Opinión

Pedro Vázquez de Prada

Veinte años después del shock y pavor

Veinte años de la guerra de Irak: Sin rastro de Saddam Hussein en Bagdad.

Veinte años de la guerra de Irak: Sin rastro de Saddam Hussein en Bagdad. / Joan Cañete Bayle

En marzo de 2003, el presidente Bush ordenó el empleo de fuerza decisiva (shock and awe, shock y pavor) contra el régimen de Saddam Husein. En pocos días cayó el régimen, se desmantelaron sus fuerzas armadas y comenzó el esfuerzo por convertir a Irak en una democracia.

Después de veinte años, casi medio millón de muertos y más de dos billones de dólares gastados en la zona, el prestigio de Estados Unidos ha decrecido; Irán ha aumentado su influencia en Irak; China ha asumido el papel de mediador exitoso, abriendo vías de entendimiento en Oriente Medio; Israel está en sus horas más bajas; se ha reforzado el yihadismo en términos globales; y la producción de energía sobrevuela como otra causa principal –y muda– del conflicto. Por su parte, Irak, con problemas estructurales profundos, sigue buscando la vía para constituir un estado equilibrado y sin corrupción, mientras el país sigue siendo una gran oportunidad para España.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 se extendió en el gobierno estadounidense la idea de que resultaba necesario intervenir también en Irak. El motivo era triple: Saddam Hussein era un sátrapa que oprimía a la población y no respetaba los derechos humanos; estaba elaborando armas de destrucción masiva que serían un peligro para la estabilidad mundial; y colaboraba con Al Qaeda, incluso participando en el ataque a las torres gemelas.

La existencia de armas de destrucción masiva se basó en informes de inteligencia estadounidenses y británicos, que los equipos de inspección internacionales nunca pudieron verificar. Hasta Colin Powell empeñó –y perdió– su prestigio en Naciones Unidas asegurando equivocadamente la existencia de laboratorios móviles. El motivo para la invasión se puso en entredicho cuando Alan Greenspan explicó en sus memorias que el verdadero origen de la guerra fue la competición por las fuentes de energía.

Una coalición invadió Irak en 2003, desmontó el estado, las fuerzas armadas y la sociedad se desequilibró por completo. La falta de conocimiento cultural de la sociedad iraquí –o la indiferencia ante ella– produjo efectos inesperados. En el país se desató una violencia sectaria de la mayoría chiita que había sufrido a la minoría sunita gobernante. Tras ocho años de intentos de reconstrucción del estado, Obama retiró las fuerzas en diciembre de 2011 con un coste humano y financiero enorme, tanto para EE.UU. como para Irak.

EE.UU. sufrió un descrédito elocuente durante la campaña, no sólo por el fiasco de su inteligencia, sino por poner en entredicho el orden mundial basado en normas que ese país preconizaba. La intervención se realizó sin apoyo de la ONU. Se utilizó al grupo de mercenarios Blackwater. Se torturó a los prisioneros en Abu Ghraib y se emplearon drones pilotados desde EE.UU. para realizar ataques, con lo que se desmontaba el concepto de combatientes, hasta entonces reducido a participantes en el teatro de operaciones.

En 2014, grupos sunitas radicales habían creado el califato de ISIS o DAESH que ocupaba parte del noroeste de Irak y de Siria, con terroristas que llegaban desde diversos países, con financiación de estados afines, y acciones sanguinarias y despiadadas con la población civil, llegando muy cerca de Bagdad. El gobierno iraquí pidió ayuda a EE.UU., que constituyó una coalición internacional, con mandato de la ONU, para acabar con el Daesh, lo cual le hizo recuperar parcialmente el prestigio perdido.

Ya en nuestros días, China ha salido muy reforzada por su mediación entre Irán y Arabia Saudí y su acuerdo de restablecimiento de relaciones diplomáticas. Además, Irán, aliado natural de los chiitas, ha consolidado una posición de influencia en el país mayor que antes de la invasión.

Por otra parte, la primera víctima de la guerra fue la verdad, con la campaña de apoyo a la intervención militar, denigrando a pensadores y periodistas contrarios al pensamiento oficial, y a los países que planteaban alternativas diferentes. Los periodistas empotrados se acabaron convirtiendo en «taquígrafos más que en reporteros».

Hoy, Irak intenta crear una estructura de seguridad estable, independiente y capaz de contener a la insurgencia yihadista, mientras lucha contra la corrupción y fomenta la convivencia entre chiitas, sunitas y kurdos. Además, sus recursos energéticos –principal fuente de ingresos– están gestionados directa o indirectamente por empresas extranjeras. E Israel vive en 2023 una de sus horas más bajas, con una grave crisis interna y una sociedad muy polarizada.

EE.UU. lidera la coalición contra el Daesh y la OTAN tiene una misión de entrenamiento y asesoramiento. No es descartable que seamos testigos de una mayor presencia de China, que ha encontrado la forma de fomentar estabilidad a la zona y de Irán, aliado natural de la mayoría de los iraquíes.

Por último, para España, Irak representa una oportunidad para reforzar nuestra influencia en la zona. Tenemos lazos estrechos y un factor de prestigio que podríamos aprovechar a través de la Corona, nuestra cultura y nuestros empresarios.

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