Patrimonio | Nuevo cambio de ubicación de la escultura del santo tinerfeño

El monumento a Anchieta, gravemente dañado

Daños en la escultura del santo.

Daños en la escultura del santo. / E. D.

Si no se paraliza a tiempo, es inminente que, por los servicios del Cabildo de Tenerife, se cambie de ubicación –una más, y van ya casi media docena– el monumento al santo José de Anchieta que el pueblo de Brasil regaló en 1960 a la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, donde nació el gran escritor, primer poeta y dramaturgo de Canarias, y uno de los forjadores del gran país sudamericano.

La espléndida escultura, uno de los iconos de más alto valor artístico y simbólico de nuestro archipiélago, está afectada, entre otras patologías, por el llamado mal del bronce, una abrasión silenciosa, progresiva, que, según los expertos, debilita el metal, lo hace más frágil e intensifica los agrietamientos y las deformaciones. Si no se ataja, la situación acabará siendo irreversible. O se actúa con rapidez, se eliminan los males que la aquejan, se restaura debidamente y se protege de la contaminación y de los agentes atmosféricos, o su destrucción será irremediable. Es el parecer de los especialistas.

En la figura se observan a simple vista diversas grietas, alguna de cerca de un metro o acaso más de longitud y bastantes milímetros de amplitud, así como oxidaciones en estado avanzado, oquedades y abultamientos de la superficie, señales de desintegración y pérdida de materia. Esa es la opinión de quienes son autoridad en este campo.

Hace ahora diez años que el escultor y profesor de la facultad de Bellas Artes de la ULL doctor Tomás Oropesa Hernández alertó de la preocupante situación en que se encontraba ya el monumento (El Anchieta de Bruno Giorgi, Anchiétea, cátedra cultural P. Anchieta de la ULL, nº 2, 2014, pp.154/166). Sin embargo, ni entonces ni hasta ahora se hizo nada para remediar los males, ni se tomaron medidas adecuadas para proteger la hermosa escultura.

Dice el doctor Oropesa en su artículo que el llamado mal del bronce, enfermedad del metal que, si no se combate, se hace crónica y agudiza hasta ser irremediable, se debe fundamentalmente a la acción de varios fenómenos medioambientales, desde la corrosión por los gases de la combustión de productos fósiles (gasolina, gasoil) hasta el bombardeo sobre la epidermis metálica de distintos agentes físicos (polvo, arena, tierras, grasas, otros contaminantes). Los humos, los hollines, las partículas aéreas que impactan en la epidermis de la escultura al ser zarandeadas por el viento, son mucha agresividad, a lo que se suman la «oxidación profunda y generalizada» del cobre y las peculiaridades de la fundición, en la que intervienen los porcentajes de aleación de los metales.

El monumento a Anchieta,  gravemente dañado

El monumento a Anchieta, gravemente dañado / Eliseo Izquierdo *

En la primera ubicación de la escultura tuvo que ver la predilección de su autor, Bruno Giorgi, por los grandes espacios abiertos (plazas, jardines, estanques) para situar sus monumentales producciones artísticas. Cuando optó personalmente en 1960 por la confluencia de la avenida de la Trinidad con la entonces autovía del norte, el lugar era una gran explanada de tierra y la isla estaba lejos aún de soportar el tráfico actual; el número de vehículos se hallaba muy por debajo de los 30.000. Tenerife podía presumir de ser una isla no contaminada por la circulación. Conducir por sus carreteras y autopistas no era como hoy un tormento. Pero el panorama no tardó en cambiar de forma copernicana. El desarrollismo de mediados los años sesenta, el llamado milagro económico español, que aunque no se vio correspondido por la por muchos ansiada apertura política, y el régimen autocrático se mantuvo incólume hasta que el dictador la palmó, produjo no obstante una sorprendente transformación económica y social del país. En Tenerife, las vías de mayor tránsito se hicieron pronto insuficientes para asumirlo. Y con el primer ensanchamiento de carriles de la autopista del Norte comenzaron los traslados de la efigie de Anchieta, cuando el Apóstol del Brasil todavía no era santo sino únicamente venerable.

Los trasiegos sucesivos del monumento se hicieron sin las mínimas precauciones. Lo demuestran los testimonios gráficos que existen. No digamos, el desanclaje de la escultura para separarla de la base. Como consecuencia de las torpes manipulaciones, el pedestal terminó por romperse, lo destrozaron. Lo grave e imperdonable es que era parte inseparable del monumento. Lo cinceló en su taller brasileño el propio Giorgi. Era una estructura granítica. La pieza mayor pesaba 3.500 kilos; la segunda, 2.000; y cincuenta de menor tamaño, de 3.500 kilogramos en total, datos que le facilitó el artista al periodista A[lfonso] G[arcía] R[amos] (La Tarde, 28.10.1960). Los operarios se limitaron en Tenerife al asentamiento, bajo la dirección del ilustre escultor, que había concebido el pedestal a la manera de pequeña rampa de despegue, de leve sentido ascendente, desde la que Anchieta emprendió el asombroso camino que lo condujo a su alto destino.

El autor

Bruno Giorgi (Mococoa, Sâo Paulo, Brasil, 1905 – Rio de Janeiro, 1993) es uno de los grandes maestros de la escultura contemporánea, un artista de máximo prestigio internacional. Baste recordar que su emblemático conjunto escultórico Los guerreros, conocido también como Os candongos (1959), de la plaza de los Tres Poderes, ante el palacio de Planalto de Brasilia, es patrimonio mundial. Lo remató un año antes de crear el monumento a Anchieta. Ambas obras son de acaso la etapa de más acentuada plenitud creadora. Entre uno y otro ha habido y hay, sin embargo, una imperdonable diferencia de trato: el monumento brasileiro goza del más alto reconocimiento cultural y artístico, mientras el anchietano carece incluso del de BIC de la Comunidad Autónoma de Canarias, y asimismo, al contrario que el brasileiro, el de ser patrimonio de la humanidad, pues ha estado siempre fuera del recinto histórico de San Cristóbal de La Laguna, que sí lo es.

Perdido el emplazamiento primitivo y transformado radicalmente todo el entorno, que se ve concernido, dígase lo que se diga, por una circulación creciente que no deja de contaminar el medioambiente, y cuando se ha recuperado para Anchieta, como era deseable y esperable, la que fue su morada en Tenerife, lo que personalmente celebra y agradece este cronista oficial, parece llegado el momento de reflexionar con responsabilidad y amplitud de miras sobre la ubicación definitiva del monumento, de forma que se sitúe en un lugar de máximo honor. Su categoría artística y su alto valor simbólico lo reclaman. La ciudad que tuvo la fortuna de recibir en 1960 la insuperable muestra de gratitud del pueblo brasileño, por haber nacido en ella quien fue uno de sus grandes artífices y padre de su literatura, tiene la obligación inexcusable de conservarlo como oro en paño y exaltarlo, colocándolo en un enclave privilegiado, de máximo honor, que los hay, y no en los márgenes de una autopista.

No obstante, lo prioritario ahora es restaurar sin demora el monumento, impedir que los males que lo están dañando se acrecienten y acabe por desaparecer, devorada, más que por los agentes de la naturaleza, por la desidia humana.