Opinión

Juan Inurria

Los lunes con Juan Inurria

Vista de La Luna este lunes desde las afueras de Zaragoza.

Vista de La Luna este lunes desde las afueras de Zaragoza. / EFE

Tengo una amigo, D. Juan, que debe rondar los 80. Lo veo a menudo cuando acude a las 20.00 horas a darse un chapuzón en el mar, no falla ni un día. Él me lee siempre y eso me llena de alegría y satisfacción, fue el primero en felicitarme cuando reinicié esto de los artículos semanales. Él no se pierde ni uno y después me los comenta y me los critica. El del lunes pasado le resultó muy técnico y que había palabras «raras» pero le quedó muy claro que los juzgados no cierran en agosto. D Juan es de esas personas que siguen acudiendo al kiosko para retirar el periódico a diario. Y compra dos, el nacional y el local, nada más y nada menos. Una costumbre que cada vez resulta más difícil mantener ya que se nos está imponiendo, también, el destierro de la degustación del café con la lectura de la prensa impresa, la tangible y con eso su cultura. Empezó poco a poco y su desaparición ha evolucionado drásticamente. Apenas hay lugares ya donde puedas ojear la prensa y pasar las hojas, mientras das un sorbo al café. Y es que apenas distribuyen periódicos en los kioskos, y es que apenas hay kioskos, y es que hoy todo es digital. Ya es difícil encontrar uno de esos bares que te ofrecían como cortesía el periódico diario, el que acompañabas con un café. En algunos bares le solían colocar un listón de madera que prensaba el periódico para afirmar la propiedad y que no lo hurtaran, o también para facilitar su localización o también para facilitar su colocación en un gancho en los mismos bajos de la barra donde a mediodía desaparecía de encima. Porque el periódico de un bar se lee con el café. Y si hoy quiere hacerlo lo descargas de las plataformas digitales y lo lees en el smartphone o la tablet pero y ¿el que no tenga?… lo cierto es que cada vez se ven menos bares que te lo ofrecen. La mayoría aprovecharon esa prohibición que impuso el coronavirus, lo retiraron definitivamente, un gran error, pues la legión de clientes que aparecían para degustar el café con la lectura del periódico desaparecieron. Y no solo eso, también desapareció poco a poco la idiosincrasia y la esencia del propio bar haciéndolo cada vez mas descafeinado y menos humano. Les segó a sus clientes el olor, el tacto, la degustación y la tertulia que terminaba en consumo. Fui testigo en varias ocasiones de conflictos entre aquellos que querían hacerse con esa prensa mañanera y de aquellos que mientras quedaba un periódico libre se pedían otro y otro café . Esto se lo cargaron. Muchos por «ratas» por no devolver la prensa impresa pasada la prohibición. Tanta prohibición cansa.

Ayer domingo pasé por un bar, esas cafeterías autóctonas, de barrio, de las que desprenden esencia, y que aún aguantan en el centro, un bar de cafés y tertulias mañaneras, una cafetería regentada por una pareja joven, él musculado, camiseta de tirantes, rapado, ella le acompañaba en el look, pero en la sección femenina, ambos despachaban amabilidad a raudales, eso que tanto se echa en falta, la cafetería desprendía olor a café recién hecho, mantequilla y papel de periódico impreso oiga. Los lugareños disfrutaban de un café pausado mientras leían y ojeaban la impresión en tinta. Hacía años que no disfrutaba de un escenario, antes cotidiano y ahora vintage. Cada vez queda menos papel y los que lo usamos somos raros, también por eso. El otro día un niño me vio escribiendo en uno, en un papel, con mi pluma y no salía de su asombro, dejó la tablet y centró toda su atención en observarme embelesado, viendo cómo de un tubo cilíndrico que yo manipulaba salía tinta verde que daba forma a las letras, después a las palabras, las cuales formaban frases que culminaron en lo que Uds. –amables lectores– están leyendo ahora mismo y todo en una hoja de papel verjurado. Tendría cinco años.

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