Opinión

El bulo salió del vecino

La utilidad del bulo

La utilidad del bulo

Tengo el típico vecino que se come todos los bulos que circulan por la red. Los engulle con alegría y hace de la sospechosa casualidad una verdad absolutamente categórica. Es el Kant del Callejón Cagado, un tipo que impone su ley en las redes sociales con la misma amabilidad que los kosovares en su Parlamento. No importa la temática del bulo, porque sabe cómo aplicar su verdad utilizando una oratoria sencilla y directa. Es un todólogo de universidad, versado en el noble arte del embuste para convencer de que su método es el correcto. Presume de acceder a periódicos digitales y blogs de dudosa credibilidad, webs diseñadas con el único objetivo de romper la sana convivencia. Tiene a su servicio una cohorte de seguidores que le anima a opinar de los asuntos más relevantes del momento. Una reflexión suya es sagrada, esencial para que sus fieles inicien la cruzada contra el hereje. Atiza a alcaldes, ministros, consejeros, presidentes, vecinos y todos aquellos que osen utilizar eso que se llama libertad de expresión. Escudriña, espía y rastrea la vida de todos para airear el pasado más escabroso en situaciones de vulnerabilidad. Ramón sabe cuándo es el momento ideal para detonar el bulo, porque además de dinamizador de las fake, es lanzador olímpico de mentiras. Le fascinan los periodistas condenados por engañar intencionadamente; adora a los verdaderos mártires en esa caza de brujas contra los profesionales independientes. Una de sus últimas hazañas fue la de asegurar en redes que el alcalde estaba de fiesta en pleno confinamiento por la pandemia, una situación que, pese a demostrarse que era falsa, cientos de vecinos compartieron para atizar al regidor municipal, que no era de su tendencia política. No les importaba la verdad; el sesgo de confirmación actuaba de forma automática para darles una razón irreal. Ramón siempre tiene información privilegiada a su alcance. Durante el Covid-19 se construyeron infinidad de noticias falsas sobre los supuestos efectos secundarios de la vacuna fabricada por el doctor Josef Mengele. Ramón sabía a ciencia cierta la verdadera composición de unas vacunas que tenían la finalidad de provocar en los pacientes efectos irreversibles. Puso fotos, enlaces e incluso algún testimonio de supuestos familiares contando su experiencia en lo que ellos denominaban como plandemia. Las reacciones no se hicieron esperar: otros vecinos aseguraron conocer los efectos descritos, incluso, personas de un nivel cultural alto que a priori están exentas de un grado de ignorancia tan escandalosamente sorprendente como el descrito. Insistía en que un grupo de médicos del pueblo había alertado de no vacunarse, pero fueron silenciados por las autoridades ante el temor a una revolución local. Tan disparatado como real. Esto sucedió así. Ramón está legitimado para tener la razón y, eso, es un problema colectivo. Los grupos de mensajería instantánea se copan de parábolas en forma de bulos que se reparten sin pudor. «Lo leí en el móvil y luego en Facebook» o «me lo dijo mi suegro», son algunas de las aseveraciones más recurrentes que alimentan el mundo de las fake news en esta sociedad que tanta prisa tiene. En barrios, supermercados, peluquerías o comunidades de vecinos existen estos ecosistemas fake que tanto daño hacen al entendimiento. Es difícil combatirlos, sin embargo, hay que estar alerta para no caer en la trampa populista de algunos espabilados. Sentido común y lectura sosegada.

@luisfeblesc

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