Opinión
José María Lizundia
La memoria en la cultura de izquierda
Al año siguiente del centenario de la Comuna de París, en 1972, visité con devoción -aún muy joven, izquierdista y… abertzale- el cementerio de Pére Lachaise de París, en concreto la lápida sobre el muro que rinde tributo a los fusilamientos de los “communards”. Justo enfrente está enterrado su represor, el General Thiers y allí también encontraron el descanso eterno Joseph Roth y Jim Morrison.
Con la Comuna de París de 1871, culmina un siglo de derrotas de las revueltas e insurrecciones obreras y populares, las de 1830 y 1848 fundamentalmente. La entrada en el S XX no es mejor, la rusa ahogada de 1905 y la espartaquista de 1918. Se salva la bolchevique de Octubre de 1017. Las derrotas en el movimiento de izquierda se viven encadenadas en un proceso en el que las batallas perdidas reforzarán las que estén por librar, no son inconexas y además serán su acicate. La izquierda se debate entre la memoria de una cultura de derrotas y la utopía como horizonte de expectativa.
Esa tesis sostiene Enzo Traverso en su obra: Melancolía de izquierda/ Después de las utopías, donde hace desfilar a algunos teóricos marxistas. El desplome del orbe soviético como resultado de la Revolución de octubre se produjo sin dejar una constitución duradera como la norteamericana, o los derechos del hombre de la revolución francesa, ya que se extinguió sin testamento ni legado.
La melancolía de la izquierda procede del acopio de derrotas, lo que obliga a refugiarse en la memoria, que constituye una obsesión fruto del eclipse de la utopía. Añadiría yo: o la comprobación fehaciente y empírica de la distopia. Traverso busca una virtualidad a la memoria, que lejos de lamerse sus heridas de derrotas se proyecte en el futuro; sin poder acudir a la utopía ya desestimada, permuta esa condición de vencido por la de víctimas, aunque tenga que acudir al Holocausto analógico. De seguir por este camino, es posible que a medio plazo solo haya víctimas, porque los verdugos también encontrarían resquicios para su opción a ser víctimas de algo/alguien. El que ve una solución al final de la utopía es Walter Benjamin con su concepción de la historia (el pasado nunca abandona el presente) por la que rebaja del futuro de la utopía al momento actual: reactivar el pasado para transformar el presente. Este debate aparentemente pesimista y concluso, ha sido reabierto e impulsado desde España por el morbo fetichista (y erótico) que ejerce Franco, y una izquierda que ya no forma parte de la tradición de la que venimos hablando, conceptualmente ajena por completo. Salvo que Carmen Calvo opine lo contrario.
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