Opinión

Helena Bonache Recio

Autoengaño: cómo la disonancia cognitiva sostiene la explotación sexual

Si te pregunto si estás a favor de la explotación de otras personas, pongo la mano en el fuego a que tu respuesta es que no. Sin embargo, también tengo la seguridad de que has comprado camisetas a 10€ en alguna cadena textil, a riesgo de que se rompan en el tercer lavado, aunque eso implique que quienes la fabrican estén en una situación de esclavitud. Dime, ¿cuántos smartphones, tablets y portátiles has tenido en los últimos tres años? Es muy probable que hayas cambiado de móvil varias veces, sin querer mirar ni escuchar nada sobre la explotación a la que están sometidos quienes extraen el coltán de las minas. Aunque las personas intentamos profesar con el ejemplo, no siempre actuamos de acuerdo con nuestros valores. Esto nos genera malestar psicológico, una especie de run run en nuestro pensamiento, conocido en Psicología como disonancia cognitiva. Para aliviar esta molestia o sensación incómoda, tenemos dos opciones. La menos frecuente, por el esfuerzo que conlleva, es cambiar nuestras creencias y valores para ajustarlos a nuestro comportamiento. Por el contrario, es más probable que el cerebro se ponga en marcha rápidamente y, de manera casi automática, prepare una serie de justificaciones de nuestro comportamiento. De modo que, cuando decimos frases como «Esas personas cobran 20€ al mes, pero es el salario ajustado al coste de vida de ese lugar»; o «Parece que ahora toda la culpa es del consumidor, cuando es responsabilidad del Gobierno», lo que se está haciendo es neutralizar y legitimar nuestra conducta para no sentirnos malas personas.

Estas estrategias para justificar y minimizar las consecuencias de nuestros actos son habituales entre quienes consumen fast-fashion y desean estar a la última en tecnología, siendo frecuentes los argumentos que permiten verlo como algo lejano y como una cuestión de países del Tercer Mundo. Esto facilita distanciarse de quienes sufren este tipo de esclavitud y esta lejanía, a su vez, lleva a no sentir responsabilidad ante el daño generado, a pensar que los explotadores son otros. Pero, ¿qué pasaría si no pudiéramos justificar nuestro comportamiento en base a la distancia social?, ¿qué pasaría si nuestra conducta estuviera directamente relacionada con la explotación que está viviendo otra persona? Te ayudo a ponerte en situación: imagina ir a una fábrica en Taiwán, dar indicaciones a la persona en situación de esclavitud sobre cómo confeccionar la prenda y, finalmente, mirarla a los ojos mientras compras el producto, ¿qué tendrías que decirte para vivir a diario con ese dolor que sabes que estás causando?

No hace falta escarbar mucho más para encontrar otros escenarios en los que no existe esa distancia social que permite justificar la conducta y, en los que se es agente directo del sometimiento de otra persona. Con esta idea, surge el interrogante sobre cómo consiguen conciliar sus propias creencias con sus acciones quienes pagan por sexo. Por un lado, porque son conscientes (aunque se resistan a admitirlo) de la alta probabilidad de que la mujer involucrada esté atrapada en una situación de explotación sexual. Y, por otro lado, porque son ellos mismos quienes están contribuyendo activa y directamente a la opresión y a la explotación. Qué se dicen a sí mismos para poder mirarla a la cara, pegar su cuerpo desnudo al de ella, decirle lo que tiene que hacer y, además, sentir placer, pero que no haya rastro de empatía, ni de remordimiento, ni de pena. Ni de humanidad.

En el caso de quienes pagan por sexo a mujeres que están siendo explotadas o en situación de vulnerabilidad, un mecanismo usual para reducir la disonancia cognitiva es percibirla como una mujer diferente al resto de mujeres que conocen, como alguien de segunda categoría. Esta estrategia para manejar su disonancia cognitiva lleva a sentir menos empatía y reducir el sentimiento de culpabilidad por el daño provocado. De acuerdo con esto, una investigación mostró que las campañas de sensibilización que interpelan a los hombres son más efectivas que aquellas que muestran a las mujeres como víctimas de explotación sexual. Es decir, su preocupación no es hacia estas mujeres y su situación, sino hacia la vergüenza de una posible exposición pública. Así que, si queremos erradicar la esclavitud sexual para tener una sociedad más justa e igualitaria, lo más efectivo puede que no sea señalar (solo) la situación de explotación sexual de esas mujeres, sino que la clave puede estar en pedir a los hombres que revisen su repertorio de justificaciones y exponer a aquellos que pagan a mujeres explotadas o en situación de vulnerabilidad a cambio de sexo. Si hacemos eso, veremos cómo se revuelven y nos llaman falsas feministas, mientras se agarran como un clavo ardiendo al machismo «de toda la vida». Lo hemos visto con el caso Rubiales, pero el cambio de modelo de sociedad está aquí. Y esto también lo hemos visto con todos esos hombres mostrando públicamente su rechazo ante este tipo de comportamientos, a señalar que solo sí es sí. Parece que la ley no solo ha traído polémica, sino también conciencia social. Se ha sembrado una semilla y ahora es el momento de regarla y verla crecer.

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