Opinión | Relatos de Santa Cruz | Siglos XVIII y XIX (III)

José Manuel Ledesma Alonso

Relato de la escala en Santa Cruz del viaje alrededor del mundo de James Cook

A la izquierda, las naves 'Resolution' y 'Discovery'.

A la izquierda, las naves 'Resolution' y 'Discovery'. / E. D.

Este es un relato sobre la escala en Santa Cruz de Tenerife de James Cook (*), navegante, explorador, cartógrafo y capitán de la Marina Real británica:

«El 12 de julio de 1776 partimos del puerto de Plymouth a bordo del Resolution, de 24 cañones. Me acompañaba la Discovery, capitaneada por Charles Clerke. En los dos veleros viajaba una tripulación de 112 hombres y un gran equipo humano con importante y novedoso material científico, formado por Charles Green, astrónomo del observatorio de Greennwich; Joseph Banks, naturalista; Solander, botánico sueco; y dos dibujantes para captar elementos de interés para la historia natural.

Hicimos escala en Tenerife con el fin de obtener vino para la tripulación y avituallarnos de agua, alimentos vivos y fruta fresca, así como pienso y grano para los animales, a los que quería conservar con vida hasta llegar al Cabo de Buena Esperanza.

El Pico de Tenerife lo divisamos a las cuatro de la tarde del día 31 de julio y, como a las nueve de la noche ya habíamos alcanzado la Isla, decidimos bordearla doblando su punta oriental. A las ocho de la mañana del día 1 de agosto ya habíamos fondeado en el lado sudeste de la rada de Santa Cruz, sobre un fondo de arena cenagoso. Al norte nos quedaba la Punta de Anaga; al sur teníamos la iglesia de San Francisco, que destacaba por la altura de su campanario; y al sur-oeste, la punta de la rada, en la que estaba situado el fuerte o castillo.

En la bahía encontramos La Boussole, fragata francesa comandada por el caballero Borda, dos bergantines de la misma nación, un tercer bergantín que venía de Londres y que iba a Senegal y catorce navíos españoles. En cuanto atracamos vino a hacernos la visita el jefe del puerto, al que acompañaría a tierra uno de mis oficiales para saludar de mi parte al gobernador y solicitarle permiso para embarcar agua y comprar las cosas que nos eran necesarias.

Uno de los oficiales del gobernador vendría a cumplimentarme y, con la mayor amabilidad, me comunicó que se nos había concedió todo lo que le habíamos pedido, por lo que después de la cena lo fui a saludar, acompañado de varios de mis oficiales.

Retrato de James Cook. | | E.D.

Retrato de James Cook. / E. D.

La rada de Santa Cruz está situada delante de la ciudad del mismo nombre, en la banda sureste de la isla. Está bien abrigada, es amplia, y su fondo es de buen firme. Se encuentra completamente abierta a los vientos del sureste y del sur, pero estos vientos nunca son de larga duración. Todos los navíos que estaban fondeados tenían cuatro anclas afuera, dos al noreste y dos al suroeste, y sus cables estaban tensados sobre toneles.

En la parte suroeste de la rada existe un malecón que se prolonga en el mar desde la ciudad y que es muy cómodo para la carga y descarga de los navíos, pues hasta allí llega el agua que se embarca. El agua viene de un arroyo que desciende de las colinas y es muy buena. La mayor parte llega en canales de madera, sostenidos por delgados puntales. Como los citados canales se estaban reparando, el agua era escasa.

La ciudad de Santa Cruz, que tiene poca extensión, está bastante bien construida; las iglesias no tienen nada magnifico en el exterior, pero el interior es decoroso y demasiado adornado. En su litoral cogen poco pescado, pero sus barcos hacen una pesca considerable en la costa de Berbería y lo venden a buen precio.

El patrón de un navío español se encargó de suministrarnos el agua ya que nosotros no podíamos rellenar nuestros envases. Compramos una cantidad considerable de provisiones, granos y paja para los animales y me puse de acuerdo en el precio de varios toneles de vino.

Cometí la tontería de comprar bueyes jóvenes y los pagué a mayor precio; sin embargo, los cochinos, corderos, cabras y aves de corral no fueron tan caros. También encontramos frutas en abundancia, sobre todo uvas, higos, peras, moras y melones. Las calabazas, cebollas, maíz y batatas son de una calidad excelente, y jamás las he encontrado que se conserven mejor en el mar.

Está claro que los habitantes de Tenerife no consumen todos los productos de su suelo, por lo que considero que los navíos que emprenden largos viajes deberían hacer escala en Tenerife antes que en Madeira.

El caballero Borda, capitán de la fragata francesa que también estaba fondeada en la rada de Santa Cruz, y el astrónomo español M. Varela, estaban llevando a cabo observaciones para levantar la Carta Náutica de las Islas Canarias. Todos los días, a mediodía, en una tienda situada en el muelle, comparaban su reloj con el reloj astronómico que llevaban a bordo.

Aunque Jean-Charles Borda tuvo la amabilidad de darme sus datos para compararlos con nuestro reloj marino, nuestra escala en Tenerife fue demasiado corta para sacar gran provecho del favor amistoso que este caballero Borda quiso hacerme, pues el 4 de agosto de 1776 levamos anclas para procurar llegar a Tahití antes del mes de junio de 1769, pues nuestra misión era observar el tránsito del planeta Venus por el Sol en aquel lugar»

(*) James Cook (Gran Bretaña, 1728 – Haway 1779)

Ingresó en la Armada Real británica a la edad de 27 años, emprendiendo en 1766 el primero de los tres grandes viajes de exploración que realizó al mando del Endeavour, en el que cartografió Nueva Zelanda, cruzó el estrecho que separa las dos islas mayores (estrecho de Cook) y pasó a la costa oriental de Australia, a la que bautizó como Nueva Gales del Sur. A su regreso navegó entre las islas de Java y Sumatra, demostrando que eran dos bloques de tierra separados.

En el segundo viaje, a bordo del Resolution, en 1773, consiguió atravesar el círculo ártico, llegando a las islas que hoy llevan su nombre. Por esta expedición fue ascendido a comandante y nombrado miembro de la Royal Society de Londres.

En su tercer viaje, en 1776 descubrió las islas Sandwich, hoy llamadas Haway; sin embargo, no pudo encontrar un paso entre los océanos Atlántico y Pacífico por el noroeste -objetivo del viaje-, pero cartografió la costa occidental de Alaska, llegando hasta el estrecho de Bering, aunque tuvo que retroceder a causa del hielo.

Al regresar a Inglaterra, la expedición fondeó de nuevo en las islas Sandwich, donde tuvo problemas con los indígenas a causa de la escasez de provisiones, muriendo en una reyerta con un nativo. En estos viajes de exploración, ningún hombre de su tripulación murió de escorbuto, afección que había diezmado muchas expediciones marítimas anteriores, pues Cook siempre incluía los cítricos en la dieta alimenticia.

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