «Claro, como para no acordarme, torbellino, si me pisaste, pasando por delante mío y encima te dejaste atrás el bolso, y tuve que salir a dárselo a la señorita para que te lo llevara. ¡Menos mal que tuve la clarividencia se sentarnos en el pasillo! Claro que me acuerdo» (risas y más risas). Y porque era el rabioso cuando en Salzburgo nos íbamos a cenar, o a comer, y como yo hablo alemán mejor que él, -«¡oh, pues bueno estaría, yo no he estudiado la carrera en alemán y tu sí!» (¿ven como él tiene respuesta para todo?)-. Esto venía a cuento porque, cuando llegaba el camarero para preguntar por los postres, yo lo despachaba con un «no gracias, no vamos a tomar», «¿y el señor tampoco, seguro? Sí, sí, es que él no debe. ¡Ah, pues disculpe!». Preguntaban porque ¡mi amigo no paraba de mirarlo carta en mano! Y cuando se iba me decía Jerónimo: «¿porqué se marchó?»; «Jerónimo, tienes que dejar de comer tanto y menos por las noches!»; «¡Eh, pero mira la vienesa!, Que no me deja comer.., ¡pues yo sí quiero postre!». Jajajajaja... ahora me río, pero bien que me hacía enfadar. Pues él hacía volver al caballero, pero me miraba para decir, ¡que le pido…! (¡sí, sí, ríete ahora que te estoy viendo !) Porque era el niño que nunca dejó de ser, lleno de ilusión y emoción, cuando, me seguía todo lo rápido que podía, entre el barullo de gentes y recovecos de aquellos auditorios salzburgueses, para saludar en sus camerinos a Riccardo Muti o a Zubin Mehta, quienes le respetaban y admiraban enormemente, por sus conocimientos, y por su gran labor política, ¡Y cómo se reía por el camino! «¡Tu no te me pierdas!» No, Jerónimo, ahora tenemos que ir a la izquierda, luego el ascensor «pabajo». («¡Niiiiña, espérate, que te metes por ahí como un fosfórito!») Y nadando en estos recuerdos, me viene a la mente el título de aquella película justo made in Salzburgo, pues es lo que estoy viviendo, Sonrisas (risas) y lágrimas. ¡Ay que ver! Porque Jerónimo era la elegancia cuando a la salida del concierto hablaba maravillas de lo que acabábamos de escuchar, y yo lo miraba con cara de asombro, y me hacía señas, con la mirada, pues así nos entendíamos perfectamente, y luego me agarraba la mano y me tiraba así con fuerza para abajo, y me decía discretamente, «¡no digas nada que esta señora es la prima!» Y era la elegancia porque cuadraba tanto ante él o la artista de larga trayectoria y reconocimiento, como ante quien iniciaba sus primeros pasos en el duro mundo de los escenarios. Y era la inteligencia y lo mostraba en muchas ocasiones, a través de la modestia, por ejemplo cuando escenificó Don Giovani en su querida isla de La Palma, y aclaró: «lo hice lo mejor que pude»; «lo he disfrutado muchísimo, ha sido una experiencia magnífica». «Y», sigue él, «agradecí mucho este regalo pues no era escenógrafo, ni quería ocupar el lugar de quien sí ha trabajado para serlo». Y les digo que así y todo fue una preciosa y más que profesional puesta en escena. Y fue modesto, cuando agachó la cabeza al contarle que había estado reunida con Zubin Mehta y la entonces presidenta del Festival de Salzburgo, Helga Rabl-Stadler, y ella me comentó, por supuesto le conozco, es el fundador del Festival de Música de Canarias y además es socio honor de nuestro Festival. ¡Jerónimo, ella te conoce con todos los socios que tienen! Y él se reía discretamente, porque él sí lo sabía, pero no alardeaba de ello. 

Porque era fiel amigo, porque supe por terceras personas, todo lo que obró por mí en momentos críticos, y nunca me lo dijo. Porque bajo su apariencia de hombre frío, albergaba un inmenso corazón, razón por la que hoy Las Palmas en particular, Canarias en general y mucha España, llora su partida. Y porque podría seguir y seguir..., de hecho le propuse escribir su biografía a modo de libreto operístico. Porque el brillante «caleidoscopio Jerónimo Saavedra» da para muchas vueltas. Y yo hablo sólo del Jerónimo hombre de la cultura, hombre de la música, hombre del intelecto, hombre de las humanidades, pero todas sus cualidades son igualmente aplicables a su principal labor, la política y las leyes. Pero de esas mejor hablen otras personas. Sobre eso sólo digo que es uno de esos pocos políticos respetados por todos y cada uno de los compañeros de su partido (incluso quienes intentan demostrar que no lo hacen) y de todos los demás partidos, y conocido por casi todas las personas con quienes hablas, tengan o no vinculación política. Y esto lo logra aquél o aquella que antepone su humanismo a su propio pensamiento o ideología.  

Y como inteligente, listo y ¡ah!, también comodón, que se me había olvidado, que era, eligió dar su última puntada el día preciso, pues sabía que luego, cuando todo acabara en su esfera terrenal, le estaría esperando nada menos que ¡la Patrona de la Música, Santa Cecilia! Hoy, día 22 de noviembre, ella le recibe con los brazos abiertos, feliz y orgullosa de poder tener en su reino semejante trofeo. Y nos manda un mensaje de tranquilidad: no se preocupen que aquí le están esperando Wolfgang, Ludwig, Robert, Guiseppe, Giacomo, Vincenz, Richard, Monserrat, Alfredo, Teresa, María, y como no, Guillermo y Rafa... ¡Fuerte nivel!; ¡Ahora sí va a estar en su salsa! Y seguro que iniciará otro nuevo Festival con todo ese elenco de primera.  

Gracias mi querido Jerónimo. Gracias por todo lo que diste e hiciste por tu ciudad. Y eternamente agradecida porque sin tu maravillosa idea de dar a las Islas, entre otras, ese único y especial Festival de Música de Canarias, yo no hubiera podido vivir, aprender, disfrutar, tanto y tanto como lo hice. Y gracias por tu último y sabio consejo, que haciendo honor a tú elegancia, lo guardaré para nosotros. Un enorme: ¡¡¡ Te Quiero querido AMIGO!!! Desde Viena con Amor. Candelaria. 

Candelaria Rodríguez

Exdirectora del Festival de Música de Canarias

Suscríbete para seguir leyendo