Opinión | EL RECORTE

La salida progre

José Luis Rodríguez Zapatero.

José Luis Rodríguez Zapatero. / EFE

Paso a paso nos acercamos a la felicidad absoluta; ese día en el que todos los ciudadanos, ciudadanas y ciudadanes trabajarán para el Estado y cobrando sueldos dignos. Habrá cenizos que digan: ¿Y eso cómo se paga? No hagan caso. Ahí tenemos el exitoso ejemplo de los modelos soviéticos, cubano o bolivariano. Unas sociedades tan extremadamente felices que sus ciudadanos terminaron huyendo a otros países incapaces de soportar tanta libertad, tanta riqueza y tanta prosperidad.

Cada vez que salen nuevas cifras de creación de empleo, sostenidas en gran parte en el crecimiento del trabajo en el sector público, descorchamos botellas de sidra. La junta general de accionistas de la gran empresa del Estado celebra el aumento de sus costes de estructura. Y viva la Pepa. Y para seguirnos engañando al solitario, hemos inventado nombres creativos para definir el infraempleo, como el de trabajadores a tiempo parcial o fijos discontinuos. Si no puedes arreglar el problema, cámbiale el nombre.

Cuando llegó la gran crisis del crédito en el año 2008 los burócratas de la Unión Europea obligaron a que todos los países se ataran los machos. Eso que la izquierda llama «el austericidio». Obligaron a recortar gasto público. Hasta un hombre tan progresista como Zapatero, con cara de dolor de muelas, tuvo que sacar las tijeras y acabar con el tenderete del gasto en España. El empleo público se desplomó considerablemente y la administración adelgazó a la fuerza. Y no solo eso, cuando llegó el PP al Gobierno, se subieron los impuestos para exprimir a la sociedad con 22.000 millones más de recaudación. Era la filosofía de Rajoy: recaudar más y gastar menos.

Luego llegó la gran pandemia mundial. Los gobiernos, en estado de pánico, encerraron a los ciudadanos. Paralizaron los sectores productivos, se cargaron el comercio y gastaron cientos de miles de millones en vacunas fabricadas deprisa y corriendo por las grandes farmacéuticas propiedad de los grandes fondos de inversión, accionistas de los grandes medios de comunicación. Todo a lo grande para concienciar a los más pequeños. Pero ¿y cómo se paga todo eso? Tranquilos. Siempre hay un plan.

Pasada la amenaza de Andrómeda y amansado el gran asesino vírico, el mayor enemigo del ser humano, eso que Jefferson llamaba banco central, decidió subir los tipos de interés. Pero eso fue después de poner en el mercado más de dos billones y medio de euros para gastar a lo grande. Luego llegó la hora de pagar. La inflación, el peor impuesto conocido, empezó a comerse los salarios de la gente. Y, lo mejor del plan, con precios mucho más altos, la recaudación de impuestos al consumo se disparató. El Estado empezó a hacer caja a lo grande. Y se volvieron a contratar a miles de cuñados. Las corporaciones locales de Canarias invierten menos que en el año 2007 pero gastan en personal un 40% más que ese año. Regresó la fiesta. Los de siempre terminan pagando a los de siempre, pero por la puerta de atrás. Así es la salida progre.

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