Opinión

El último discurso del presidente Salvador Allende

El último discurso del presidente Salvador Allende

El último discurso del presidente Salvador Allende

Confieso que para mí el pasado 11 de septiembre fue un día triste y pensativo, no ya por la Diada catalana, que, al parecer, está venida a menos por la brecha entre los independentistas, sino, por un lado, por el recuerdo de las veinte personas que ese día, en 1984, mueren entre las llamas de un pavoroso incendio en los montes de La Gomera, y por otro, al revivir el terrorífico atentado contra las torres gemelas de Nueva York en 2001.

Además me produce mucho dolor cada 11 de septiembre oír por la radio la desgarrada, pero potente y firme voz de despedida de su pueblo del presidente constitucional de Chile, el médico cirujano Salvador Allende, cuando, indefenso, con la única arma de la palabra, con el sonido de fondo de las bombas cayendo sobre su cabeza en el Palacio de La Moneda de Santiago, afirma que no acepta la orden de entrega a la que le conmina el ejército del golpista Augusto Pinochet, despidiéndose de los trabajadores chilenos y de sus últimos acompañantes y colaboradores, incluidas sus dos hijas, Isabel y Tati, a quienes insta a que abandonen urgentemente el Palacio y salven sus vidas, y él, ya, en su soledad, se dispara un tiro de fusil y fallece tras afirmar por Radio Magallanes en directo que «pagaré con mi vida la lealtad del pueblo», posiblemente el discurso más oído en el mundo entero, en el que afirma que «el metal tranquilo de mi voz no será acallado».

Radio Magallanes era la única emisora que no había destruido el ejército, y gracias a ella hoy disponemos de un documento excepcional que revela los últimos momentos políticos y familiares de la vida del presidente de Chile el 11 de septiembre de 1973, que recomiendo. Salvador Allende, ante el bombardeo traidor, decide firmemente que ni se va de La Moneda, ni se rinde, ni se humilla, ni se deja apresar, ni coge un avión hacia al exilio, antes entrega su vida, como hizo tras despedirse de sus hijas, la escritora Isabel y la médico Tati.

Allende: Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. No quiero que trabajadores indefensos se enfrenten a militares armados

Días antes, el jefe de las Fuerzas Armadas, Pinochet, había prometido fidelidad al Gobierno, cuando llevaba tiempo preparando el golpe de estado contra él con los demás altos jefes militares de tierra, mar, aire y carabineros, que no dudaron en bombardear La Moneda y cometer todo tipo de torturas y actos vandálicos sanguinarios, incluyendo el lanzamiento al mar de detenidos desde aviones. Antes había conseguido Pinochet que el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, y su asesor, Henry Kissinger, ordenaran a la CIA que desestabilizaran el país para crear un caos tan insoportable que justificara el golpe de Estado, tal como se desprende de documentos desclasificados que revelan el lado más oscuro del poderoso secretario de Estado estadounidense (1973-1977), y previamente consejero de Seguridad Nacional (1969-1975), Henry Kissinger, durante los mandatos de los republicanos Richard Nixon y Gerald Ford.

Kissinger presionó con hostilidad al gobierno chileno para favorecer su derrocamiento y consolidar la dictadura militar (1973-1990). En la transcripción de una reunión privada sostenida en Santiago en 1976 con motivo de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos en la capital chilena, Kissinger trasladó a Pinochet que «queremos ayudarlo, no perjudicarlo, simpatizamos con lo que están haciendo aquí, porque Chile hizo un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende y evitar que se volviera comunista».

Pinochet no puede quejarse del gobierno franquista de España, que lo honró desde 1975 con la Gran Cruz al Mérito Militar durante 48 años, hasta el Consejo de Ministros del pasado 12 de septiembre. Un dictador que gobernó Chile durante 17 años y nunca fue juzgado por sus crímenes.

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