Campaña de estío VII

Línea a ninguna parte

La guagua, especie autóctona canaria, da claves sobre el sentir de la gente, su humor, qué buscan y encuentran en esos trayectos infinitos 

Relatos de campaña, una entrega diaria sobre las elecciones generales del 23 de julio.

Relatos de campaña, una entrega diaria sobre las elecciones generales del 23 de julio. / ADAE SANTANA

Llego. No, no llego, no llego no llego nollegonollegonollego…, ¡chófer! ¡¡Chófer!! ¡CHÓFER, QUE PARE! Usain Bolt volvería a pulverizar el récord mundial si corriera detrás de la 17. Arriba, ¡buenas! ¿Dónde está el bono? Entre los resoplidos, el sudor y el bolso abierto, apenas atina a alcanzar el billete para pasar de largo y meterse al fondo, en busca de un asiento imposible. Primera hora de la mañana, la ciudad se embrisca y deja ciegos a los conductores con sus humos y muecas, empieza a agitar el tráfico y levanta el asfalto, hace temblar los semáforos, cambia la dirección de la rotonda, ¡tanto coche, pitidos y frena que te frena, coño! Los taxistas esquivan el espectáculo y dos volantes se pican del carril izquierdo al derecho. Por fin coge la Avenida Marítima y los frontones de celosías oscuras dan paso a las velas del Puerto. La guagua va llena y resopla con tanto peso, tira adelante y el motor ronronea para sus pasajeros. ¿Quién está dentro?

Primera fila. Asiento derecho detrás del conductor. Zona de seguridad máxima. «¡Lo único que tengo son policías, policías y más policías, venga a comprar lentillas!», suelta una señora. Tres pasos adelante. Pareja de personas mayores que van comentando los carteles que cuelgan de las farolas. «¿Viste lo del Circo del Sol? La de camiones que tendrán que traer». Traquetraquetraque. Antes de la articulación descansan dos amigas, apretujadas la una contra la otra, y sus voces se sobreponen al gentío y al ruido del silencio mecánico. Parece que los audífonos hacen su función. «Yo voy a intentar este año unificar y que me cuadre todo en el mismo sitio porque, mira, estaba con demasiadas cosas y, claro, al final te agobias». «No te encontrabas cómoda», coincide su interlocutora. «Pero anímate, que es de cuatro a ocho», ¿el qué?, ah, que van a talleres de narración oral. Antes de la interrupción cambian completamente de tema, «el hijo de Rosaura viene a mi casa a poner las mosquiteros para que no entre nada, ¡sobre todo las volonas!». Un respingo recorre mi cuerpo. A otra cosa. 

La vista se pierde y no atiende a los que suben y bajan, colocan la compra entre sus pies o hacen hueco con el patín a cuestas, piden salir antes de perder la parada, ¡gracias, buen día! ¡Chófer, aquí atrás! La conciencia sobrevuela la caja mecánica. Se suben solos, raramente acompañados, y cada quien se interna en su silencio. Las vueltas hasta llegar al destino son un preludio sagrado y el ecosistema contiene mil y un viandantes que cada día ocupan un metro cuadrado en la urbe. Cuántas calles veremos que nunca pisaremos. Cuántos pasadizos por descubrir a la lumbre de las farolas quedarán sin sombra. Josep Pla caminaba a pie para conocer las masías que se desplegaban a lo largo y ancho de su tierra natal. Bajo la polvorienta luz de la tarde, sus pisadas lo guiaban entre pastos, recodos ocultos entre las sombras de los árboles y caminos que se alejaban del paso mundano. Y aquí estoy. Que la guagua va en reversa. 

Una niña no quiere bajarse

El rebumbio hace que me baje en la última estación. Alfredo Kraus me da la bienvenida, y pillo la 25 antes de que continúe sin mí. Que a veces los chóferes no miran atrás, que no tienen compasión ni misericordia, y una tiene que andar al quite para que no le pille el bajo del pantalón antes de que cierre las compuertas. Esta sube hasta el campus universitario, más desierto que un aeropuerto en pandemia, y los abuelos van apelotonados con sus polluelos. Las manos se ocupan con los móviles, los apuntes sueltos, una de tela rosa llena de princesas sonríe con el interior colmado por la comida de media mañana, y nadie cruza la mirada. Las barras amarillas están sobadas y algunas resbalan del sudor o de los geles hidroalcohólicos que siguen utilizando. Fuera, a donde el aire acondicionado no llega, la calima abrillanta el paisaje y los asientos enfrentados obligan a dar las buenas horas. Hay quien tiene la habilidad de pegar la hebra con facilidad. Solo hace falta una sonrisa, una expresión suelta y despiden la losa de silencio que los apresa durante el día. 

Hay quien tiene la habilidad de pegar la hebra con facilidad. Solo hace falta una sonrisa y despiden la losa de silencio que los apresa durante el día

Asiento a mitad de guagua. Una madre señala y nombra los lugares por lo que pasa a su hija. Sobre sus muslos descansa la mochila de la que pende un llavero de Donkey Kong. Le da un pañuelo y la pequeña aprieta su brazo contra el de ella. De repente, la comunicación va de gestos que se encuentran en la cotidianidad. Si busco la calma, agarro una mano, doy un abrazo, si siento que el vacío se abre bajo mis pies, me encuentro con el pecho cerrado. De repente, la cría no se quiere bajar aún habiendo llegado al final. La madre, o la tía, no lo sé, se levanta y, ah, hay un encuentro. «Está cansada», sonríe. «A dormir un poquito», tira y se despide. Por fin estoy en Guiniguada. 

La 33 de la municipal recorre Ciudad Alta y, por primera vez, un chófer tiene algo de tiempo antes de arrancar. A Alberto no le interesa la política, a sus 35 años nunca ha votado y, aunque está en contra de la violencia de género, compra el discurso de la paga a las personas migrantes. Una de cal y otra de arena. Mantiene la música baja en la pecera y espera que la edad de jubilación tenga en cuenta la pérdida de los reflejos con la edad, aún con la pasión que siente por conducir. Deja pasar a unos peatones y me sumerjo de nuevo en el caos. ¿Qué les parecería a los candidatos un viaje en guagua antes de las elecciones? Asiento de cuatro. Una rareza que tiene su explicación. Todos tican su bono y la mujer de tez morena y humor chispeante se sienta frente a una pareja en busca de la arena. «¿Cómo se va a la playa?», «nosotras vamos, véngase», contestan, y la espontaneidad da lugar a que se intercambien sus biografías. La brisa de Cuba llega a Canarias, confiesa la pasajera, y preferiría quedarse aquí con su nieto antes que volverse a Alemania. «Esto tiene de todo, las tiendas y el mar, es una mezcla», escuchan las plataformas petrolíferas que en la noche iluminan el muelle. ¡Y se van juntas! Ya está, tan amigas. Un rectángulo inhóspito que propicia el encuentro de tantos.