Opinión

Volver al colegio

Daría, sí, cualquier cosa por ir esta mañana a la clase de don Aurelio, aquel viejo maestro, con empaque de senador romano, que descubrió enseguida que yo sabía leer y decidió que amenizara las tareas de mis compañeros con la lectura, en voz alta y de pie sobre una silla, del periódico

Comienzo del curso escolar en el Colegio Echeyde

Comienzo del curso escolar en el Colegio Echeyde / Carsten W. Lauritsen

Lo malo de nuestros tiempos, tan sumidos en sus premuras y sus apremios, es que propicia, alienta, impone, un modo de pensamiento superficial concentrado en la información y no en el conocimiento. Por eso a veces, cuando me siento a escribir la columna, estoy tan hastiado de la realidad, de sus urgencias y de su manera de ensuciar la vida, que de pronto, como decía Umbral que solía hacer, me pongo a mirar por la ventana a ver si la vida de verdad me trae algo que no huela a juego de trileros.

Por la calle están pasando, ahora mismo, los críos para el colegio. Busco entre ellos al niño que fui. Daría cualquier cosa en este momento por tomarme de la mano y llevarme a aquella vieja escuela cargado con la esperanza que daban siempre los libros nuevos, los nuevos cuadernos, el lápiz al que todavía no había habido que sacarle punta.

Daría, sí, cualquier cosa por ir esta mañana a la clase de don Aurelio, aquel viejo maestro, con empaque de senador romano, que descubrió enseguida que yo sabía leer y decidió que amenizara las tareas de mis compañeros con la lectura, en voz alta y de pie sobre una silla, del periódico. Esa era mi primera tarea diaria. Se ve que ahí le cogí el gusto a la cosa y todavía hoy, más de medio siglo después, lo primero que hago por las mañanas es leer periódicos, porque hay cosas que están tan bien que no es necesario cambiarlas nunca.

He seguido con la mirada el caminar de los niños hacia el colegio que hay al final de mi calle. Cogidos de la mano de sus madres, cargados con sus mochilas, alguno refunfuñando porque preferirían quedarse en casa… Una vez más, he hecho bien siguiendo los consejos del maestro Umbral. La vida está ahí, al otro lado de la ventana, en esos niños que van a la escuela y que no saben el precio de unos escaños y aún confían en que nadie puede vender lo que no es suyo haciéndonos a todos más pobres.

Qué puñetero es el tiempo, que nunca vuelve, que jamás tropieza, que nos quita tantas cosas que nos hacen tanta falta y nos entrega a cambio solo la aridez del presente, ese presente al que no hay más remedio que volver para cerrar la columna, para justificar que está atada al presente, a la actualidad, a esa vida que nos hemos convencido de que es la vida y que se escribe siempre en titulares, en desabridos boletines, en el telediario, y que nos tiene en vilo sin dejarnos mirar por la ventana para ver cómo vuelven los niños al colegio.

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