Opinión

Olvidado Pedro Garfias

Pedro llamó la atención del tabernero y cada noche, cuando cerraba el local, invitaba a Garfias a un trago. Entonces el poeta le contaba sus pesares y el tabernero lo escuchaba en silencio

Una persona sostiene un libro entre sus manos

Una persona sostiene un libro entre sus manos

Ahora, en estos días de San Lorenzo y sus lágrimas, se han cumplido años de la muerte de uno de mis más queridos poetas, Pedro Garfias, un olvidado. Manolo Díez de los Ríos fue el primero que me habló de él. Yo había cantado mucho un poema suyo que musicó Víctor Manuel, Asturias, pero no sabía que fuera un poema de Garfias. Casi nadie lo sabía, casi nadie lo sabe.

Manolo fue quien me dio a leer Primavera en Eaton Hastings, el más bello poemario español del exilio, y quien me contó de su vida, de su exilio en México, de su alcoholismo, de sus últimos poemas escritos en las servilletas de papel de las tabernas, de que pidió ser enterrado con tierra española metida en la boca. Sin embargo, una de las más bellas historias que sé de Pedro no la supe por Manolo. La cuenta Pablo Neruda en su autobiografía, Confieso que he vivido, y gira en torno a las circunstancias de esa primavera: «… el poeta andaluz Pedro Garfias fue a parar en el destierro al castillo un lord, en Escocia. El castillo estaba siempre solo y Garfias, andaluz inquieto, iba cada día a la taberna del condado y silenciosamente, pues no hablaba el inglés, sino apenas un español gitano que yo mismo no le entendía, bebía melancólicamente su solitaria cerveza». Al parecer, Pedro llamó la atención del tabernero y cada noche, cuando cerraba el local, invitaba a Garfias a un trago. Entonces el poeta le contaba sus pesares y el tabernero lo escuchaba en silencio, sin entender una sola palabra, y luego él contaba desventuras. Ninguno entendía una palabra de lo que decía el otro, y, sin embargo, la amistad de los dos hombres solitarios se fue acrecentando y el verse cada noche y hablarse hasta el amanecer se convirtió en una necesidad para ambos. Cuando Garfias partió para el definitivo exilio en México se despidieron bebiendo y hablando, abrazándose y llorando, unidos profundamente por sus soledades. Finalmente Neruda pregunta: «Pedro, qué crees tú que te contaba?», a lo que Garfias responde: «Nunca entendí una palabra, Pablo, pero cuando lo escuchaba tuve siempre la sensación, la certeza, de comprenderlo. Y cuando yo hablaba, estaba seguro de que él también me comprendía a mí».

Neruda era escritor, no cronista. Añade cosas de su cosecha, modifica otras, no sé si para mejorar el relato o porque rellena aquellas partes que su memoria había olvidado. Eaton Hastings no está en Escocia. Está en Oxfordshire, cerca de la ciudad de Oxford, y es una pequeña parroquia, un lugar minúsculo, una aldea. Damos por bueno lo demás del relato, la existencia del lord, del castillo y, por supuesto, de la taberna, seguramente regentada por un inglés, no por un escocés. Pero la forma en que lo cuenta Neruda nos hace sentir profundamente esta estremecedora historia de soledad y tristeza sobre un poeta que siempre estuvo solo y triste, exiliado y olvidado.

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