Opinión

Guillermo de Jorge

Francia, espejo del fracaso europeo

Protestas en París por la muerte del joven Nahel

Protestas en París por la muerte del joven Nahel / Europa Press/Contacto/Telmo Pinto

La muerte de Nahel, un menor de diecisiete años, a manos de la policía francesa en el suburbio de Nanterre, al oeste de París, ha desencadenado una ola de protestas que han desembocado en disturbios en las ciudades más significativas de Francia, como Toulouse, Lyon, Marsella y Nanterre, extendiéndose a otros países limítrofes como Bélgica y Suiza.

La situación de las diferentes comunidades raciales y étnicas que pueblan Francia han estado sujetas al racismo institucional y a la brutalidad policial. La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos subrayó que ya era hora de que el país reconozca su historial de racismo en el ámbito policial. En un comunicado emitido en Ginebra el pasado día 30 de junio, la portavoz de la Oficina del Alto Comisionado, Ravina Shamdasani, expresó su profunda preocupación por la muerte de Nahel. Después que un efectivo de la policía francesa abriera fuego contra él cuando huía de un control en el suburbio parisino de Nanterre. Ravina Shamdasani hizo hincapié en que era el momento para que el país aborde seriamente los problemas profundos de racismo y discriminación que existen en las fuerzas del orden y en la aplicación de la ley. También hizo énfasis en la importancia del diálogo: «Hacemos una llamada a las autoridades para que garanticen que el uso de la fuerza por parte de la policía para hacer frente a los elementos violentos en las manifestaciones se aplique siempre respetando los principios de legalidad, necesidad, proporcionalidad, no discriminación, precaución y rendición de cuentas». En un duro mensaje contra la administración francesa, Ravina Shamdasani exhortó a que se investiguen con celeridad todas las denuncias de uso desproporcionado de la fuerza en contra de personas. Porque de acuerdo con las últimas cifras publicadas por la policía francesa, en 2021, se documentaron treinta y siete fallecimientos durante operaciones policiales, de los cuales diez fueron ocasionados por armas de fuego. Organizaciones como Amnistía Internacional, el Consejo de Europa y el Observatorio Internacional para la Defensa de los Derechos Humanos han denunciado las actuaciones de las fuerzas de seguridad francesas por el abuso policial en las intervenciones realizadas en las ultimas manifestaciones, como lo fueron la de los chalecos amarillos o las protestas surgidas contra la reforma de las pensiones.

En los últimos años, Francia se enfrenta a un gran problema social. Después de la pandemia, la brecha social en suelo francés se ha ampliado a un millón de personas más que viven en precariedad y por debajo del umbral de la pobreza, junto con los nueve millones de personas en especial situación de vulnerabilidad que ya se encontraban en esa tesitura. «Sufriendo estas condiciones de vida, la comunidad migrante dos veces más probabilidades que el promedio nacional y tres veces más de posibilidades de estar desempleados», según ha aseverado Iona Lefebvre en un artículo para el Instituto Montaigne. Este hecho hace que, en cierto grado, la necesidad y la desigualdad socioeconómica degrade aún más el paisaje social y deteriore la geografía íntima, física, económica, social y cultural de las relaciones humanas que se establecen alrededor de las zonas urbanas del extrarradio. Este deterioro del tejido social permitido y alimentado por las diferentes administraciones públicas ha terminado en convertirse en un problema social que ahonda la situación de emergencia humanitaria que atraviesa el país y la angustia asociada a las condiciones infrahumanas que vive parte de la población que puebla la sexta economía mundial.

Francia es el espejo del fracaso de las potencias occidentales en su política de integración con las diferentes comunidades, etnias y colectivos que constituyen la estructura social de los diferentes Estados. La muestra de ese fracaso social es el hecho en sí de la constitución y existencia de los suburbios o/y guetos en las periferias de las ciudades. Imagen que contrasta con la versión oficial de muchos estados que intentan presentar una imagen deformada de la realidad. Se debe fijar objetivos y replantear las prioridades del gasto público para atender las necesidades de los más vulnerables, centrando los esfuerzos de las organismos públicos en la mejora en el acceso a los recursos públicos básicos como educación, salud, agua y energía. Reorientar los marcos fiscales y tributarios para reducir las desigualdades, buscando el equilibrio entre ingresos y gastos, bajando la presión fiscal a las rentas más bajas y en los productos de primera necesidad. Debemos combatir los cambios tecnológicos para evitar la exclusión y la brecha digital. Concienciar de la importancia de la inversión y la colaboración en materia de cooperación y desarrollo para promover el crecimiento participativo, horizontal y sostenible, no sólo en las regiones de cada nación, sino también en los países de orígenes, como resultado de la responsabilidad social. Y, sin duda alguna, el apremio para garantizar la protección de la sociedad civil en las emergencias humanitarias y respetar los derechos humanos, marco este último inquebrantable para permitir las mínimas condiciones de paz y seguridad que cualquier sociedad civil necesita para su desarrollo y bienestar.

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