Opinión | Observatorio

La ONU y el Sur Global

La ONU y el Sur Global

La ONU y el Sur Global

Como todos los años, en septiembre la actualidad internacional se concentra en la Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNU), un circo en el que he participado en una docena de ocasiones, que reúne a la mayoría de jefes de Estado y de Gobierno –y ministros de Asuntos Exteriores– de los 193 países miembros, convirtiendo Nueva York en un infierno de precios exorbitantes, falta de hoteles y atascos sin fin por razones de seguridad. Aparte de soporíferos discursos dedicados en buena parte al consumo doméstico del país del orador (los únicos interesantes son los de las grandes potencias y el del país de moda, en la actualidad Ucrania), lo verdaderamente útil es el networking, la posibilidad que tienen los líderes de verse discreta y directamente en pequeños despachos en el mismo edificio de Turtle Bay, sede de la ONU. Los más trabajadores pueden concertar hasta una veintena de encuentros.

La ONU solo puede hacer lo que le permiten los países que la controlan y actualmente está en crisis porque Rusia, que tiene derecho de veto, la bloquea para evitar condenas por su actuación en Ucrania. Además, este año el único miembro permanente del Consejo de Seguridad que ha asistido ha sido Biden, pues Putin se arriesgaba a ser detenido por orden del Tribunal Penal Internacional y Xi, Macron y Sunak han decidido quedarse en casa.

En su intervención, Biden ha confirmado la continuidad del apoyo militar a Ucrania, que está amenazado por una eventual reelección de Donald Trump en 2024, mientras Zelenski no se cortaba, pedía la expulsión de Rusia y trataba de tocar el corazón de los 150 países (73% de la población mundial) que se han puesto de perfil y ni le ayudan ni secundan las sanciones contra Moscú, entre otras razones porque ven doble rasero en la forma en la que los occidentales hemos tratado la invasión americana de Irak y la rusa de Ucrania. Es interesante que Biden no haya hablado este año de la confrontación entre democracias y dictaduras, uno de sus temas preferidos, porque se da cuenta de que necesita el apoyo de líderes impresentables en su posible confrontación con China.

Lo más significativo de esta edición de la AGNU es la confirmación de la mayoría de edad del Sur Global, un conjunto muy variado de países (los hay grandes y pequeños, ricos y pobres) que han tomado conciencia de su fuerza (los BRICS ampliados tras la reciente cumbre de Johannesburgo tienen un PIB mayor que el G-7) y que exigen un nuevo reparto de poder en el mundo y unas nuevas reglas de funcionamiento que reemplacen a las adoptadas por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Quieren reformar el Consejo de Seguridad para adaptarlo a la nueva realidad que, por ejemplo, exige dar cabida a la India que hoy es una potencia nuclear con 1.400 millones de habitantes y que era una colonia en 1945. Por las mismas razones también quieren reformar el FMI y el BM. Por ahora parecen dispuestos a aceptar cambios, pero si no se hacen, acabarán tirando al niño al mismo tiempo que el agua sucia de la bañera.

A diferencia del Movimiento de Países No Alineados del pasado siglo, los miembros del Sur Global no están ideológicamente motivados, no se reparten entre promarxistas y procapitalistas, sino que se mueven por intereses y no desean adscribirse a ninguno de los dos campos enfrentados que definen la nueva bipolaridad. Y así, por ejemplo, Arabia Saudí se alía con Rusia en el marco OPEP+ para mantener alto el precio del crudo en contra de los intereses de EEUU, mientras negocia con Washington un acuerdo de seguridad y acepta la mediación china para restablecer relaciones diplomáticas con Irán. Se guían por el pragmatismo, no quieren tomar partido en una eventual confrontación sinoamericana sino que desean mantener abiertas todas sus opciones.

Son países que quieren que la ONU atienda a los graves problemas que enfrenta el mundo desde el calentamiento global a la seguridad nuclear, alimentaria o sanitaria, el aumento de la pobreza y de las desigualdades, las migraciones, la regulación digital y el ciberterrorismo. Y si para conseguirlo hay que hacer reformas, pues se hacen. Más vale que tomemos en cuenta estas demandas antes de que sea demasiado tarde pues están crecidos, su paciencia no es infinita y China les empuja. Hay que evitar que rompan la baraja.

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