Una vez escuché decir a un experto que los incendios forestales o se apagan en las primeras horas o ya se apagan solos. Quería decir que el tiempo que se tarda en reaccionar es un elemento clave porque si el fuego llega a alcanzar determinadas dimensiones ya es muy difícil de extinguir. Y ahí están en el Sur de nuestra isla luchando desde el cielo y creando cortafuegos para que las llamas queden confinadas y acaben apagándose por falta de combustible.

El tiempo es el factor que cambia casi todo en la vida. Si un árbol se tuerce y lo enderezas a tiempo se desarrollará enhiesto. Pero si llegas tarde ya no hay remedio. Y si descubren en tu cuerpo unas células tumorales, hacerlo a tiempo marca a veces la diferencia entre la curación o la muerte.

Así que no puedo menos que concluir que Pedro Sánchez ha tenido una visión luminosa proyectando la mirada de Moncloa hacia el año 2050. Pensar a treinta años vista es muchísimo más gratificante que soportar el presente. Y por mucho que ahora todos los majapapas le recuerden que para transformar el futuro hay que cambiar esta realidad. O sea los millones de parados, la quiebra del sistema de pensiones tensionado al máximo, la deuda pública colosal y el gasto desaforado de una administración que no funciona... En fin, este gran desastre del que, además, se quiere marchar Cataluña declarándose estado independiente de una España débil y arruinada.

Cuando era un renacuajo cayó en mis manos una novelita de Bruguera escrita por Clark Carrados (Luis García Lecha). Desde entonces me convertí en un lector incondicional de ciencia ficción. Pero tragarte más de mil páginas donde no pasa nada, donde no surgen gusanos gigantescos de la arena ni se habla de psicohistoria, produce un aburrimiento colosal. La imaginación de los expertos, aplicada a los programas electorales, sufre un proceso de extinción por falta de combustible similar al de los incendios forestales. Porque cuando dices cómo piensas que será la España del año 2050 tienes la perentoria obligación de partir de la realidad de cómo estamos ahora. O sea, bien jodidos. Y ya me contarán como se construye una fantasía decente sobre una realidad como la nuestra.

¿Una federación de repúblicas independientes en medio de una guerra civil de rayos láser que cruzan la inmensidad de las estepas y tanques en llamas frente a la Puerta de Alcalá? ¿Un vasto Al-Andalus reconquistado y ocupado por millones de hectáreas de tomateros? ¿Un gigantesco parque temático, como Westworld, plagado de robots –camareros, cocineros, sirvientes y bailarinas de striptease– donde se atiende el solaz de los millonarios de la Europa rica del Norte?

La fantasía, al contrario de la realidad, es una tierra fecunda. Pero en ella habitan por igual la imaginación de los niños, el sueño de los visionarios y las mentiras de los vendedores de humo. Huir hacia la ensoñación de un futuro mejor es una salida maravillosa cuando el presente es tan lóbrego y oscuro. Yo, si pudiera, también saldría por patas hacia el 2050.

EL RECORTE


Adiós, mascarilla, adiós

Fernando Simón, uno de esos expertos que dijo que del coronavirus tendríamos en España uno o dos casos, afirmó en su día -todos lo escuchamos- que las mascarillas no eran estrictamente necesarias. O sea, que se podía ir por la vida a cara descubierta a condición de que te estornudaras en el codo y no le respiraras en la oreja al vecino en la guagua. Simón, supongo, dijo en aquel entonces lo que le mandaron decir, pasando por encima de su sentido común y de sus indudables conocimientos científicos. En España no había mascarillas y alguna alta autoridad le pidió que se lanzara a las procelosas aguas del ridículo, para ganar tiempo en lo que las traíamos de China. Pero le debe haber quedado algún resentimiento contra esos trapos que llevamos en la boca, porque en recientes declaraciones ha señalado, para asombro de muchos, que la extinción de las mascarillas está muy próxima. Personalmente me quedo con la más modesta reflexión de un experto sanitario canario, Amós García, un tipo tranquilo y prudente, que ha dicho que deberíamos pensar en quitarnos las mascarillas simplemente cuando podamos. Y que hacerlo antes es un poco precipitado. Por no decir otra cosa. La vacunación en Canarias sigue estando muy, pero que muy lejos, de permitirnos demasiadas alegrías. Y en apenas dos meses -dicen- empezarán a llegar cientos de miles de viajeros. Esto no solo no ha terminado sino que si no nos andamos con cuidado el conejo nos puede desriscar la perra.