Opinión | A BABOR

El crack vestido de marca

A él, Iglesias, le interesa solo el poder, y quizá por eso de gente no entiende precisamente mucho

El día D de Yolanda Díaz

Agencia ATLAS / Foto: EP

En un tiempo y un país donde la política es cada vez más ruido y espectáculo, la vicepresidenta Yolanda Diaz escenificó por fin ayer –Domingo de Ramos, día propicio a las palmas– la ruptura de la izquierda a la izquierda del PSOE, para satisfacción básicamente del PSOE. Los maltratados de Podemos (y se cuentan a cientos) la arroparon junto a la cuadra del ministro del vegetal, Alberto Garzón, y todos los que antes fueron la izquierda comunista y ahora no son nada. También algunos artistas y famosetes asimilados, de esos que se apuntan siempre a las buenas nuevas de la izquierda, más los desencantados del PSOE (gente como Clara Antonelli), y la tropa de Errejón, que en Madrid es mucha tropa. Tres mil personas aplaudiendo a rabiar cada palabra de la vicepresidenta, en el mismo polideportivo donde Pedro Sánchez fue encumbrado por sus triunfos en el baloncesto. De Vistaalegre, ni el recuerdo.

Por eso, si algo demuestra realmente el fiestón presidencial de doña Yolanda es que esa mente en teoría tan privilegiada que es la de Iglesias se equivoca tanto al señalar a sus enemigos como al designar a sus amigos y/o sucesoras. A él, Iglesias, le interesa solo el poder, y quizá por eso de gente no entiende precisamente mucho. Se equivocó –completamente– con su amigo Iñigo, se equivocó con las mareas, se equivocó en su acuerdo con los comunistas y se equivocó –muchísimo– signando a Yolanda Diaz como principal sucesora de su reinado. Puesta a elegir entre el poder teórico que le ofrecía Iglesias, las interminables discusiones con Belarra y Montero y la sombra del propio Iglesias colándose por las rendijas de todas las ventanas y los quicios de todas las puertas, la vice eligió el poder real, que es el que le ha dado Sánchez abriéndole la fanfarria de la tele, dándole un papelito en el suicidio de Tamames y convirtiéndola en presidenciable de esa izquierda (más o menos) inofensiva que aspira a moverse en la veintena de diputados. El apoyo descarado de todos los medios públicos (y de los más cercanos al Gobierno) en la construcción de su imagen no logra ocultar que doña Yolanda camina en el mismo borde de la trampa para cazar osos que se dejan querer que le ha tendido el killer Sánchez. Que éste sí que es un fiera, vaya si lo es.

Con Podemos de capa caída, y aún sin datos demoscópicos sobre la operación, la jugada de Yolanda Diaz solo puede servir –apriorísticamente– para dividir a la izquierda del PSOE, y a favor precisamente del PSOE. De momento aquí no va a pasar aún nada, porque la precavida vicepresidenta no se presenta a las locales y regionales. Va a esperar que un Podemos de capa caída se dé un buen tortazo, y después ofrecerá a los restos integrarse en la plataforma Sumar. Es poco probable que esa oferta sea oficialmente aceptada por las marionetas de Iglesias que dirijan entonces Podemos, pero será denunciada como intransigente y atraerá algunos votos de esa izquierda ingenua que siempre apoya la unidad de la izquierda apoyando a quien la rompe. Doña Yolanda tuvo unas malévolas palabritas dedicadas a sus colegas ministras: «Las mujeres no somos de nadie. Y yo, mujer, tampoco soy de nadie... parece que aún hoy debemos llevar una preposición de pegada a nuestro nombre para determinar nuestras adhesiones y nuestras deudas», dijo entre aplausos.

Pero lo de la ausencia de tutela es un camelo. Un camelo ocurrente y venenoso: cuando lleguen en diciembre las elecciones decisivas para el país, ella asumirá su rol como apéndice del proyecto de Sánchez –reeditar el pacto con la izquierda y los indepes– y dejará a lo que quede de Podemos ante la única opción posible: apoyarlo también, pero con menos capacidad de presión y negociación. Iglesias habrá perdido, en el mejor de los casos, otros cuatro años. Cuatro años más destilando rabia y frustración.

En realidad, toda esta fantasía de una presidenta progresista, una mujer con talante que cree en la política con ternura (¿qué será eso?) solo favorece al jugador impertérrito que es Pedro Sánchez y a su osada apuesta a todo o nada por reeditar la coalición, con su izquierda rota y él –Sánchez– mejor colocado que hace cuatro años.

Doña Yolanda no es una mujer sin tutelas. Es más bien la rotura de la izquierda. Y un postrero balón de oxígeno para ese jugador osado e inclasificable que es Sánchez.

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