Opinión

Lo útil

Lo útil

Lo útil

Hay en nuestro tiempo una verdadera obsesión con la utilidad de las cosas. Lo reclaman los encargados, los patronos, los políticos, esos que piden «el voto útil», sea esto lo que sea. Reconozco que lo útil siempre me ha causado una cierta repulsión, que he tenido más alma de cigarra que de hormiga, que en cantar se me han ido uno tras otro los veranos. Que, como aquel sabio que fue Sir Thomas Browne, siempre quise saber qué canción cantaban las sirenas.

Pero lo inútil es, en estos tiempos, un campo abandonado, porque nos han metido en la cabeza que solo nos conviene aquello que resultará útil. Pero… ¿Qué es lo inútil?

Para mí es parte de la alegría de vivir. Siempre me he dejado llevar por el goce intelectual, por la libertad en el arte y en la especulación, y se me viene a la cabeza aquella cosa que cuentan del filósofo Hobbes, quien ante la explicación de Euclides del teorema de Pitágoras exclamó: «¡Por Dios! ¡Esto es imposible!», y comenzó a leer las demostraciones en sentido inverso hasta que, al llegar a los axiomas, quedó convencido, y ese fue para él un momento voluptuoso, no manchado por la idea de la utilidad de la geometría en la medición de terrenos.

Pero hace tiempo que vivimos bajo el reinado de los expertos, de los que enseñan a hablar inglés con trescientas palabras, de los que aconsejan dejar a un lado el saber por el simple placer de saber. Pero en ese viaje hacia la practicidad lo que se pierde es, esencialmente, el sentido crítico. Se construye así un ciudadano dócil, que no cuestiona, que acepta ser lo que quieren que sea, una pieza de la maquinaria que jamás va a protestar por nada, ni va a poner nada en cuestión. El conocimiento como medio de liberación social ha sido proscrito y nos han colado la mentira de que lo importante es hacer algo útil y olvidarnos de todo lo demás.

Decía Bertrand Russell que encontraba mejor sabor a los albaricoques desde que supo que fueron cultivados inicialmente en China, en la primera época de la dinastía Han; que los rehenes chinos en poder del gran rey Kaniska los introdujeron en la India, de donde se extendieron a Persia, llegando al Imperio romano durante el siglo I de nuestra era; que la palabra «albaricoque» se deriva de la misma fuente latina que la palabra «precoz», porque el albaricoque madura tempranamente, y que la partícula inicial «al» fue añadida por equivocación, a causa de una falsa etimología. Todo esto, en realidad tan inútil, es cierto que hace que sean más dulces.

De modo que cada vez que alguien llama a lo útil, sea para elegir profesión o para votar, yo me acuerdo de los albaricoques y elijo siempre los más dulces.

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