Opinión

La realidad perdida entre el chismorreo

Daniel Sancho

Daniel Sancho

Un tema recurrente en mis artículos es esta actualidad de usar y tirar que definitivamente se ha instalado entre nosotros, nuestra querencia por la dosis de chisme diario, confundido con información, que nos hace desviar la atención de lo verdaderamente importante. Sin olvidar el incendio forestal que ha consumido sin remedio buena parte del monte de Tenerife, el verano se nos ha escapado mientras debatíamos sobre el beso de Rubiales, el crimen de Daniel Sancho y la muerte de María Teresa Campos. Ah, claro, y fuimos a votar con las cholas de la playa. Será que hemos integrado las decisiones sobre el rumbo de nuestro país entre los cuatro cotilleos estivales, dando por bueno lo que nos impone un cúmulo de opiniones teledirigidas en el multiverso. Como los partidos políticos no se ponen de acuerdo después de unas elecciones, que convoquen otras a ver qué pasa, y mientras nos entretenemos con la minucia. Estamos abocados casi sin remedio a votar en enero de 2024, con el turrón a medio digerir.

¿Realmente nos creemos que un tuit, no digamos ya una publicación de Instagram o un sticker, son toda la información que necesitamos? Dos frases del opinador de turno pueden resumir una mínima parte de la verdad, pero lo más probable es que sean una mera opinión que nos empeñamos en engrandecer como si fuera el mundo en una pantallita. Y en esas reflexiones que ya no son ni de barra de bar, es costumbre cuestionar las bases de la democracia misma y cargar contra ella, agredir de forma inmisericorde al prójimo –que es tan ciudadano como tú lo eres– y contra tu propio país, como si ejercer el derecho a voto fuera equivalente a defender a muerte a tu partido político, haga lo que haga, igual que al equipo de fútbol de tu barrio.

Jamás vamos a acertar en nuestros diagnósticos si lo mejor que podemos decir de nosotros mismos es «país de pandereta», «país de anormales» o «país de borricos» … Lo mejor que he podido leer hasta la fecha es un «qué pobre eres, España». ¿Perdón? ¿A qué España nos referimos? Quizás a esa España que garantiza que estudies gratuitamente hasta los 18 años, o a esa que vela por tu salud desde que naces hasta que mueres, o a la que te proporciona carreteras, puentes, aeropuertos… España eres tú y lo soy yo, ciudadanos de un mismo mundo, sin razas, credos ni banderas, que a veces nos olvidamos el significado que encierra y lo que nos reporta ser parte de la «aldea global». Ya puestos, olvidamos la verdadera pobreza, la que se respira en la otra orilla del océano, en el lugar donde no nos dejó la cigüeñita por puro azar. Esos fenómenos migratorios de los que solo nos acordamos para lanzarnos las cifras a la cabeza se traducen en miles de personas que se hacinan en las fronteras de Europa, culpables de perseguir lo que su país de origen les niega, pero que también les está negando una tierra donde paradójicamente nos permitimos rechazar un curro porque se vive mejor de subsidios.

Juego de Tronos, House of Cards y demás nos han confundido y pensamos que esto es una estrategia en la que alguien gana o pierde, y no es verdad: perdemos todos por igual, no precisamente un partido de fútbol, y seguiremos perdiendo eternamente si no somos capaces de dialogar y de llegar a acuerdos, no sobre personas ni sillones, o quítame allá este coche oficial, sino sobre empleo, educación, sanidad, vivienda, pensiones… Quizás ese diálogo sincero y leal permitiría edificar una opción de gobierno con la que una inmensa mayoría estuviéramos cómodos, y evitaría una repetición electoral. También nos evitaría mirar todo el día al prófugo de Waterloo y nos evitaría demonizar el uso de las lenguas cooficiales en las Cortes Generales. Vete a saber si hasta llegamos a controlar lo que importa, y dejamos de vivir instalados en una irrealidad permanente, esa en la que nos escandalizamos por los cuatro chismes de verano, pero pagamos sin rechistar 15 euros por una bolsa de papas, 35 por cinco litros de aceite y 70 por llenar el tanque de gasolina. Al final resultará que España sí es, o será, pobre.

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