El plátano de Canarias se ha regado con ríos de tinta. Fue, en su día, un actor principal del debate sobre el modelo de integración de las islas en la Unión Europea. Tres décadas después, el sector agrario de las islas sigue detenido en el tiempo, perdiendo peso en el PIB regional y desertando del protagonismo económico. Tal vez porque la solución no estaba fuera, sino en nosotros mismos.

La agricultura tiene un valor estratégico para cualquier país. El sector en las islas tiene un importante valor paisajístico, da trabajo a 20.000 personas y, especialmente con el plátano, es uno de nuestros productos de exportación. Pero vive con muletas. Para poder competir necesitamos subvenciones y ayudas. No es tanto por la lejanía –hay productores que están mucho más lejos que nosotros– como por los costos de producción.

En todo caso, a trancas y barrancas, el plátano ha luchado con uñas y dientes para sobrevivir. Primero defendió la reserva del mercado peninsular. Era una batalla perdida. Las importaciones de banana de otros países no han hecho más que crecer y la barrera de los aranceles –impuestos aduaneros– ha ido decreciendo progresivamente. Las producciones de África, Caribe y Pacífico, las centroamericanas y las exportaciones agrarias de Marruecos, que nos robó el tomate con el permiso y la ayuda de Madrid –que cambió tomates por cuotas pesqueras– entran por el mercado peninsular como Pedro por su casa.

Los plataneros han hecho algunas cosas buenas y muchas malas. Unos se olvidaron de su finca y se hicieron peninsuleros. Se instalaron en Madrid, contrataron sus campañas en Valencia y empezaron a jugar en las grandes ligas empresariales. Otros se organizaron por su cuenta en una segunda estructura empresarial más pegada a las islas. Entre todos mejoraron el prestigio de la marca, la presentación y la comercialización. Pero los errores estructurales siguen con nosotros. Hemos sido incapaces de conquistar nuevos mercados –vegetando en esas casi 400 mil toneladas año que vendemos en Península– y seguimos dependiendo patológicamente de las ayudas europeas. Aunque es verdad que Bruselas tiene dopada a casi toda la agricultura de la Unión.

La nueva Ley de la Cadena Alimentaria supone un tiro en la nuca de los plataneros canarios. Poner un precio mínimo al productor –basado en un cálculo objetivo de los costos de producción– es una cosa aparentemente buena, pero intrínsecamente venenosa. Porque impide competir con la banana en muchísimas fechas del año, en las que hay que bajar precios para pegarse en las estanterías con las importaciones. Pero es que además va contra las reglas de un libre mercado en el que toda la cadena de precios se establece por el orden espontáneo que se genera en la cadena de producción, comercialización y venta.

El mundo camina hacia mercados cada vez menos protegidos. Los consumidores no tienen por qué pagar de su bolsillo la ineficacia de los productores de bienes y servicios. Pero perder las producciones de plátanos canarios ahora mismo es un disparate. Sobre todo porque quien se la puede cargar es el propio Gobierno de España.

El presidente del Cabildo de Tenerife, Pedro Martín, ha dicho que el puerto del polígono de Granadilla necesita una regasificadora. Le está llevando la contraria al Gobierno de Canarias, que ha dicho que no quiere el gas en Canarias. Pero tiene razón. Es una burla al sentido común que el gas sea el combustible obligado de los barcos que operarán en un breve plazo con puertos de la Unión Europea y que nosotros no tengamos la posibilidad de competir en la captación de tráficos disponiendo de un suministro fiable en nuestra isla. El espectáculo patético de estar haciendo bunkering con barcos gaseros que vienen de Huelva para abastecer cruceros en nuestros puertos es tan ridículo que parece un chiste. El lobby de Gran Canaria contra el gas no solo se opuso a instalar una central en Arinaga, sino que trabajó para que no se instalara en Granadilla (perdimos más de doscientos millones de inversión). Como el perro del hortelano, versión perro de finca canario, ni comieron ni dejaron comer. Pero acto seguido anunciaron que sí habría una regasificadora en el Puerto de la Luz y de Las Palmas. O sea, como siempre, un pasito para atrás y cinco para delante, para coger ventaja. Que el presidente del cabildo tinerfeño les haya calado el juego es toda una novedad para esta isla. A ver si nos despertamos. En Tenerife no hay gran proyecto que no acabe boicoteado por la incompetencia o los escarabajos. En Gran Canaria le tocas un pelo a Chira-Soria y se lía la mundial. Pedro Martín acierta porque para esta isla poder suministrar combustible a los barcos es estratégico. Y esencial. Aquí o jugamos todos o se rompe la baraja.